AQUÍ ENCONTRARÁ TRES HISTORIAS

Por Grecia Ortíz
gortiz@lahora.com.gt

Tres horas de espera, una larga fila en Migración, un vuelo que se demora, esas pueden ser parte de las molestias que usted ha experimentado si en algún momento ha viajado a Estados Unidos u otros países de manera regular, pero, ¿alguna vez ha imaginado el calvario que tendría que vivir si lo hiciera de manera irregular?

Temor, nerviosismo y alegría, así describen guatemaltecos entrevistados por La Hora Voz del Migrante, las emociones que sintieron la noche previa a lo que esperaban sería un cambio en sus vidas, la búsqueda de sus sueños, aunque eso significó desvelos y miedo de ser detenidos por autoridades migratorias, pero que las condiciones adversas que enfrentaban los obligó a hacerles frente y superar las barreras.

Hace tres años Alex López* cumplió una meta, en Guatemala no encontraba un trabajo como maestro y por eso decidió arriesgarse, tenía que mantener a su familia, aquí en Guatemala no lo iba a lograr, la situación era cuesta arriba para que pudiera suplir a sus seres queridos de alimentos y otras necesidades.

La noche antes de migrar, sus ilusiones se mezclaron con alegría, sin embargo, el temor estaba presente. Al final de su historia, una Corte Migratoria lo hizo regresar a Guatemala en agosto.

“Cruzamos el Río Bravo en una lancha inflable, ahí corríamos riesgos… yo no sabía nadar”, dijo el entrevistado sobre uno de los momentos más difíciles de su vida.

Sucely, por ejemplo, volvió a Guatemala este año, lo hizo en avión y con su bebé de un año y meses, su motivo para migrar era igual de crítico al de Alex.

Su regreso no fue tan complicado como sí lo fue el viaje inicial hace cinco años, cuando la tristeza y el miedo la invadían, tampoco sabía nadar y pasó en una balsa inflable el peligroso Río Bravo.

Una mordedura de serpiente, no saber nadar, verse perdido en el desierto, sin comer, ni dormir, con temor a ser descubiertos, así es el camino de quienes eligen viajar y arriesgarse para escapar de la pobreza, violencia e indiferencia de sus países.

En las últimas semanas los reportes sobre la localización de grupos de guatemaltecos que migran hacia EE. UU. han sido más frecuentes, tanto de agentes de CBP en la frontera de EE. UU. como del Instituto Guatemalteco de Migración (INM), en México.

Hasta ahora las cifras del éxodo guatemalteco resultan preocupantes,  el 17 de septiembre pasado un total 124 migrantes fueron ubicados en el estado de Oaxaca, México, la mayoría en condiciones de hacinamiento.

Los afectados indicaron que tenían varios días sin comer y que no se les permitía ingerir líquidos con la finalidad de no realizar ninguna parada para no ser detectados por alguna autoridad al encontrarse de manera irregular en el país.

ALEX: LA ÚLTIMA NOCHE EN GUATEMALA

Alex es originario de Quetzaltenango y vivió por algunos meses en Nueva York donde trabajaba en una empresa que se dedicaba a la construcción, un trabajo riesgoso que le gustaba realizar porque era bien pagado.

En Guatemala, su profesión era maestro de educación primaria. Como no consiguió trabajo prefirió arriesgarse y buscar cumplir sus sueños en otro lado.

“Vine porque pensé en mi familia, principalmente en mi mamá, papá, mi hijo y mi esposa. Por eso tomé la decisión de venirme para acá. Como tengo familia acá, vi lo que ellos mandaban en remesas y eso me motivó a migrar, tengo dos años y dos meses de estar aquí”, indicó.

El guatemalteco contó cómo se sintió la última noche antes de emprender el viaje.

“-Esa noche-, en mi caso yo me sentía feliz, me sentía bien, iba dispuesto a lo que iba, a triunfar… platiqué que iba a irme -a mi familia- en este viaje y que iba hacia Estados Unidos”, comentó.

