Alfonso Mata
Hace unos días escuché la siguiente conversación en una tienda. El dependiente le contaba al extranjero que al guatemalteco le encanta hablar de nuestras autoridades; él le decía: muy cierto ustedes no cesan de hablar mal de ellos y de contar historias, de sus timos y robos y le preguntó entonces al dependiente ¿pero, no los eligieron ustedes? No, le juro que fueron los que esperan aprovecharse de lograr algo del gobierno y los ignorantes que así agradecen unas libritas de alimentos, gorras o maletines que les dan los candidatos. Cuando el extranjero presto estaba para pagar lo que había comprado, el dependiente le cobró demás sin importarle la sonrisa que le deparó el extranjero, que al salir me comentó: los guatemaltecos son bribones, pero pintorescos.
No me acuséis de traidor y delator; no hay modo que ante el escrutinio del extranjero pasemos bien calificados. Ese proceder que conté, abunda tanto en gobierno como en lo privado: Gobiernos corruptos, pueblos miserables decían los antiguos. Cuando se ve ciudad tras ciudad brillantes casas y edificios al lado de champas; lujosos restaurantes y tiendas, a la par de ventas callejeras y ambulantes; adminículos de lujo al lado de la nada, no se sabe dónde empieza la civilización y dónde la barbarie; la buena salud de la enfermedad. De algo si podemos estar seguros: veamos por dónde y para dónde veamos, el pueblo guatemalteco está enfermo; su gente, su economía, su justicia y su ambiente, ya sea por dentro o por fuera, se le contemple. Gracia enfermiza es cómo piensa y lo qué hace y su cuerpo mientras su alma vaga dentro de una historia de sufrimiento y dolor y el sufrimiento nunca mejor lo expresamos como cuando hablamos de política, es nuestra herida más dolorosa, pero y cosa una inexplicable, tan pronto como se nos pide participación, nos estremecemos y huimos y si bien escuchamos inconmovibles pero indignados y coléricos lo que pasa con el dinero de la nación, el trabajo de los jueces y de los diputados, los desmanes en la cosa pública y la privada, hacemos oídos sordos y entumecemos cuando se nos pide participar.
De tal manera que en cosa pública y política somos cadáveres y solo participamos en ello con entusiasmo a través del trago y el chiste. Viejos sentimientos y recuerdos que se agitan, no nos dejan avanzar ocultos dentro de nuestros pechos y despertándonos más temor que osadía. La verdad del comportarse del guatemalteco, la solidez de su espíritu, tiene más que ver con un dejar hacer y pasar y con una superficialidad soñadora que con conformar realidad. Por eso nuestra tierra es cuna de poetas y novelistas; vivimos viviendo mundos ideales, pues la realidad solo se nos presenta llena de terrores en todos los sentidos. Por generaciones hemos sido incapaces de romper y destruir lo que incomoda, cambiar un estilo y modo de vida miserable, de terminar con la voracidad de las inequidades e injusticias que come el corazón de unos y débora las entrañas de otros todos los días.