Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Recuerdo que en mi infancia y adolescencia las telenovelas que solían verse por estos lares llegaban casi exclusivamente de México, Venezuela, Argentina o Brasil. Los cantantes de moda, en su mayoría, también eran de esos países, salvo algunos provenientes de España, quizá Italia, o casos muy particulares de esta parte del mundo que destacaban y se volvían famosos con mucho esfuerzo. Y no digo que no se produjeran telenovelas, programas de televisión o música en otros países del continente, sino que -por razones que desconozco, pero que se intuyen- resultaban poco atractivos para los empresarios que podían adquirir los derechos de explotación y, por consiguiente, no llegaban a los consumidores finales.

Los actores y actrices de las telenovelas producidas en esos países eran grandes estrellas  -por ejemplo- en Singapur, Indonesia o Filipinas, latitudes hasta donde dichas producciones llegaban y se convertían rápidamente en grandes éxitos comerciales. En la actualidad, las señoras asiduas a las telenovelas suspiran por actores esbeltos y barbados de nombres como Furkan, Engin o Burak; y sufren las desgracias de las nuevas cenicientas turcas que, a pesar de su belleza y éxito, siguen siendo lejanas. Las quinceañeras ahora piden fiestas de cumpleaños temáticas al mejor estilo K-Pop, y presumen en sus teléfonos celulares fotografías de jóvenes cantantes de ojos rasgados cuyos nombres probablemente son incapaces de pronunciar con propiedad.

Los muchachos, por su parte, aunque seguramente en más de alguna ocasión han seguido el ritmo de Gangnam Style, prefieren pasar horas en videojuegos provenientes de un continente asiático que se ha colado en nuestro día a día más allá del gusto por el chao mein. Y no estoy diciendo que eso sea algo malo, todo lo contrario. Lo traigo a colación como sencillo ejemplo de las vueltas que da el mundo y de cómo estas pueden cambiar las cosas en menos de lo que quizá podamos percatarnos de ello.

Los procesos de globalización que el mundo ha experimentado en los últimos lustros sin duda pueden ser un buen punto de partida para intentar dar una explicación al respecto, aunque tal vez no resulte plenamente satisfactoria para todos. El cambio en los gustos de los consumidores; las mejoras y avances tecnológicos; la aparición de nuevas figuras en el espectro artístico, el Internet, etc., también constituyen elementos que vale la pena considerar para entender el fenómeno. En fin, lo cierto es que los tiempos cambian, el mundo da muchas vueltas y, como reza un refrán popular que parafraseo: “Hoy estamos aquí, pero mañana, tal vez estemos allá”.

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