Como no estaba tan seguro sobre la fecha, el entrevistado prefirió no comentarlo con toda la familia, no obstante, el día que partió en su casa se ofreció un desayuno en el que estuvieron presentes sus seres queridos más cercanos, “convivimos con mi familia pero a las 8:30 de la mañana yo les dije adiós y ya a las tres de la tarde ya estaba en la frontera con México”, resalta.

El Coyote se encargó de llevarlo en un carro, ahí viajaban personas de otros lugares, ninguno de la aldea de Quetzaltenango de donde es originario, luego lo dejaron en la terminal de Xela y de ahí a la Mesilla de Huehuetenango.

Al llegar a la frontera de México, la persona que lo acompañó ya no fue un Coyote sino un “guía”, quien se encargó de llevarlos en el resto de la travesía. El viaje tuvo un costo de Q85 mil quetzales, cifra que logró pagar con largas jornadas de trabajo a familiares que le prestaron el dinero.

A pesar del costo del viaje y lo que ya había escuchado, Alex sentía emoción, no temor, lo que deseaba era llegar a su destino, sin embargo mientras avanzó ese sentimiento cambió.

DURMIÓ EN MONTAÑAS, RANCHOS Y HOTELES

Para descansar, el grupo integrado por varias personas durmió en diferentes lugares, en montañas, ranchos, al aire libre  y en hoteles, lejos quedaron sus ocho horas de descanso, en ocasiones dormían tres horas.

El guatemalteco portaba lo mínimo en su viaje, algo de ropa y artículos de higiene en una mochila, “un pantalón y playera es lo único que nos permiten”, señaló.

También recuerda que en varias oportunidades tuvo que esconderse de la policía para no ser detenido, una de las maneras de evitarlo consistía en que el guía pagaba “pases” en ciertos puntos.

“Salimos de Guatemala y hasta la semana teníamos comunicación con la familia, no teníamos comunicación diaria, teníamos un teléfono pero no era recomendable porque nos decían que Migración nos rastreaba con los chips que llevaban los teléfonos, fácilmente nos iban a rastrear”, comentó.

CRUZÓ EL RÍO BRAVO EN LANCHA INFLABLE, SIN SABER  NADAR

Su dieta consistía en alimentos regionales de México, no había nada en específico, tacos y mole fueron algunos de los platillos que consumió.

“Llegando a la frontera estuvimos unos ocho días esperando… uno no puede pasar directamente por la migración americana, yo pasé por la frontera de Reynosa en Tamaulipas, cruzamos el Río Bravo en una lancha inflable ahí corríamos riesgos… nos metieron como quince personas, yo no sabía nadar”, dijo.

El guatemalteco no niega que sintió temor al encontrarse en medio del agua, cuando cruzaron era aproximadamente las tres de la madrugada. Tras bajarse y caminar una media hora, se encontraban por subir el muro que divide ambos países y que debían subir con una escalera de madera, de repente llegaron agentes con patrullas y helicópteros, escucharon que les hablaron en inglés, pero nadie entendió.

“Fuimos cuatro los que pudimos correr, no nos alcanzaron y regresé solo a la frontera de México de nuevo, me quedé en una montaña perdido como un día”, añadió.

RETORNÓ PERO HASTA AHORA NO HA ENCONTRADO UN TRABAJO

Por segunda ocasión, cruzó en balsa el Río Bravo y de nuevo intentó cruzar, pero fue detenido, estuvo en un centro de detención para migrantes donde pensó sería deportado como el resto de personas que se encontraban en el lugar, sin embargo, a diferencia de los demás, contó con “suerte” y fue liberado, esto luego de una fianza que su papá pagó para que saliera.

Al reencontrarse con su papá después de cuatro años sin verlo, contó que sintió felicidad porque finalmente había logrado llegar a su destino.

No obstante, dos años después de pelear su caso como un asilo político, este le fue negado y el juez le dijo que debía dejar el país porque de esa manera no dañaría a su familia en EE. UU.

Al volver a ver a sus seres queridos, a quienes dejó de ver por tres años se sintió feliz e incompleto a la vez, porque al retornar encontró la misma situación.

De momento no ha conseguido un trabajo y afirmó que la situación en Guatemala es difícil y que le gustaría volver a Estados Unidos. Lleva poco más de un mes de haber vuelto al país y su vivienda, “es difícil, uno quiere trabajar y no queda de otra”, señala.

