Era cerca del mediodía del sábado. Después de elegir opciones en una pantalla digital, tomé una pequeña boleta de papel con un número impreso para poder ser atendido. Me senté a esperar en una de las sillas vacías que estaban frente a otra pantalla, colgada en la pared. Anuncios, mezclados con historias de emprendimientos exitosos, hacían –quizá–, menos aburrida la espera.
“Me sentaré un momento aquí, a la par suya, si no le importa”, dijo de pronto una voz, a mi derecha. Volví el rostro hacia quien me hablaba y sonreí, tratando de ser educado, pero con pocos deseos de iniciar una conversación. Un hombre mayor que se apoyaba en un viejo bastón de madera con punta de caucho, me observó. “Ojalá nos atiendan pronto” –continuó– “la última vez que vine perdí casi dos horas”, dijo.
Volví a sonreír. Y dirigí la mirada hacia la pantalla en la pared para ver el número que estaban atendiendo. “A veces siento como si flotara –continuó hablando–, me cuesta caminar”, aseguró, con una extraña sonrisa resignada que no dejó de llamar mi atención. Lo observé sin entender a qué se refería. Y él pareció darse cuenta. Golpeó con el bastón una de sus rodillas. Y entonces entendí.
Un sonido sordo, de madera golpeando otra madera, se escuchó. No supe qué decir. Tan sólo lo observé, al tiempo que un cúmulo de pensamientos se agolpaban con rapidez en mi cerebro. El hombre empezó a bromear acerca de los piratas con patas de palo, con las piernas de Pinocho, y con no sé qué otras historietas más. Me sorprendió. No pude evitar reír en algún momento, y me sentí avergonzado por ello.
Él también rió. Y me pidió que no sintiera pena por reír con sus chistes. “Yo mismo me río” –dijo, “sería peor sumirme en lo contrario y perderme las cosas buenas que la vida aún me brinda”. Admiré esa suerte de fortaleza y resignación ante lo adverso. No todos los días tenemos la oportunidad de encontrarnos con un desconocido que, tal vez sin proponérselo, nos hace ver las cosas de otra manera.
Pero ya se sabe, la vida sigue siendo un misterio. Y aunque un poeta haya dicho alguna vez que todo depende del color del cristal con que se vea, lo cierto es que no todos apreciamos las cosas de la vida de la misma manera y con la misma entereza ante la adversidad. No me atreví a preguntar qué clase de accidente o enfermedad había padecido. Y conversé con él unos minutos más, antes de que llamaran su número.