Adolfo Mazariegos
Cuando niño, era común que escuchara esa suerte de amenaza a través de la cual mi madre (como muchas madres en el mundo, supongo) intentaba que yo comiera las verduras que ella ponía en mi plato. “Te vas a quedar pequeño”, decía, y yo no entendía lo afortunado que era por tener esa posibilidad de llevar al estómago algo que calmara mi hambre y nutriera de algún modo mi organismo. No sabía, tampoco, entonces, si aquella sentencia se refería a la posibilidad de permanecer indefinidamente como un niño, o si aquello se refería estrictamente a lo relativo a la talla física, un fenómeno al que, de una u otra manera, todos debemos enfrentarnos tarde o temprano. Hoy, pasado el tiempo y alejado ya de aquellos días de la infancia, pareciera más común (para mí) escuchar historias y episodios dolorosos provocados por la falta de alimento en muchos niños y niñas que no tienen la fortuna de que alguien les diga que coman sus verduras (o cualquier otro tipo de comida), si no, por el contrario, escasean en las mesas de muchas familias que a veces ven con impotencia y tristeza cómo sus niños se van deteriorando o incluso muriendo como producto de la desnutrición. La desnutrición es un asunto serio, delicado, nefasto. Y no sólo por esa falta de un trozo de pan que a veces resulta en dolor físico, sino por las consecuencias que dicha falta produce a largo plazo en el ser humano, tanto de forma individual como colectiva -aunque nos neguemos a aceptarlo así-, en virtud de que la falta de nutrición no sólo incide en la talla y desarrollo físico general del individuo, sino también en el desarrollo de sus capacidades cognitivas, entre otras. Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), “una niña o niño que sufre desnutrición aguda grave tiene hasta nueve veces más posibilidades de morir que aquel cuyo estado nutricional es normal”. Un niño o niña mal nutrido o desnutrido, tiene, asimismo, por ejemplo, una menor capacidad de concentración y retención de conocimientos necesarios para enfrentar de mejor manera los retos y demandas de la vida, sobre todo en un mundo moderno y demandante como se supone el actual, ¿cómo podemos esperar que un niño o niña alcance las metas que un país espera, si no cuenta con una nutrición mínimamente óptima? Ciertamente, en el desarrollo físico y mental del individuo existen otros factores que también influyen, pero la nutrición, sin duda, hace la gran diferencia. Ojalá que quienes están obligados a hacer algo al respecto no siguieran buscando excusas ante lo injustificable, excusas que, si bien pueden reflejar ignorancia e incapacidad, también evidencian una nefasta falta de voluntad. La niñez de un país no sólo debe considerarse “el futuro”, ésta también debe contarse en presente.