SUCELY: FELIZ DE REUNIRSE CON SU ESPOSO, TRISTE POR DEJAR A SUS PADRES

La ruta migrante es recorrida año con año y la realizan miles de personas. La guatemalteca Sucely Barrios*, originaria de San Marcos, que en 2012 decidió viajar y arriesgarse con destino a Nueva Jersey en EE. UU., es una de ellas.

Ella decidió viajar porque aquí no creía encontrar las oportunidades que sí tuvo en el extranjero, estudió, pero no finalizó su carrera, así que la capacidad para suplir sus necesidades y superarse para huir de condiciones adversas y la pobreza eran reducidas, la migración fue su opción.

Sucely tenía como objetivo reunirse con su esposo quien años antes había viajado en búsqueda del “sueño americano”.

A pesar que han transcurrido cinco años desde aquel día, aún tiene presentes los sentimientos que esa noche sintió antes de partir.

“Triste que iba a dejar a mi familia aquí, pero contenta porque mi esposo ya estaba en Estados Unidos, pero se siente uno muy triste porque uno deja a sus padres más que todo”, dijo.

El viaje tuvo un costo de Q50 mil quetzales, que en su mayoría fueron pagados por su esposo quien la animó a viajar junto a él.

“-Mis papás- me decían que no me fuera, usted sabe que uno va peligrando su vida”, dijo al consultarle sobre cómo se despidió de su familia.

Para tratar de que fuera un viaje ligero llevaba solo lo necesario: tres cambios de ropa para un mes de travesía, en el que a veces podía conciliar el sueño.

“Cuando íbamos a cruzar al Río –Bravo-, nos escondimos de Migración, también de los animales porque ya ve que es desierto y en ese monte hay muchos… a nosotros fueron los coyotes los que se acercaron, pero como iban hombres estuvieron pendientes con palos grandes para que no se nos acercaran”, relató.

Finalmente logró cruzar la frontera, su sueño se hizo realidad al ver a su esposo quien se mostró feliz que estuvieran reunidos nuevamente.

VOLVIÓ POR SU PROPIA CUENTA, EN AVIÓN

Sucely volvió a Guatemala en abril de este año, no lo hizo como muchos lo hacen, retornó en un vuelo comercial y lo hizo por voluntad propia aunque esta vez acompañada de su niño, de un año y meses.

Como el resto de viajeros, ahora su angustia era cargar sus maletas y la turbulencia del avión, nada parecido a lo que vivió en su ruta migrante.

“Aunque volví es muy difícil estar aquí porque mi nene que nació allá y por lo mismo que aquí no hay ayuda ni nada, pero allá los niños tienen seguro de los médicos y tienen sus pediatras que los revisen cada tres meses”, contó.

Duda al decir si intentaría de nuevo el peligroso viaje. Trabaja en una farmacia que es propiedad de su mamá, sin embargo, se pregunta qué pasaría si inicia de nuevo el viaje esta vez con su hijo pequeño.

Los dos sobreviven con el aporte de remesas que su esposo envía mensualmente para el sostenimiento del hogar, mismo que utilizan para la compra de pañales, leche, medicinas (en caso de que sean necesarias) y alimentos.

EL RETORNO

Tanto Sucely, como Alex llegaron a EE. UU., pero no todos lo logran. Afuera de las instalaciones de la Fuerza Aérea en Guatemala, grupos de familias, entre adultos y niños esperan la llegada de sus seres queridos.

La Hora Voz del Migrante acompañó a algunas de las familias que expresaron que madrugaron para encontrarse nuevamente aunque eso implicó soportar una tenaz lluvia mientras esperaban el vuelo de retornados que entraba a Guatemala al mediodía.

Sin techo, las personas esperaban por información, algunos sin paraguas y con los pies mojados observaban con atención la puerta donde les indicaron saldrían los deportados mientras que otros se acurrucaban en pequeños espacios tratando de no mojarse.

FUERON SEPARADOS AL SER DETENIDOS

Al principio Martha* se acerca con dudas, pero decidida pregunta, quiere saber si hay alguna manera de averiguar si su hermano llega en el vuelo de deportados programado para el martes 9 de octubre. Desde que ambos fueron detenidos en septiembre pasado su madre no sabía nada de él y la angustia la atormenta.

