Adolfo Mazariegos
Para esbozar consideraciones en torno al concepto ‘Democracia ‘, por muy breves que sean, prudente es partir de aquella idea con que los clásicos exponían su forma de pensar al respecto, es decir, la Democracia se encuentra inscrita en ese cúmulo de conocimientos filosóficos de los que se desprende casi toda la teoría que hoy día utilizamos en diversas áreas del quehacer científico-social. No obstante, esta (la democracia), tiene un sentido muy distinto al de su génesis en tiempos de Platón o Aristóteles, por ejemplo. La Democracia ha padecido a lo largo de su existencia malas interpretaciones conceptuales cuyo significado teórico difiere considerablemente de lo que en realidad se ha logrado llevar a la práctica (por decir lo menos), y que, por consiguiente, ha dado lugar a nuevas y reiteradas confusiones en lo que hoy día “percibimos” como democracia. Adicionalmente, han existido acciones deliberadas en función de intereses particulares o grupales bien definidos a lo largo de la historia cuyo fin último es la retención del control de una manera más o menos estable (muchas veces tras bambalinas). Este conjunto de acciones premeditadas o interpretaciones erróneas de la Democracia, -según sea el caso-. Con base en ello, pareciéramos estar ante una serie de pasos previos a la consecución de una verdadera democracia, sin avanzar más allá de lo estrictamente necesario para que todo se mantenga en un estado de permanente transición. En tal sentido, aunque suene a disparate, no se puede afirmar con seriedad la existencia de “algo” si no se han dado todas las condiciones y se han cumplido todos los requisitos y pasos previos para la consecución de “ese algo”. Una cosa es la intencionalidad o los procesos adoptados para la consecución de un fin (la Democracia en este caso), y otra muy distinta el ejercicio pleno tras la consecución de dicha finalidad. De tal suerte, lo que hoy día se vive como Democracia, quizá sea más bien y en todo caso, un prolongado período de transición hacia ella, sin que esta haya sido aún alcanzada plenamente. Nos hemos acostumbrado tanto a escuchar hablar de la democracia en términos de ese poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, que rara vez nos hemos detenido a cuestionar la veracidad de los postulados que le dan vida. Por supuesto, los países desarrollados tampoco escapan a esta vorágine, y como prueba de ello, se puede traer a colación la preocupación que destacados pensadores de actualidad manifiestan en torno a lo que han dado en llamar “una crisis” por la que atraviesa la democracia mundial. No hay que pasar por alto el hecho de que, históricamente, ha sido desde allí, desde los países desarrollados, desde donde han salido muchas de las corrientes de pensamiento en las que hoy se basa la mayor parte del pensamiento moderno.