Adolfo Mazariegos
Si nos retrotraemos en la historia y aceptamos como válida la premisa aristotélica del zoon politikón, nos encontraremos con que, con base en dicha premisa, es imposible abstraerse o sustraerse de la política como práctica humana, es decir, la práctica en virtud de esa capacidad de la cual solamente el ser humano puede hacer gala en tanto que ser social-racional. No obstante, en la actualidad es bastante común escuchar términos o expresiones como la anti-política, una denominación que remite, por simple asociación de conceptos y de una manera bastante obvia, a posturas o puntos de vista contrarios a la política y a su ejercicio. Sin embargo, con base en la premisa aristotélica aludida, la política está presente, queramos o no, en todos (o casi todos) los ámbitos de la vida humana en sociedad. Ahora bien, si nos referimos al término ‘politiquería’, como práctica utilizada para acceder al poder gubernamental o para ejercerlo y/o mantenerlo de acuerdo con determinados intereses particulares o personales, ciertamente, diríamos que es un asunto distinto y tristemente muy extendido en la actualidad. En tal sentido, convendría pues, hacer una distinción (aunque fuere breve y somera), entre la política en el marco de las ciencias sociales, y, aquellos pasos que eventualmente se dan en la práctica en un sistema político como mecanismo para acceder a puestos de elección popular. De esa cuenta, la política, desde la óptica de la academia, debe ser vista como la ciencia (social) que nos ayuda a organizar la sociedad mediante un conjunto de procesos y prácticas para la toma de decisiones que regulan las relaciones de poder y las demandas que supone la convivencia colectiva humana, buscando la satisfacción de estas demandas cuya finalidad debiera ser, se supone, el bien común. La política es, por lo tanto, la ciencia del bien gobernar (arte, quizá también para algunos). Adicionalmente, la política debe estudiar, sistematizar y por supuesto proponer soluciones con respecto a esas relaciones de poder que se dan en toda sociedad. En la actualidad es innegable que existe un descontento creciente con respecto al desempeño y a las acciones a veces reprobables de quienes se autodefinen como políticos (y con quienes ocupan cargos en la función pública), cuyas acciones y maneras de “hacer política”, generan creciente descontento de la ciudadanía cuyas expectativas y necesidades no se ven cumplidas. La política va más allá de intereses personalistas, clientelares o de grupos aislados que ejercen una particular forma de poder al que a veces nos vemos sometidos… Y eso que ha dado en llamarse la anti-política, por lo tanto, muy a pesar del zoon politikón aristotélico, no es más que una de las manifestaciones con que suele expresarse ese descontento popular.