Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

“Pero, ¿qué es poesía?” La pregunta surgió mientras conversábamos en aquel amplio patio adornado con plantas y macetones que a ratos hacían evocar lejanos tiempos, un sitio con nombre de ave zancuda localizado en el centro histórico de la ciudad, a muy pocos pasos de la Plaza Central en donde vendedores ambulantes seguramente ofrecían a los transeúntes las golosinas que aún no habían conseguido vender. Nosotros, cinco en total, en torno a una de las mesas de aquel lugar, bebíamos café, y veíamos sin ver el paso del tiempo cuyo tránsito era fácil comprobar con sólo reparar en el manto gris, oscuro, que empezaba parsimoniosamente a caer sobre los tejados. “¿Y tú me lo preguntas?”, quizá hubiera cuestionado Bécquer también al escuchar tal interrogante. Pero yo, con la taza de humeante café en la mano, recordé aquel brevísimo video que una apreciada amiga me había compartido apenas un par de días atrás, un video cuya procedencia inicial y propiedad intelectual desconozco. Creo que fue grabado en Ecuador, pero bien pudo suceder en Argentina, Guatemala, Colombia o cualquier otro país de nuestra América Latina. Un video que me resultó sumamente conmovedor y revelador de la conducta humana. Y me hizo brevemente meditar en las acciones que a veces no somos del todo capaces de entender, aunque queramos. La grabación muestra la experiencia de un pequeño niño (seis o siete años de edad quizá) que, gracias a uno de esos pequeños aparatos auditivos con los que afortunadamente cuenta hoy la humanidad, escucha por primera vez a quienes en ese momento le hablan a su alrededor. El niño, con una indescriptible pero maravillosa expresión en su rostro infantil, levantando su dedito pulgar, se echa a llorar abrazando con todas sus fuerzas a (supongo), alguien de su familia que observaba de cerca todo lo que ocurría. ¿No es eso, acaso, también poesía? ¿No resulta la sonrisa o el llanto emocionado de un niño, también una suerte de vívida poesía? Quizá con formular preguntas tan simples como estas nos alejemos de la concepción académica o entendida de lo que se acepta como poesía, es decir, aquella “composición literaria que se concibe como expresión artística de la belleza por medio de la palabra”. “Poesía eres tú”, remataría, quizá, Bécquer. Y nos acercaría tal vez un poco a la idea de que se puede encontrar poesía en todos lados, a toda hora, en el llanto emocionado de un niño; en los ojos aguados de una madre; en la despedida de quien no sabe si volverá; en los reencuentros; y en cualquier circunstancia que no necesariamente se apegue a la métrica o cadencia de un verso. Allí, también, seguramente habrá poesía. “Podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía”, lo dijo un poeta.

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