Alfonso Mata
Desde hace doscientos años, muchos la defienden, muchos la atacan. En los inicios de su uso moderno, por un lado la encontramos ubicada en el lenguaje marxista, adquiriendo un sinónimo de colectivización, que tanto pavor ha causado, y que justificaba ese lenguaje, en base a que para: “el burgués, su mujer no era otra cosa que un instrumento de reproducción y que los instrumentos de producción, tienen que ser explotados en común y concluye, naturalmente, que hasta las mujeres compartirán la suerte común de la socialización”. Muy poco tiempo después, las palabras de una encíclica aclaraban que la socialización, es el fruto y la expresión de una tendencia natural, cuasi incoercible y no de fuerzas naturales movidas por un determinismo.
A partir de entonces, su significado admite una búsqueda de beneficio para todos, satisfaciendo inicialmente la necesidad de extenderlo del rico al pobre, del propietario al asalariado, para posteriormente del hombre a la mujer y finalmente del padre al hijo.
Sus primeros cien años fueron de disgustos al pasarla de nociones a acciones, lógrandose en primer plano con ello, enfrentamientos nacionales e internacionales y millones de cadáveres sin poder conformarse una realidad al respecto, y eso a pesar de la creación de una liga de naciones. Para 1961, el marco teórico que le fija la iglesia conmocionará al mundo. En efecto, el documento Mater et Magistra, tratando de darle un sentido diferente y de sacarla del marco ideológico en que se había encasillado; en una buena cantidad de párrafos atribuye los aspectos positivos como los negativos que se le daban al concepto y a su puesta en marcha, a un divorcio de su incomprensión entre los poderes públicos y la sociedad y establece claramente que la socialización debe ser fruto de la intervención de los poderes públicos y señala algunas de sus obligaciones: cuidados médicos, instrucción y educación, orientación profesional, métodos de recuperación y adaptación de los sujetos disminuidos, con vistas a alcanzar objetivos que sobrepasan las capacidades y los medios de que pueden disponer los individuos. Pero el texto también establece que en ello va implícita una interacción y responsabilidad individual, que deben obrar como seres conscientes y libres, llevados a actuar en favor propio y social y que aun cuando no puedan actuar, deben al menos reconocer y respetar, en su acción, las leyes del desarrollo económico y del progreso social.
El consorcio de naciones, motivado por ese y otras ponencias, implementa normas y declaraciones para fortalecer los principios básicos de la socialización en algo no dependiente de una idolología, sino de una ética universal.
Cuando uno vuelve la mirada sobre la acción actual y pasada emprendida de parte de los poderes públicos guatemaltecos, para dar cumplimiento a tales mandatos, uno se topa con que para su cumplimiento, ni la acción económica ni la justicia, aportan lo suficiente para reducir las brechas de inequidad existente en este campo; para un logro de relaciones sociales con más equidad. Tampoco dentro de la población existe la percepción y conciencia justa de lo que se debe hacer, para agrupar a todos sus miembros hacia una socialización con una misma legislación y dotarla de un mismo espíritu, de una misma orientación, más bien lo que sobresale, es un medio en que nos hemos explotado unos a otros.