Adolfo Mazariegos
En los primeros días de octubre de 2014 apareció publicada por primera vez esta suerte de ventana de letras semanal que en pocos días cumplirá los ocho años. Aquel primer texto giraba en torno a una sencilla pregunta: ¿qué es normal?, tomando en consideración, por supuesto, que la respuesta a tal interrogante seguramente dependerá de los parámetros que utilicemos para definir nuestro propio concepto de normalidad. Y en ese sentido, la pandemia que nos ha afectado de alguna manera a todos en los más recientes años (o casi todos) es quizá uno de los mejores ejemplos al respecto. En más de alguna ocasión, y en algún momento de nuestra vida, (independientemente del tema), todos los seres humanos seguramente nos hemos preguntado qué es normal y qué no lo es, pero, lo normal para unos, puede no serlo necesariamente para otros). Sin embargo, hay cosas que no necesitan mucha comparación porque en gran medida resultan evidentes, más allá de esa normalidad o anormalidad según sea el caso, por ejemplo: para mí puede no ser normal ver en la calle guardias de seguridad de empresas privadas, en moto, llevando grandes escopetas con el cañón apuntando hacia cualquier lado, mientras los niños que pasan y los ven se preguntan en qué mundo vivimos (y en cuál viviremos dentro de unos años), pero quizá alguien piense que eso es normal, más allá de la necesidad de su existencia por diversas razones. Para mí quizá no sea normal, pero en distintas partes de nuestra América Latina tal vez parezca “normal” escuchar en las noticias que se han perdido toneladas de alimentos mientras cientos (sino miles) de niños mueren de desnutrición en nuestros pueblos y ciudades cada día. Para mí puede no ser normal, pero en muchos de nuestros países abundan leyes inútiles, obsoletas, que nunca han sido derogadas a pesar de esa inutilidad y anacronismo de su existencia. Para mí sin duda no es normal, pero en este hermoso continente existen sitios donde muchos quizá vean como “normal”, que la tasa de niñas embarazadas y dando a luz se incremente sin que se le ponga verdadera atención al asunto… En fin…, la lista podría convertirse fácilmente en un cuento de nunca acabar. Y aunque no pretendo aseverar aquí ninguna posición al respecto (aunque la tengo, claro está), es innegable que nuestra percepción de la normalidad está sufriendo cambios que a lo mejor aún no somos capaces de entender. Pero, insisto: lo normal para unos, puede no serlo necesariamente para otros, y viceversa. Quizá se esté haciendo normal que normalicemos lo que no es normal, aunque parezca chiste, quién sabe…