Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Dostoievski dijo alguna vez que el secreto de la vida está no sólo en vivir, sino en saber para qué se vive. Las opiniones al respecto, más allá de la significación que quiera dársele al concepto secreto, seguramente abundarán y serán tan diversas como disímiles (e incluso contundentes en muchos casos).

Lo mismo ocurre cuando se intenta indagar, por ejemplo, en las razones o motivos por los cuales en la actualidad se elige una u otra disciplina de estudio. Las modas y las tendencias en alguna red social de internet, en tal sentido -hay que decirlo-, parecieran no ser tan benévolas o halagadoras en el estricto sentido de la expresión de cara al futuro.

Hoy es muy común encontrar en cualquier sitio referencias a algoritmos o corrientes tecnológicas de avanzada (y no digo que sea algo malo per se), lo cual representa un amplio abanico de posibilidades cuyo rumbo se asume como desarrollo y búsqueda de bienestar social, es decir, avance y búsqueda motivados por eso que ha movido a la humanidad desde siempre: la curiosidad y la necesidad de descubrir nuevos y modernos satisfactores a las demandas básicas y elementales de nuestra propia existencia humana en términos de subsistencia física.

Pero, qué ocurre con ese misterio que nos hace humanos cuando nos alejamos de aquello que nos permite ser sensibles y experimentar la vida desde ángulos que van más allá de un algoritmo. Hubo una época en la que conocer un poco acerca de arte, de música o de poesía era una cuestión importante.

La neblina de los años y la distancia, sin embargo, parece haber producido una suerte de amnesia cuasi tecnológica al respecto. A pesar de tener mucha de esa información al alcance de un clic (o de un toque del dedo sobre la pantalla de un celular) en muchos casos, nuestros minutos en internet se consumen las más de las veces con muy poca productividad cultural, entendida dicha productividad como aprendizaje o aprovechamiento de conocimientos de eso que en conjunto comúnmente denominamos cultura.

Aristóteles creía que adquirir cultura nos hace mejores, así lo indica David Brooks en su ensayo breve “Cómo consumir cultura nos hace mejores personas” (The New York Times, International weekly, 04/02/2024), premisa que, sea cierta o no, quizá valdría la pena considerar.

El aprendizaje de conocimientos ligados a ramas de la cultura sin duda contribuye o coadyuva a que tengamos mayor sensibilidad ante las pequeñas cosas de la vida, esas que suelen ser intrascendentes, pero que nutren el alma y nos permiten disfrutar sin mayores pretensiones de cada instante. Quizá valga la pena recordarlo de vez en cuando… Quizá.

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