Adolfo Mazariegos
Si nos detenemos un momento a pensar en la normalidad o anormalidad de las cosas -según sea el caso-, independientemente del tema que haya motivado la realización del cuestionamiento, seguramente concluiremos en que todos (o casi todos) los seres humanos de este mundo moderno en el cual nos ha tocado vivir, nos hemos preguntado alguna vez qué es normal y qué no lo es.
Y al hacerlo, quizá la respuesta que hemos obtenido ha dependido del parámetro de comparación que hayamos utilizado para tratar de encontrar esa respuesta anhelada. Lo normal para unos, puede no necesariamente serlo para otros. Y muy probablemente nunca lleguemos a ponernos realmente de acuerdo en una postura unívoca de pensamiento al respecto.
Ya lo refiere de alguna manera el dicho popular basado en el pensamiento de Campoamor (1817 – 1901) que advierte sobre la posibilidad de ver cosas diferentes en un mismo sitio si lo vemos con cristales diferentes o de distinto color. “Nada es verdad ni mentira, dice el pensador, todo es según el color del cristal con que se mira”.
En ese marco de ideas, que también puede resultar controversial por distintas razones, y habiendo hecho la salvedad correspondiente, valga decir que para unos puede ser muy normal entonces, por ejemplo, ver altos índices de desnutrición infantil sin que se tome conciencia de lo nefasto y perjudicial que tal fenómeno puede resultar a largo plazo para la sociedad en su conjunto y para el desarrollo integral de un Estado.
Habrá quienes, por el contrario, verán tal situación como una cuestión que no es normal (me cuento en ese grupo), por cuanto que el hecho de que algo sea común, constante o condicionado por determinadas circunstancias como la pandemia en curso, que hoy es utilizada por muchos como excusa ante la incompetencia, la falta de voluntad, la insensibilidad y la corrupción, no les convierte en cuestiones normales, por lo menos no desde la óptica y color del modesto cristal con que yo lo veo.
En fin, lo normal, como ya se adelantaba, puede ser algo distinto para cada uno, un concepto que más allá de las letras que componen la palabra, encierra un misterio al que muchas veces no se nos es dado acceder con facilidad. Por ello, en estos (para muchos) aciagos días en que la incertidumbre y la zozobra están a la orden del día, hablar de un regreso a la normalidad puede resultar una suerte de oxímoron, una suerte de recurso innecesario para referirnos al estado de cosas en el que vivíamos hace tan sólo dos o tres años, y en el que quizá ya nos habíamos planteado, en más de alguna ocasión: ¿de qué hablamos cuando hablamos de normalidad?