Alex Guerra Noriega
Es ingeniero forestal graduado de la Universidad del Valle y cuenta con una Maestría en Ciencia, Políticas Públicas y Gestión del Agua, así como con un doctorado en Geografía y Medio Ambiente, ambos por la Universidad de Oxford, Inglaterra.
Desde 2010 ha sido director general del Instituto Privado de Investigación sobre Cambio Climático (ICC) y ha trabajado como investigador en recursos hídricos, riesgo de desastres y cambio climático en varias instituciones y cuenta con diversas publicaciones en estas materias. Fue catedrático en la Maestría en Desarrollo en la Universidad del Valle de Guatemala de 2012 a 2017. En 2023 fue profesor visitante en el Centro Perry para Estudios Hemisféricos en Washington DC.
Es miembro de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de Guatemala y también de la Academia Mundial de las Ciencias TWAS, adscrita a la UNESCO. Tuvo a su cargo la Secretaría Técnica del Sistema Guatemalteco de Ciencias del Cambio Climático en 2020 y 2021.
La vida moderna es totalmente dependiente de la energía, tanto de la eléctrica como de los combustibles para el transporte. El uso de los combustibles fósiles (principalmente el petróleo y el carbón mineral) es una de las causas principales del desbalance en la atmósfera con los llamados “gases de efecto invernadero (GEI)” que atrapan más calor, causando el calentamiento global y el cambio climático. Los combustibles a partir de los seres vivos (biocombustibles) son una de las opciones que pueden ayudar a reducir la dependencia de los fósiles y así, resolver el enorme desafío que enfrenta la humanidad. Estos combustibles también tienen impactos negativos para el medio ambiente y su producción debe abordarlos.
Como indiqué en una columna hace unas semanas, existen tres generaciones de biocombustibles (bioetanol y biodiésel). La primera generación corresponde a los combustibles que se fabrican a partir de productos comestibles: azúcar (de caña, remolacha o sorgo), almidón (maíz, trigo y cebada) o aceites (canola, girasol, palma). La segunda generación se basa en cultivos que no son comestibles, de desechos de otros cultivos (tallos, hojas, bagazo) y de árboles. En la tercera generación, la base son los organismos acuáticos como las algas. Cada uno tiene sus ventajas y desventajas desde la parte ambiental hasta la económica.
Uno de los impactos más conocidos y temidos de la producción de los biocombustibles es la deforestación. En la primera década del presente siglo se hicieron famosos los casos de la devastación de los bosques en Indonesia y Malasia para el cultivo de la palma de aceite, en parte para la producción de biodiésel. Mucho del beneficio por la reducción de emisiones de GEI que se esperaba del uso de este biocombustible se perdió porque la deforestación representó la liberación del carbono contenido en toda la biomasa del bosque hacia la atmósfera. Además, hubo otros impactos como la pérdida de flora y fauna y de los beneficios de los bosques naturales. Si la producción de biocombustibles conlleva una mayor demanda de tierra para los cultivos que sirven de base, se convierten en una amenaza para los bosques. Esto puede y debe ser evitado al utilizar tierra que no cuente con cobertura boscosa (y que tenga vocación agrícola) o que se base en los residuos o subproductos de las plantaciones ya existentes.
Otros impactos ambientales se relacionan a los insumos que utilizan los cultivos y a los desechos de su procesamiento. El uso del agua, de los agroquímicos, el manejo del suelo, la generación de desechos sólidos y líquidos, son los que pueden tener un impacto ambiental significativo. Aunque no se puede llegar a un impacto cero, como en cualquier actividad humana, sí existen maneras de reducir los impactos de manera considerable.
En el caso de Guatemala, lo más práctico sería utilizar el etanol que ya se produce puesto que se basa en un subproducto de la caña de azúcar: la melaza. Se cuenta con medidas para reducir el impacto ambiental en sus distintas aristas, las cuales ya son suficientes para obtener certificaciones internacionales estrictas como Bonsucro y el ISCC europeo. Por esa razón se vende el etanol a mercados como Europa. Debido a que hay pocas áreas para expansión del cultivo (si fuera necesario por una mayor demanda de etanol), el riesgo de deforestación es bajo, afortunadamente, pero también implica que debe haber oportunidad de comprar a otros países. Los biocombustibles son una de las múltiples soluciones para que Guatemala contribuya a combatir el cambio climático, con beneficios económicos y en materia de salud también, pero deben mitigarse sus impactos al máximo.