Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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El vecino llegó hasta mi casa, y, amablemente, me obsequió una bolsa con diez o doce mazorcas de maíz tierno. “Para hervirlas no sólo hay que ponerles algo de sal”, me dijo, “también hay que agregarles una pequeña raíz de jengibre, ya verá qué buenos quedan”. Y sonrió, ante mi expresión de sorpresa e ignorancia al respecto. Honestamente, ignoro si aquella sugerencia está basada en algún verdadero fundamento culinario, o si solamente refleja el gusto de quien me obsequiaba aquellos recién cultivados vegetales. “En el jengibre está el secreto”, volvió a decir. Y me hizo recordar aquellas tardes en la casa de la abuela, cuando al final de la tarde los cocimientos se convertían en una suerte de bálsamo para el espíritu, y fuente de recuerdos vivos para los años que habrían de venir. “Si el niño no come, tal vez está empachado, dele una cucharadita de aceite con tres granos de sal, ya verá que mejora, en los tres granos de sal está el secreto”, decían las abuelitas. Quién sabe cuál es el fundamento científico de tal aseveración, pero es preciso seguir la receta al pie de la letra para que surta efecto. Si la situación no mejora, es porque la recomendación no se realizó como debía. Y nada tiene qué ver el tamaño de la cucharada de aceite o de los granos de sal, el color o la procedencia de ésta, sobre todo en estos tiempos modernos en que se puede adquirir sal rosada, sal negra, sal de mar, del Himalaya, y un sinfín de curiosas denominaciones que bien hacen pensar a los eventuales compradores acerca de las maravillosas propiedades que quizá puedan tener. “Si su árbol de aguacates no produce, dele un par de cinchazos el Sábado de Gloria, y asústelo, dígale que si no produce lo va a cortar. En los cinchazos está el secreto, pero recuerde: debe ser el Sábado de Gloria, no otro día”… He de reconocer que ciertamente he escuchado decir que hablarle a las plantas funciona, pero desconozco si el método aludido realmente puede hacer que un árbol de aguacates produzca, lo que tal vez es un asunto cuyo origen se encuentra (por ejemplo) en la botánica. En estos tiempos de algoritmos y de constantes avances tecnológicos, los llamados secretos de antaño o secretos de los abuelos, más allá del escepticismo y de ese inexorable paso del tiempo, siguen resistiéndose a desaparecer, incluso en las grandes ciudades, lo cual me parece maravilloso, sobre todo, visto desde un ángulo más bien cultural, ya que usualmente vienen acompañados de coloridas historias de fondo.

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