Adolfo Mazariegos
Hace poco más de un año escribí un breve artículo en el que comentaba lo común que resulta en la actualidad escuchar expresiones como: lo normal, la normalidad, la nueva normalidad, la normalización, vuelta a la normalidad, la otra normalidad, y un largo etcétera de presuntas normalidades que no dejan de convertirse en una suerte de oxímoron por cuanto que, las más de las veces, representan contradicción u oposición con respecto a la realidad.
No obstante, más allá de la pandemia que hoy enfrenta el mundo, hablar de lo que es normal puede resultar un asunto subjetivo y controversial. Lo normal para unos puede no serlo para otros. Y, dependiendo de la temática o del punto de vista desde el cual apreciemos las cosas, del método, mecanismo o sistema que utilicemos para tratar de entender cada asunto, así serán probablemente también las respuestas que encontremos a nuestras interrogantes.
No deja de llamar la atención, sin embargo, ese proceso mediante el cual, en términos sociales, vamos aceptando o resignándonos a que ciertas cosas suceden porque asumimos que son normales, porque asumimos o aceptamos la “normalidad” de que así sucedan y así es como tienen que seguir sucediendo porque no queda de otra; nos resignamos a que las cosas no pueden cambiar para bien, para mejorar la vida individual o colectiva del ser humano al interior de un país… Nada más alejado de la realidad… Lo que sí es cierto, es que usualmente una cosa lleva a la otra, es decir, una cosa sucede como efecto de una causa y una causa puede convertirse también, en un momento dado, en un efecto (quizá resulte confuso, quizá contradictorio, lo sé, no obstante, el punto es que a veces las cosas ocurren porque permitimos que ocurran, o porque permanecemos indiferentes ante determinadas acciones que, las más de las veces, van por derroteros oscuros y nefastos).
En el campo del ejercicio del poder político, por ejemplo, vemos cada vez con mayor frecuencia cómo se “normalizan” nefastas prácticas que a más de alguien pueden parecerle comunes. Y, aunque ello no signifique que deban ser aceptadas, suelen verse como una suerte de resignación o normalización de las cosas.
El hambre de tanto niño sin que se haga realmente algo al respecto no puede (no debe) ser considerado algo normal; niñas de diez u once años dando a luz no puede (no debe) ser considerado de ninguna manera una cuestión normal; decir: “robó, pero hizo obra”, no puede (no debe) ser considerado normal… En fin, como adelantaba líneas arriba: lo normal para unos, no necesariamente es normal para otros. Desde esa perspectiva, sobre todo en estos aciagos tiempos de pandemia, valdría la pena observar con atención esa normalización de las cosas. Podría ser algo que se salga de las manos.