Adolfo Mazariegos
Hace uno o dos años comentaba en un breve artículo acerca de la transitoriedad del poder, lo absurdo que a la larga resulta aferrarse a esa idea de que todo es para siempre. Nunca, en realidad, es para siempre, como dice una popular canción. Y en ese marco de ideas, es innegable que el aparecimiento de la pandemia aún en curso ha venido a trastocar los esquemas de poder y su ejercicio en prácticamente el mundo entero. Las circunstancias para unos y para otros han cambiado. Y las piezas en los tableros políticos a nivel global se han movido con base en estrategias que, en muchos casos, obedecen a la coyuntura por la cual estamos atravesando como humanidad. En tal sentido, el poder, entendido someramente como esa dinámica en la que unos tienen, en mayor o menor medida, la capacidad de que otros hagan o dejen de hacer algo (sobre todo en el marco de la política), se ha visto modificado en virtud de diversos factores que de alguna manera han alterado tal dinámica. La incursión de actores que tradicionalmente se habían mantenido al margen y el aparecimiento de otros que hace tan sólo unos años no eran visibles (aunque existieran), ha modificado los escenarios de los Estados mismos y permeado incluso sus estructuras, lo cual, como es de suponer, parece ir de la mano con esa concepción o percepción de la política que la ha ido convirtiendo en una finalidad en sí misma, es decir, incursionar en el ejercicio de la política se ha convertido en muchos casos en un mecanismo para acceder a botines jugosos e ilícitos o para sumar cuotas extras de poder que nada tienen que ver con la finalidad de la política en sí, y mucho menos con dicha disciplina desde el punto de vista de las ciencias sociales. En el marco de la práctica política, el concepto poder está relacionado con el de autoridad y con el de legitimidad, y estos dos últimos hacen una gran diferencia en la utilización de ese poder que, de ninguna manera es ilimitado ni para siempre. Es preciso comprender, por lo tanto, que todo poder es pasajero, transitorio, efímero. Y como dicen los viejos refranes que son reflejo de la sabiduría popular que a veces olvidamos que existe: “el mundo da muchas vueltas. Lo que hoy quizá consideramos muy sólido, mañana podría rápidamente transmutar al estado gaseoso. Ni las pandemias, ni las coyunturas, ni el transcurrir del tiempo, debieran ser excusa para los desmanes, para el irrespeto, para el aprovechamiento de la buena voluntad o para abusar del poder que quizá tenemos y que tal vez podemos ejercer con respecto a otros en algún momento. Todo poder, ciertamente, es transitorio.