En las últimas semanas, he tenido la oportunidad de asistir a un par de reuniones con artistas y escritores que han tenido la gentileza de invitarme a conversatorios sumamente agradables y enriquecedores. Además de los temas centrales en el ámbito de las letras cuyo abordaje fue la motivación inicial en ambos casos, también surgieron inquietudes –a manera de reflexión– acerca de cómo y en qué medida se aprecian y promueven en la actualidad el arte y la educación.
De más está indicar que –de manera unánime–, quienes estuvimos presentes tanto en una como en otra reunión, manifestamos ese desconcierto y descontento con respecto a la reducción que dichas áreas del quehacer humano sufren en la actualidad en el marco de los presupuestos de ingresos y egresos estatales y en la importancia que muchas veces se le da a tales disciplinas como parte de los currículos educativos, sea en el ámbito privado o sea en el público.
Ciertamente existen muchas necesidades que requieren atención e inversión pública de manera prioritaria y constante, pero no se debe perder de vista la importancia de fomentar e invertir también en aquellas áreas que enriquecen el acervo cultural y educativo de la población y que pueden hacer una gran diferencia de cara al futuro, en virtud de que es la gente el mayor activo del que puede disponer una sociedad y, por consiguiente, un país en su conjunto.
Mientras más juventud educada tenga un país, y también mientras más personas haya que aprecien el arte, las letras, la música y las expresiones culturales en general –en el más amplio y mejor sentido de la expresión–, probablemente menos delincuencia y quizá habrá caminando impunemente por las calles y avenidas que todos transitamos cotidianamente –dispénsese la simpleza de la figura retórica utilizada para ejemplificar el asunto–.
El arte, la música y la literatura sensibilizan y alimentan el alma –aunque decirlo pueda parecer exagerado y romántico–, y la educación, de más está decirlo, se constituye en una de las herramientas más poderosas para la consecución del desarrollo de los Estados. Un pueblo educado, sensible y con mayor capacidad de apreciación, está mejor preparado para enfrentar algunos de los retos de la vida en el marco de esa vorágine que supone vivir en sociedad.