Adolfo Mazariegos
El término ‘demagogia’, en el marco del acontecer cotidiano de una sociedad, a pesar de que es algo con lo que de alguna manera todos convivimos prácticamente a diario (particularmente en época de elecciones), no es precisamente algo muy común, contrario a lo que ocurre con su práctica o su utilización, que, como ya se intuía frases arriba, pareciera ser una práctica aceptada a la que nos hemos acostumbrado casi sin percatarnos siquiera de ello. Valga decir que dicho término encierra un significado que sin duda puede resultar controversial, y que, en el marco de lo político y del ejercicio de la política (que no son lo mismo, hay que decirlo), está asociado a ofrecimientos irrealizables, a promesas que estimulan los sentimientos de la población mediante falacias, omisiones, falsos dilemas, medias verdades, etc.
Todo eso que usualmente vemos en campañas políticas en el marco de procesos electorales. Pero, se supone que, una vez haya concluido dicho proceso, el candidato o los candidatos que hayan hecho uso de tal “herramienta, táctica, estrategia, etc.”, (como quieran denominarle) para obtener el voto popular, dejen de utilizarla, en virtud de que ya no les es necesario puesto que el objetivo es, en ese caso, ser electos, dentro del variopinto abanico de posibilidades que usualmente nos es dado contemplar. Por ello, previo a encaminar pasos a urnas electorales nuevamente, preciso es tomar en consideración el hecho de que un demagogo aprovecha el uso de dicha práctica (demagogia) para llegar a la gente y hacerle creer uno y mil cuentos fantásticos que, con el correr del tiempo, las más de las veces, se convierten en esa simple retórica con la que se construyen muros en contra de los que choca una y otra vez el pueblo utilizado, aunque eso, ciertamente, no es algo nuevo, es decir, no se está descubriendo el agua azucarada con traerlo al papel quizá a manera de sencilla reflexión.
No obstante, cuando vemos las mismas formas de actuar; los mismos discursos vacíos con los que se subestima al ciudadano; prácticas alejadas de lo establecido en el marco normativo del Estado; reiteradas promesas incumplidas; excusas de por qué no se ha realizado lo ofrecido; etc., entonces, quizá debiéramos cuestionar seriamente el significado de la palabra ‘demagogia’ como práctica en el día a día del ciudadano de hoy y de mañana. Como expuse en alguna otra ocasión en este mismo espacio con respecto a un tema distinto: eso no es normal, pero pareciera que cada vez lo aceptamos más como si lo fuera, como si así debiera funcionar el sistema y como si así debiéramos aceptar vivir porque no queda de otra… En fin… Estamos en el momento justo para pensarlo y para tomar decisiones que empiecen a cambiar esa dinámica nefasta con la que pareciera que, tristemente, nos vamos acostumbrando a vivir.