Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

No hace mucho tiempo planteaba una interrogante con respecto a la capacidad o incapacidad (según se vea) que podría tener el ser humano para controlar -o por lo menos entender- la vorágine de eventos que seguramente vendrían con el avance de lo que como humanidad “hemos” creado: esa maravilla de la ciencia que hoy denominamos Inteligencia Artificial. La forma en que tal inteligencia entiende las cosas y su forma de actuar o proceder en función de ese entendimiento, ciertamente, sigue siendo un misterio.

Y en esa dinámica, el simple hecho de utilizar la palabra “hemos” para referirnos al tema, puede generar controversia, en virtud de que si bien probablemente no hayamos tenido parte activa en los procesos y procedimientos científicos que nos han llevado hasta donde estamos, más que como usuarios o espectadores quizá, somos parte de la humanidad, y ello nos convierte automáticamente en una suerte de contraparte (por denominarle de alguna manera), quizá antagónica, de esa inteligencia que ha sido creada a partir de experimentaciones que seguramente distan mucho de la forma en que el ser humano ha obtenido su propia inteligencia. Un poeta muy querido me escribió luego de leer aquella interrogante, y, palabras más, palabras menos, me decía que desde su perspectiva particular no creía que el desplazamiento del ser humano por parte de alguna Inteligencia Artificial llegara a ser posible, puesto que la inteligencia humana era un asunto muy complejo que sería muy difícil superar a partir de lo artificial (lo he parafraseado).

Puede ser que tal apreciación esté en lo correcto, pero también puede ser que no. Y en ese sentido, vale la pena darnos cuenta de que la IA es algo con lo que ya convivimos desde hace un buen tiempo, nos hayamos percatado o no, participemos en su desarrollo o no, lo aceptemos o no. El escritor estadounidense Dan Brown realizaba un cuestionamiento parecido mediante la replicación de un artículo en una de sus redes sociales hace tan sólo unos días.

Y el maestro Juan Villoro, en uno de sus textos breves recién publicado, reflexiona con respecto a la coexistencia de lo mágico, lo religioso y lo científico en nuestra época, haciendo alusión a lo que la ciencia explica, que es solamente aquello que conoce, mientras la superstición explica aquello que ignora. Villoro da un punto de partida interesantísimo para el análisis a partir de esa apreciación, aplicable a todo lo que aún desconocemos hoy de la Inteligencia Artificial. La IA llegó para quedarse, sin duda, y quizá no sea de allí de donde deban partir los cuestionamientos e interrogantes, sino, en todo caso, quizá el punto de partida deban ser las posibilidades y fines para los cuales tal inteligencia se desarrolle, que, ciertamente, podrían ser incontables. Quizá valga la pena pensarlo.

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