Hablar de la desnutrición infantil es algo que trasciende lo que a simple vista podemos apreciar. Algo que afecta no sólo el presente de quienes la padecen, si no su futuro en el marco de una sociedad. Y aunque, claro, cualquier acción honesta y seria que se emprenda para contrarrestarla y llevarla a porcentajes más bajos es aplaudible, en tanto que problema social, ciertamente aún hay mucha tela que cortar al respecto.

Las causas estructurales y socioeconómicas del fenómeno son complejas. Y de larga data. Y si tomamos en consideración el hecho de que existen áreas (particularmente rurales) en donde la malnutrición infantil alcanza porcentajes alarmantes, la situación adquiere un matiz realmente preocupante de cara al futuro (de cualquier país en el cual se padezca).

La desnutrición afecta no sólo el estómago de los seres humanos –que usualmente es el hecho más obvio–, sino que incide a largo plazo y directamente en otros aspectos tanto físicos como psicológicos, cognitivos y del aprendizaje escolar: la estatura física, la propensión a adquirir ciertas enfermedades y afecciones cutáneas, la capacidad de concentración y retención de conocimientos, el agotamiento físico, entre otros.

Vale la pena preguntar ¿qué futuro espera a una sociedad cuyas nuevas generaciones tienen grupos de consideración que no logran suplir las necesidades mínimas de nutrientes indispensables para un buen desarrollo físico y de sus habilidades cognitivas? La solución –o búsqueda seria de soluciones– que permita cambiar la incertidumbre de panoramas tan sombríos y nefastos como el de la desnutrición infantil, siempre debe verse como prioridad.

El fenómeno se sumerge en una suerte de círculo vicioso en el que se encuentran íntimamente ligados otros padecimientos como la falta de empleo y la falta de acceso a educación y salud, convirtiéndose, unos y otros, en causas y también en efectos de un mismo mal que debe atacarse desde antes del nacimiento de un nuevo ser. Tarde o temprano, como todo en la vida, las consecuencias pasarán una alta factura.

Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

post author
Artículo anteriorUniversidades y política sucia
Artículo siguientePsicoanálisis depresión y angustia