Adolfo Mazariegos
En los días que corren y en el marco de la geopolítica, fácil es notar cómo los vacíos de poder en el mundo han ido dejando espacios que han sido hábilmente aprovechados por actores a los que, probablemente, en el pasado reciente, no se les había prestado mucha atención (desde el punto de vista de la hegemonía que, en distintas áreas, algunas potencias han ejercido durante considerables periodos de la historia global reciente). Hoy, a pesar de la pandemia en curso, la tendencia sigue justamente ese curso de aparente reconfiguración. Y en tal sentido, América Latina, cuya actuación en la escena mundial ha sido poco trascendente por sí misma históricamente, sigue siendo, no obstante, un territorio geopolíticamente muy apetecido, una suerte de jardín o huerto que, bien cultivado, puede dar muchos réditos. El mapa de la hegemonía en el mundo ha experimentado cambios acelerados en los últimos años innegablemente; distintos actores que quizá eran vistos más allá del horizonte, hoy parecieran estar a la vuelta de la esquina, reclamando espacios a veces de forma sigilosa, otras irrumpiendo en el escenario global con avances importantes en su economía, sorpresas tecnológicas, o ampliando de alguna manera su capacidad de influencia política en áreas diversas que a veces pueden parecer intrascendentes, pero que a la larga no lo son tanto. Otros, por su parte, parecieran estar aprovechando espacios que en un momento dado pueden ser de utilidad en la obtención de “pequeños” objetivos concretos, lo cual a muchos puede parecer parte de una suerte de reprise de un ciclo ya vivido en su momento por la humanidad y en el que el reparto de la hegemonía o acceso a tenerla en alguna medida –por los medios y fines que sea– suele ser el objetivo o el punto central de sus acciones. La reconfiguración de los campos de influencia en el mundo está en marcha, puede observarse claramente en Oriente Medio, Asia y en la misma Unión Europea, y es una realidad que va más allá (por ejemplo), de los problemas en las economías de los Estados, de las movilizaciones migratorias, o de las dificultades y controversias en la implementación de tratados comerciales. Vale la pena prestar atención, asimismo, a eso que ha dado en llamarse crisis de la democracia, en virtud de que el descontento social con base en el incumplimiento de las expectativas ciudadanas y la evidente corrupción de los sistemas políticos en distintos países, independientemente de su tendencia o corriente político-ideológica, es, en su conjunto, un elemento importantísimo de análisis que no debe pasarse por alto al intentar explicar esa reconfiguración que parece estar en marcha y que, de alguna manera, hace evidentes nuevas necesidades y nuevas formas de ver el mundo, desde lo geopolítico.