“El tiempo suele ir de prisa”. Ese fue el comentario de un muy querido amigo que no pudo dejar de maravillarse ante la celeridad con que a veces ocurren los cambios en este mundo agitado y moderno en el que parecieran haberse convertido de pronto, de manera inadvertida, nuestras ciudades (o muchas de ellas). “Acaban de pasar las fiestas patrias y pronto estaremos viendo muñecos de nieve (artificiales) en las entradas de las tiendas, ya verás”, me dijo. Y no pude evitar reír ante la ocurrencia, que no deja de tener algo de verdad. En muchos de nuestros países latinoamericanos, esa suerte de manía urgente que usualmente viene acompañada de un constante bombardeo de publicidad nos hace anhelar la próxima celebración cuando aún no ha terminado siquiera de pasar la anterior. Y, ciertamente, falta muy poco para que en estos lares más bien tropicales (o eternamente primaverales, según muchos) empecemos a ver escaparates felizmente decorados al mejor estilo nórdico: renos, santas, muñecos de nieve y finos copos blancos estilizados y dibujados con esmero en los cristales de almacenes y hogares de aquí y allá. Se ve bonito y nostálgico, para que negarlo. Pero no deja de convertirse en un punto de partida para el cuestionamiento de en qué momento el final del año fue adquiriendo esa suerte de sincretismo en el que ahora resulta muy normal la convivencia de la nieve artificial con el tamal y el ponche. La cena de medianoche en Noche Buena, en muchos hogares, ahora es el pavo horneado, un suculento ovíparo que a muchos aún les aletea desde su lugar de crianza en alguna granja, como recordatorio de que las tarjetas de crédito empezaron a inflarse de nuevo con alarma y que el próximo enero (como siempre), traerá una cuesta difícil de escalar llena de listados con útiles, uniformes y colegiaturas. Pero se volverá a empezar, como el año anterior. Y la rueda continuará su marcha tal como lo ha hecho cada año, con su nieve artificial y sus frosty inflables. Y Alegrará los corazones. Y marcará un antes y un después. Y nos recordará con dureza que mientras unos tengan ese pavo en su mesa, otros no tendrán siquiera qué comer. El tiempo suele ir de prisa, sin duda, pero eso apenas lo percibimos. Afortunadamente, aún le quedan poco más de tres meses al año, suficientes para esperar cada siguiente celebración antes de que se vaya la anterior. Aunque no todos podamos festejar igual.