Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

No cabe duda de que los dichos y refranes populares son el reflejo de grandes realidades cotidianas; el reflejo del paso del tiempo y de experiencias fundamentales que bien pueden tomarse como puntos de partida o referencia para nuevas realidades. Uno de estos refranes advierte sobre los peligros de transferir (de forma poco meditada), el poder soberano del que en los regímenes democráticos está investido el pueblo. Es decir, transferir el poder ciudadano sin al menos considerar un poco el asunto a la hora de emitir el sufragio en un proceso eleccionario. No hacerlo (no meditarlo) puede acarrear consecuencias desagradables después (por no decir nefastas o desastrosas las más de las veces). Otro dicho similar advierte, en muy pocas palabras, acerca de la corrupción y del hecho trascendental que supone dar o transferir poder a alguien: “darle poder a alguien no necesariamente lo corrompe, tal vez ya está corrompido (corrupto) y solamente se está mostrando como verdaderamente es”. Esa, desde luego, no es una regla general, justo es decirlo. Y, en honor a la verdad, todos en nuestra vida, en mayor o menor medida, ejercemos algún tipo de poder. Sin embargo, pensar en el asunto concienzudamente, pone sobre la mesa dos cuestiones muy importantes a tomar en consideración y que no debieran subestimarse dada su misma trascendencia. La primera, esa capacidad de la ciudadanía para organizarse y para reclamar su derecho a exigir cuentas claras y un actuar transparente por parte de la denominada “clase política”. La segunda (que está íntimamente ligada a la primera), es el conjunto de las motivaciones reales de quienes deseen acceder a cargos de elección popular, sea diputaciones, alcaldías o la misma presidencia o vicepresidencia de la república, o inclusive funcionarios que son nombrados por los organismos de Estado. Valga decir, en tal sentido, que un gobernante, congresista o funcionario público puede ser recordado de muchas maneras: unas buenas y otras no tanto. No obstante, indiscutiblemente, la peor de ellas es sin duda que sea recordado como alguien que sale repudiado por su pueblo. Por ello, quizá no sea tan mala idea eso de prestar un poco de atención a la sabiduría de los años que permanece en breves y sencillas sentencias populares que advierten acerca de los peligros de actuar a la ligera, los peligros de actuar sin pensar y sin visualizar mínimamente y sin egoísmo el futuro que mañana pueden experimentar quienes puedan venir siguiendo nuestros pasos. Las advertencias de los dichos y refranes populares, como ya se adelantaba, también llevan implícita la invitación a involucrarse en la toma de las decisiones trascendentales que nos afectan a todos, una invitación a no transferir el poder sin al menos meditarlo un poco. Vale la pena, sin duda.

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