Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Leí un artículo acerca de la vida de un músico famoso que falleció pocos años atrás en un hospital de Santa Mónica, California. Un músico que llegó a ser considerado como un ícono de los mejores guitarristas de su generación. De origen holandés y con raíces también asiáticas, Eddie Van Halen había formado ―con su hermano Alex―, una de las bandas de rock más populares en su momento, cuyos éxitos, todos (o muchos), hemos escuchado en más de alguna ocasión.

En días recientes, Alex ―Van Halen―, decidió publicar un libro en el que relata parte de la vida de su hermano, y de cómo surgió la famosa banda que los llevó a ser conocidos en prácticamente el mundo entero. A la misma banda pertenecieron también connotadas voces como David Lee Roth y Sammy Hagar, quienes, dicho sea de paso, no consiguieron en solitario el mismo éxito que tuvieron en su época junto a los hermanos Van Halen.

Yo viví una infancia y adolescencia escuchando las canciones de Van Halen; Quiet Riot; Scorpions; Bon Jovi; The Police; Eric Clapton y otros tantos que en este momento escapan a mi memoria. Algunos siguen vigentes, otros han desaparecido, dejando uno que otro éxito musical para el recuerdo; y otros más, han dejado toda una historia que sigue acompañando recuerdos y momentos que, como es normal, a veces se escabullen como suele escabullirse el agua entre los dedos.

El punto es que, las estrellas también se apagan cuando les llega el momento. En la vasta inmensidad del universo, el brillo de los astros disminuye con el paso inexorable de cada minuto. La decrepitud y las dolencias se apoderan de todo tarde o temprano. Y sólo entonces ―quizá― alcanzamos a comprender que el tiempo nos alcanza a todos; a veces sin estar preparados, a veces sin permitirnos pasar la página para encontrar un mejor capítulo siguiente.

Dice Murakami en uno de sus libros ―lo parafraseo― que a veces creemos que
los años se nos vendrán encima de uno en uno, anunciando cual reloj despertador los minutos que faltan para que llegue una hora determinada. Sin embargo ―indica el autor― te haces mayor de golpe, sin percibirlo, sin que ese despertador te anuncie de a poco los cambios o sucesos que habrán de venir. Quizá valga la pena considerarlo, y aprovechar mejor― disfrutándolo― cada minuto. El tiempo sigue su curso, aunque no lo percibamos.

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