Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Alfonso Mata

Creo que todos los hombres tenemos un deseo similar: luchar por lo que creemos y deseamos. Creo que en el conflicto interno que se vivió, cada una de las facciones se conocía y a pesar de que un 29 de diciembre el guerrillero dejó de existir como tal. A pesar de una coexistencia de lucha en ambos bandos por más de tres décadas, luego de 25 años, presiones de toda índole hicieron, prácticamente desaparecer la fuerza de lucha aunque no ideales, a tal punto que, en el actual forma de gobernarnos, no se puede hablar ni siquiera de una alternancia de ideales, pues prácticamente desapareció el pensamiento de lucha de aquel conflicto, ya sea por migración o peor, se acomodó a otros intereses que son los que rigen el sistema político actual: la práctica política del beneficio propio.

De tal manera que los acuerdos entre las facciones ideológicas en lucha, para construir una nueva sociedad, ni se plantearon correcta no completamente, y entonces, jamás se dieron, ni obligaron y propiciaron, condiciones nacionales e internacionales, ni interés genuino de hacerlo. Por consiguiente, lo que se firmó aquel 29 de diciembre del 96, no vino a ser más que un reconocimiento de estructuras ideológicas dentro de una estructura y organización social y política ya existente, algo así como el respeto entre religiones, sin cambiar en lo más mínimo una estructura que no facilitaba lo que se pretendía, y por consiguiente, sin posibilidad de cambiar las estructuras, que daban origen a una problemática político social y al enfrentamiento ideológico.

La verdad es que de esos compromisos, la población lo que sacó a su favor fue dejar de poner descaradamente matanzas y muertos en ambos bandos. Pero los problemas sociales continuaron y continúan y los elementos de libertad, justicia y equidad en todos los planos de la vida social y política, plasmados en dichos compromisos, quedaron en letra.

Realmente la generación que puso la cara en el conflicto y que ahora constituye la de la tercera edad, que esperaba ver y participar en la creación de un nuevo mundo para sus hijos y sus nietos, sufrió un desencanto y vio cómo muchos de los líderes de ambos movimientos (actualmente muchos vivitos y coleando) usaban y usan esas intenciones escritas, en beneficio propio; mientras el incendio social y político continúa en efervescencia, pues no hubo ni siquiera cambios de percepción y atención a sus problemas y lejos de eso y aún más delicado, el Estado perdió bienes, recursos y espacios, traducido en privatizaciones otorgadas ilícitamente a personas y grupos, cuyo actuar deja cero beneficios a la población.

El mejor indicador del fracaso de los acuerdos de paz lo constituyen el aumento de las migraciones: fenómeno que señala la profunda incapacidad e interés político y social de reducir dos situaciones y los problemas que de ellas se derivan: pobreza-riqueza; estado-sociedad. Lo único que ha mejorado en nuestro medio es un bandidaje de toda naturaleza y una impotencia social y política para establecer un nuevo orden de cosas. Bien vale como epílogo de esa firma, las palabras del Fausto “el hombre es ruido y humo”.

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