Un viejo dicho popular hace referencia a la diversidad de gustos que pueden existir con respecto a algo. Una cosa, un paisaje o simplemente una forma de hablar. Ello, de acuerdo con la multiplicidad o cantidad de opciones de las que pueda disponerse, es decir, “en gustos se rompen géneros”. Con respecto a las manifestaciones artísticas que hoy puedan existir, el asunto va más o menos por ese rumbo.

En lo personal, a pesar de mi escasa formación en asuntos de técnicas o de historia del arte –lo reconozco– soy admirador de expresiones artísticas tan disimiles como interesantes. La pintura, la escultura, la música o las distintas corrientes literarias que han llegado hasta nuestros días, sin duda han contribuido a que los humanos veamos puntos de vista de nuestra propia existencia que quizá desconocíamos.

Hoy, una banana pegada con cinta adhesiva en la pared de una galería o una silla en la que alguien se sienta accidentalmente, pueden ser consideradas obras maestras que transmiten un mensaje que muchos tal vez no seamos capaces de entender. Y he allí un común e interesante cuestionamiento que muchos han realizado a lo largo de los años con respecto al arte: ¿el arte debe incomodar, transmitir mensaje o solamente entretener?

Hace poco se hizo popular la noticia de que un escultor italiano –cuyo nombre no soy capaz de recordar ahora– vendió una obra invisible por la módica suma de quince mil euros –en una subasta realizada en Milán–. El ganador de la subasta y comprador de la obra recibió un certificado de autenticidad con instrucciones precisas para exhibirla en un espacio vacío que no debía superar los 150 por 150 centímetros.

Según el autor, su creación, al igual que la música, puede percibirse a través del pensamiento, ya que está inspirada en el principio de incertidumbre de Heisenberg. Representa –dijo– un vacío lleno de energía. Ciertamente la excentricidad existe. Y aunque cada quien puede gastar su dinero como mejor le parezca o pueda, me pregunto qué opinarían al respecto sus compatriotas Miguel Ángel; Botticelli; Caravaggio o Rafael, si aún tuvieran la posibilidad de hacerlo.

Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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