Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Hace varios años un avión propiedad de una línea aérea de Alaska tuvo un trágico accidente en el que falleció la totalidad de los pasajeros y tripulación. Fue un trágico accidente que pudo haberse evitado, según dijeron los investigadores algún tiempo después. Muchos de los accidentes que terminan en situaciones lamentables y trágicas, suelen tener un punto de partida que, las más de las veces, podría haberse extendido por un sendero distinto cuyo desenlace quizá habría sido otro.

Las investigaciones que luego se hicieron públicas, indicaban que todo comenzó con un tornillo que no fue engrasado oportunamente, a pesar de que en las evaluaciones de rutina la persona encargada había advertido la necesidad de cambiar aquel pequeño artilugio metálico que, aparentemente para alguien más, era tan insignificante que no necesitó el cambio ni el engrase sino hasta que el avión se estrelló con el resultado ya citado.

A veces, por las razones que sea, un pequeño sonido que detectamos en el motor de un vehículo no atendido oportunamente puede transformarse en la necesidad de un overhaul. Las molestias de una incipiente gastritis pueden llegar a convertirse en dolorosas ulceras estomacales cuyo tratamiento sea mucho más delicado y costoso. No regar y atender adecuadamente el pequeño ciprés frente a nuestra casa puede resultar en la necesidad de cortarlo y perdernos sus futuras bondades vegetales.

El punto es que, a veces, los seres humanos solemos ver las cosas de la vida como desde una ventana lejana que no nos es propia, una ventana con cristales gruesos a través de los cuales no pasa ni siquiera el sonido de las advertencias. Si lo dejamos así, luego alguien más se encargará de solucionar lo que haya que solucionar, y si no, el estruendo del accidente tal vez nos haga despertar de esa suerte de letargo que, por lo regular, es  nefasto.

Los accidentes ocurren todo el tiempo, ciertamente. En muchos casos pueden evitarse, pero la intencionalidad, la negligencia o los intereses oscuros suelen tener  connotaciones que dan giros sorprendentes a los acontecimientos. A veces, como en el incidente aéreo citado (que pudo se cualquier otro), la reparación de un tornillo cuyo valor monetario era de unos pocos centavos, tuvo un desenlace que nunca podrá cuantificarse en términos económicos reales. Vale la pena considerarlo en nuestro contexto.

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