Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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No se puede negar que durante los pasados dos o tres años el avance y desarrollo de Inteligencia Artificial ha sido realmente sorprendente. Tal avance, a pasos agigantados, ha causado entusiasmo y expectativa en algunos sectores, pero temor y preocupación en algunos otros, lo cual resulta un asunto bastante lógico, incluso si partimos de la simple idea de que existen diferencias en las formas de ver las cosas cotidianas de la vida. Y, aunque tanto uno como otro bando (por denominarles de alguna manera) pueden tener razones fundadas para adoptar tal o cual postura con respecto a la Inteligencia Artificial, lo cierto es que en muchos casos el temor a algo puede ser un producto del desconocimiento, de lo incierto, de no saber hasta dónde puede ser capaz de llegar aquello a lo que le tememos, preocupación lícita en virtud de que nadie nace sabiéndolo todo, como reza una sentencia popular, ni siquiera la Inteligencia Artificial cuya existencia se ha basado desde su aparecimiento en la repetición de directrices, en la replicación de acciones basadas en algoritmos o patrones previamente establecidos con un fin determinado. Quizá sea allí en donde hay que ver con atención, puesto que una cosa es saber cómo actuar ante una situación, disyuntiva o problema determinado; y otra muy distinta que una Inteligencia Artificial actúe, en esa misma situación, disyuntiva o problema determinado, con base en reglas que le han sido previamente dictadas como parte de un programa que quizá aporte mucha lógica, pero muy poca (o ninguna) naturalidad. William Blake escribió alguna vez que la imaginación no es un estado, sino que es la existencia misma (lo he parafraseado). En tal sentido, la IA tiene una existencia innegable, es decir, existencia definida estrictamente en términos materiales o de ocupación de espacio en un sitio físico o virtual, pero la imaginación es otro asunto, una cuestión más difícil de definir y de abordar por cuanto que se supone es parte de un monopolio solamente humano. La imaginación, por lo tanto, tal como se describe actualmente, en un sujeto basado en IA procedería no de sí mismo, sino de patrones pensados antes por un ser humano y añadidos a un algoritmo que le indica la manera de actuar en determinada circunstancia, es decir, no conoce, porque conocer implica  vivencia…, y esa es la otra gran cuestión y discusión al respecto.

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