POR MARIELA CASTAÑÓN
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Las demandas y denuncias de la juventud que estuvo en las casas de protección o anexos, y en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción ubicado en San José Pinula, son las mismas y están relacionadas con la comida, el hacinamiento, la falta de productos de higiene, entre otros.

La Hora conversó con una jovencita y un jovencito, para conocer las condiciones en las que convivían cuando estaban en hogares de protección bajo la tutela de la Secretaría de Bienestar Social (SBS).

Los nombres de estos chicos son ficticios, porque se busca proteger su identidad y evitar cualquier tipo de violencia o represalia contra ellos. La intención es conocer de la voz de la juventud afectada por qué llegaron a esos hogares, cómo vivían y qué desafíos enfrentaban.

SOFÍA: LA COMIDA ERA MUY POQUITA, NOS DABAN SOLO LO NECESARIO

*Sofía es una adolescente delgada, de aproximadamente un metro y medio de estatura. Su tono de voz es bajo y se ve más joven de la edad que tiene. Dice que en diciembre del año pasado alcanzó la mayoría de edad.

Al principio Sofía no estaba segura de querer compartir lo que ha vivido, sin embargo, después cambió de actitud y compartió parte de su historia. La adolescente estuvo en el año 2015 en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción en San José Pinula, porque se escapó de su casa.

Sofía dice que ya no quería vivir en este lugar, porque la situación para ella y sus hermanos era difícil, no tenían que comer y los recursos económicos eran reducidos para todos los integrantes de su familia.

“Somos muchos, aparte de mí hay cinco hermanos más, dos pequeños y tres grandes. Teníamos que ir a vender, a trabajar para mantener la casa. Mi mamá vende buñuelos y molletes, yo le ayudaba. Teníamos que invertir y nos quedábamos sin dinero –para comer–, por eso me fugué –de mi casa”–, explica Sofía.

Sofía prefiere no hablar de la relación con su mamá y su padrastro, se limita a responder que “se llevaban bien”.

Debido a esta situación la jovencita fue institucionalizada en el año 2015, en el Hogar Seguro, donde como otros niños, recuerda que la comida “tenía gusanos” y mal sabor.

“Los frijoles tenían gusanos. La comida no tenía sabor, saber si le echaban gusanos. Además, le ponían yodo”, reitera Sofía.

La adolescente dice que se sentía mal en el Hogar, principalmente por la comida, por eso se escapó en octubre de 2016; su fuga la habría salvado del incendio del 8 de marzo de 2017, donde 41 niñas murieron y 15 resultaron heridas.

Después de la tragedia fue institucionalizada de nuevo, pero esta vez en una residencia de protección o mejor conocida como anexo al Hogar Seguro Virgen de la Asunción, ubicado en la zona 1, donde recuerda que convivía junto a 25 de sus compañeras en una casa que describe como pequeña.

“Éramos muchas, 25 en una casa chiquita, eso afectaba porque los cuartos eran pequeños, dormíamos seis en cada cuarto, había un baño, una regadera y una pila para todas”, reitera.

Sofía explica que otro de los inconvenientes era la falta de productos de higiene personal, cuando necesitaban comprar toallas sanitarias, las monitoras reunían dinero para adquirirlas.

“No había productos para nuestra higiene personal, jabón o shampoo. Estábamos encerradas todo el día. Cuando no había toallitas las monitoras se ponían a juntar dinero o nos juntaban shampoo, crema. Ellas nos compraban lo que necesitábamos”, dice la niña.

Sofía alcanzó la mayoría de edad a finales del año pasado, un juez la desinstitucionalizó, sin embargo, ella no quiere regresar a la casa de su mamá y su padrastro; vive en situación de calle. En el día recibe apoyo de la Asociación Movimiento Jóvenes de la Calle (Mojoca), pero cuando llega la noche debe volver a las calles del Centro Histórico, a buscar un espacio donde dormir junto a otros jóvenes.

Admite que debe oler solvente para sobrevivir, “el solvente no te da hambre, sirve para no sentir frío, porque en la noche hay mucho frío”, dice.

Sofía explica que obtuvo tercero primaria cuando estuvo en el Hogar Seguro, sin embargo, perdieron su papelería, por eso debe empezar de nuevo.

La adolescente quiere ser veterinaria, dice que le gustan los animales, principalmente los perros que en la noche se acercan a los niños y jóvenes de la calle. Una de las peticiones de Sofía para el Gobierno es que cambie la comida de los anexos y brinde más alimentos porque son insuficientes.

“Cambien la comida de los hogares del Gobierno, dan muy poquita, solo lo necesario”, indica.

Se le consulta a Sofía si le gustaba la comida de los anexos y responde “era mejor que la de San José Pinula”. Se le reitera ¿te gustaba la comida? Observa para otro lado y responde “era mejor que en el otro Hogar”.

De acuerdo con el testimonio de Sofía en el anexo también aplicaban “vacunas” (inyecciones) o pastillas a las niñas que se alteraban. Una de sus compañeras entraba en crisis por las noches, porque recordaba la violencia sexual de la cual fue objeto. Sofía no especifica si esta regresión corresponde a una vivencia en el Hogar o en el entorno familiar de su compañera.

