Adolfo Mazariegos
El sábado recién pasado tuve la maravillosa oportunidad de formar parte de una breve y sencilla (pero formidable) charla, cuya temática giraba en torno a la figura del ser humano desplazado, es decir, aquella persona que, en el marco de la convivencia social, por causas diversas y ajenas a su voluntad, puede verse obligada a dejar su lugar habitual de residencia para movilizarse a un sitio distinto dentro o fuera de su propio país. En tal sentido, el término desplazado, no obstante, esa suerte de movimiento migratorio en el cual se ve inmerso quien deja su hogar para buscar asentarse en otra plaza, también tiene otras formas de interpretación, más allá de lo puramente social en tanto que fenómeno migratorio. El término también implica, por sí mismo, factores políticos, económicos, históricos y un largo etcétera que quizá sería innecesario enumerar. El desplazado, mientras se da ese proceso de desplazamiento, muchas veces se convierte en un migrante que atraviesa por múltiples peripecias para finalmente convertirse, una vez en su lugar de destino (previamente visualizado o no), en el inmigrante que quizá nunca volverá a su terruño, al lugar aquel que le vio nacer y que de alguna manera sigue sosteniendo con sus aportes económicos periódicos y valiosísimos, incluso, para la economía misma del Estado que le ha visto partir. Un desplazado, en el contexto que aquí nos ocupa, no se va solamente porque quiera. Las más de las veces (hay excepciones, claro) se va por las necesidades que quizá produce en su particular entorno la violencia, la falta de empleo, la ausencia de acceso a la educación, y hasta los fenómenos climáticos que muchas veces hacen imposible seguir habitando determinados lugares particularmente rurales y alejados de las grandes ciudades. En términos académicos, las definiciones de migrante y desplazado quizá difieran considerablemente en su origen etimológico y en su significado (aunque estén íntimamente relacionados), pero en la práctica de la realidad del día a día, la diferencia probablemente sea una línea tan fina, tan delgada, que hasta tiendan a confundirse uno con otro, sobre todo, cuando la falta de voluntad política es inexistente como para reconocer con valentía y honestidad la existencia de tales fenómenos sociales cuya atención es sencillamente imperante. Las economías de numerosos Estados latinoamericanos en la actualidad se mantienen a flote, en un considerable porcentaje, gracias a los aportes o remesas económicas de sus emigrantes, y eso, no es decir cualquier cosa… En fin… En estos convulsos tiempos en los que la búsqueda de héroes pareciera ser una constante, ¿acaso no valdría la pena volver la vista hacia quienes con sus actos -quizá heroicos- dan un espaldarazo a quienes han dejado atrás, sin saber si un día volverán a verlos?