Adolfo Mazariegos
En los días que corren es bastante común escuchar hablar de Inteligencia Artificial (o IA), casi como escuchar llover o como escuchar comentarios de política o economía en algún noticiero de radio o televisión. Y lógico es, por lo tanto, que también surjan inquietudes o interrogantes con respeto al tema, cuyas respuestas, muchas veces, ni siquiera se nos es dado satisfacer, a pesar de haber dejado ya de ser una cuestión de futuro, una cuestión de la que hace tan sólo cincuenta o sesenta años la humanidad veía como desde la distancia, como desde una lejanía que quizá no alcanzaríamos a ver con nuestros ojos sino solamente a través de libros o películas futuristas, a veces distópicas, que hacían imaginar uno y mil escenarios quizá apocalípticos de aquello que tal vez no alcanzábamos a comprender. Sin embargo, a través de la historia y de manera casi imperceptible, la humanidad ha hecho parte de su propia vida todo aquello que quizá en un principio rechazó, todo aquello que como producto del avance de la ciencia y la tecnología en muchos casos ha llegado a ser incluso indispensable. Hoy, por ejemplo, los teléfonos móviles, tan sofisticados y utilitarios, se han convertido en una suerte de extensión de nuestro propio cuerpo, un pequeño dispositivo que ya no es solamente para realizar llamadas telefónicas sino también para llevar a cabo un sinfín de actividades que están a nuestro alcance con tan sólo pulsar en una pequeña pantalla (es decir, quienes tenemos acceso a tales tecnologías por supuesto, en virtud de que la brecha digital sigue siendo hoy de proporciones verdaderamente considerables, pero ese es otro asunto). En muchos hogares de las ciudades modernas, se suele calentar el almuerzo o los bocadillos de media mañana, en un aparato de microondas (o microwave oven, si queremos que suene más sofisticado); las películas y series de moda las visualizamos en una plataforma digital en la que un algoritmo nos hace recomendaciones de películas similares o series que quizá de otra manera ni siquiera imaginaríamos que existen; las redes sociales de Internet, nos ofrecen y sugieren productos y servicios que, mediante otro algoritmo, suponen que podrían ser de nuestro interés. Los autos autónomos; las laptops; los videojuegos; los drones, las cámaras fotográficas digitales; las bocinas y aparatos de sonido; los automatizadores de hogares; las aplicaciones de banca en línea; las cámaras de tránsito en las esquinas; (y la lista podría extenderse mucho más), todo utiliza ya algún tipo de inteligencia artificial que, queramos o no, nos hayamos dado cuenta o no, forma parte de nuestro día a día, de ese devenir que muchas veces asumimos como el simple avance natural de la ciencia y la tecnología que nadie puede detener. La pregunta, por lo tanto, no debiera ser “cuándo”. La pregunta quizá debiera realizarse en función de “para qué”, y “cómo”.