MARIO: LA COMIDA ESTABA CRUDA Y ERA POCA; UNA VEZ ME QUITARON TODA LA ROPA

Deambular por las calles, oler solvente y buscar la forma de olvidar el hambre ha afectado a Mario, un chico de 16 años, delgado, de piel morena y lastimada por los rayos del sol. El adolescente estuvo en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción en 2016, poco antes del incendio que provocó la muerte de 41 niñas y heridas a 15. Los recuerdos de la comida cruda y en mal estado es la misma que muchos niños, niñas y adolescentes (NNA) han revelado en los anexos desde que fueron implementados.

“Yo salí antes de que se quemaran las niñas. Me metieron al Hogar porque no llegaba a dormir a mi casa, mi mamá se sintió preocupada y me internó en el Hogar, después me fue a sacar mi tío. Había muchos problemas en mi casa, mi padrastro les pegaba a mis hermanos. Yo tenía a mi papá, pero lo mataron. Tengo tres hermanos hombres y dos mujeres, somos seis en total”, dice Mario.

Mario explica que su padrastro le pegaba a él y sus hermanas, principalmente cuando llegaba ebrio. El joven no permitía que lastimara a su hermana mayor y siempre trataba de defenderla, pero él terminaba más golpeado.

“A mí me pegaba mi padrastro con el cincho, pero no me dejaba, yo le decía ¿por qué me pega si usted no es mi papá? Él me pegaba cuando llegaba bolo. Una vez le pegó a mi hermana por no cuidar a los patojitos –sus hermanos–. Yo defendí a mi hermana porque la quiero mucho… me fui de mi casa”, lamenta.

De su casa al Hogar Seguro no hubo mucha diferencia, ahí era obligado a hacer ejercicios físicos exhaustivos, describe que lo ponían a hacer “culiche”, dicho término también ha sido descrito por otros adolescentes que están en los anexos del Hogar Seguro o residencias de protección actualmente.

“Ahí me trataban mal, si no hacía física en la noche tocaba la plancha. Hacer despechadas, culiche. Eso dolía mucho”, recuerda.

Los alimentos eran “dos dos”, refiere, porque eran pocos y no estaban bien cocidos. Una doctora que laboraba en el Hogar Seguro le compraba jugos y otro tipo de alimentos, indica.

“La comida era dos dos, solo daban dos tortillas, dos panes, un poco de café, frijoles, a veces poquito huevo. En el almuerzo caldo pero no estaba bien cocido, estaban crudas –las verduras–. Una doctora del Cerrito que me conoció me llevaba mis juguitos”, dice Mario.

El adolescente relata que nadie lo visitaba en el Hogar, pero no era el único, había otros chicos que enfrentaban la misma situación, por eso muchas niñas y niños querían suicidarse; quebraban las ventanas y con un vidrio se cortaban el cuello o las muñecas de las manos, en su caso aprendió a ser “más fuerte” y no intentó matarse, enfatiza.

Uno de los castigos más desagradables fue que le quitaran la ropa, porque él intentó huir del Hogar.

“Una vez me quitaron toda la ropa porque me quería escapar, ya no aguantaba estar ahí, era aburrido estar todo el día. Me dejaron desnudo. Yo me aburría, solo nos mantenían adentro, barriendo, lavando el baño y a veces en clases”, reitera.

Actualmente Mario deambula por las calles, admite que a veces come, otras veces le toca buscar en la basura. También huele solvente “para no sentirse triste”. Se le pregunta ¿por qué triste? –Por todo, responde, mientras limpia las lágrimas de sus ojos.

“Vivo en la calle, me quedo con esos patojos, anoche me estaba muriendo porque había mucho frío y peor si no tengo chamarra. Me la rebusco –para comer– me voy a meter a los comerciales para que me regalen algo de comer, a veces en la basura”, indica.

Mario también es apoyado por Mojoca para dejar las calles, dice que un día quiere trabajar como panadero, porque recuerda que en el Hogar podía comerse todos los panes que hacía.

“Quiero trabajar en una panadería, porque donde estuve nos ponían a hacer pan. Y el pan que usted hacía era suyo, se lo podía comer”, concluye.

 

Sofía

“Éramos muchas, 25 en una casa chiquita, eso afectaba porque los cuartos eran pequeños, dormíamos seis en cada cuarto, había un baño, una regadera y una pila para todas”.

“No había productos para nuestra higiene personal, jabón o shampoo. Estábamos encerradas todo el día. Cuando no había toallitas las monitoras se ponían a juntar dinero o nos juntaban shampoo, crema. Ellas nos compraban lo que necesitábamos”, Sofía.

“Cambien la comida de los hogares del Gobierno, dan muy poquita, solo lo necesario”, explica Sofía.

Mario

“A mí me pegaba mi padrastro con el cincho, pero no me dejaba, yo le decía ¿por qué me pega si usted no es mi papá? Él me pegaba cuando llegaba bolo. Una vez le pegó a mi hermana por no cuidar a los patojitos –sus hermanos–. Yo defendí a mi hermana porque la quiero mucho… me fui de mi casa”, Mario, adolescente que necesitaba protección del Estado.

“Una vez me quitaron toda la ropa porque me quería escapar, ya no aguantaba estar ahí, era aburrido estar todo el día. Me dejaron desnudo. Yo me aburría, solo nos mantenían adentro, barriendo, lavando el baño y a veces en clases”, Mario.

“Vivo en la calle, me quedo con esos patojos, anoche me estaba muriendo porque había mucho frío y peor si no tengo chamarra. Me la rebusco –para comer– me voy a meter a los comerciales para que me regalen algo de comer, a veces en la basura”, indica Mario.

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