Entre otras cosas, la pandemia de coronavirus que afectó al mundo hace muy poco tiempo, puso en evidencia realidades que van más allá de lo sanitario y lo económico. Entre estas realidades ―por ejemplo―, la verdad innegable de que si existiera voluntad (política, social, académica, personal, etc., según sea el caso), un mundo mejor sería  posible; hacer las cosas en función de una mejor vida para todos, sería posible. No obstante ―y aparentemente―, la naturaleza humana es tan complicada.

¿Cómo sería el mundo si tan sólo la mitad de todos los recursos que se destinaron a distintos rubros “inesperados, en ese marco” ―gastado o invertido, según las distintas apreciaciones que hayan surgido―, se destinaran a políticas públicas y programas mediante los cuales se buscara verdaderamente y de forma continua el desarrollo? Buenos sistemas de salud; educación pública de calidad, etc. ¿Cómo sería nuestra sociedad si ello se realizara sin necesidad de una emergencia mundial?

Sin embargo, como una cosa lleva a la otra, bueno es darnos cuenta de que todo en este mundo se encuentra interconectado de alguna manera, aunque no nos percatemos de ello. Desde la posibilidad de tener un buen sistema de salud o un buen sistema de transporte público ―que son dos cosas tan distintas, aparentemente―, hasta los cambios y efectos en el medio ambiente que obviamente inciden de forma directa incluso en la calidad del aire que respiramos diariamente.

Basta ver los efectos de cómo en distintos países con altos índices de contaminación, durante los meses de confinamiento, se observaron cielos más azules y despejados; ríos y playas con aguas más cristalinas; áreas silvestres, parques y reservas naturales con mayor afluencia de especies animales que normalmente son poco observadas, etc. Todo ello demuestra, entre otras cosas, esa interconexión y de qué manera una cosa lleva a otra.

Si de pronto la humanidad se viera diezmada considerablemente ―como en aquella novela de Stephen King―, muy probablemente el mundo y la vida cambiarían radicalmente en un santiamén. Por ello, preciso es considerar cómo las cosas cambian rápidamente: unas para bien y otras quizá no tanto. Cambios inevitables y algunos quizá impredecibles. Sin embargo, cuando un cambio ocurre, ello también puede suponer una oportunidad para mejorar, para ser un poco más sensibles, un poco más conscientes, un poco más humanos, quizá.

Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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