La guatemalteca que es originaria de Izabal relató que decidieron migrar, en su caso para reunirse con su esposo quien se encuentra en EE. UU., desde hace varios años y con la intención de dar más oportunidades a su hija, en su caso no estudió.

Hace un tiempo vive en Villa Nueva, migró desde Izabal porque pensaron que aquí encontrarían más oportunidades, pero no fue así.

Ella llegó junto a su hermano al centro de detención Port Isabel en Texas, en ese lugar fueron separados, en su caso volvió a principios de octubre.

“Los que agarraron antes ya vinieron, pero mi hermano que cayó junto conmigo, a él no lo han mandado”, dijo con la vista perdida.

Explicó que se pusieron de acuerdo para volver a Guatemala, porque escucharon de personas que podían pelear su caso, pero les daba temor permanecer encerrados mucho tiempo.

El viaje tuvo un costo de Q12 mil por cada uno, en su caso su esposo le dio el dinero y de su hermano no sabe.

COMO DELINCUENTES

Mientras conversa Martha observa a sus hijas, ambas se mueven de un lado a otro, esperan algún movimiento en la puerta.

“En el avión lo traen a uno como si uno fuera un gran delincuente, nos ponen cadenas en los pies, la cintura, en las manos y ya como 20 minutos o media hora le quitan eso a uno, para que digan que aquí uno viene bien tranquilito en el avión… pero viene bien encadenado uno, le quitan las cintas, colas del pelo a uno, todo se lo quitan”, cuenta.

De los “guías”, personas que los llevaron en su trayecto a migrantes dice que no los tratan bien, “lo tratan como si uno fuera basura”.

“Con mis hijas me comunique cuando estaba en Puebla, México, una compañera me regaló una llamada, le dije que no se preocupara que estábamos bien, de ahí ya no pude comunicarme con ellos… me vinieron a traer cuando estaba en el Trébol”, dijo.

No duda en decir que ese viaje como migrante le dio miedo y no lo volvería a intentar.

Al cierre de este reportaje, comentó que se sentían aliviados porque su hermano había regresado y estaba esperando encontrarse nuevamente con su familia para volver a Izabal, del lugar de donde partió esperando encontrar una oportunidad de trabajo.

Cerca de donde Martha se encontraba, estaba doña Ligia, ella también venía de Izabal, esperaba con alegría a su esposo que había sido detenido hace unos días, él tampoco logró cumplir sus sueños de vivir en EE. UU., ella en su caso dice que no intentaría irse porque le da temor de escuchar tantas historias y por sus hijas que la necesitan.

EL REENCUENTRO

La puerta se abre de repente, una persona avisa que en un momento comenzarán a salir los retornados quienes aparecen minutos después con tenis sin cintas, con el rostro de incertidumbre y cargando un costal rojo con mallas en el que portan sus pocas pertenencias, algunos son recibidos por familiares y otros por cambistas y taxistas que se abalanzan ya sea ofreciendo viajes o cambio por dólares o pesos.

Un joven sale y una familia sale a su encuentro, todos lloran y lo abrazan, se preparan para irse juntos, pero antes le arreglan los zapatos.

*Por motivos de seguridad se modificaron los nombres.

JUAN GARCÍA: MIGRANTES VIAJAN CON LA BENDICIÓN DE LAS ABUELAS

Juan García, del Comité de Inmigrantes en Acción, organización que apoya a los guatemaltecos recién llegados a EE. UU., dijo que la mayoría de personas que viajan de manera irregular lo hacen en medio de tristeza, “las abuelas les echan la bendición y si tienen mujer también”.

En la mayoría de casos, García expresó que las personas les recomiendan llevar el menor equipaje posible. También hay ocasiones en que la familia tiene la opción de pagar por la comida del migrante y si no, cada quien debe ver qué puede conseguir.

“Ahora en la frontera hay muchos niños que vienen solos y no tienen quien los reclame y muchos de esos niños son regresados a su país y ahora a los familiares les están pidiendo las huellas”, comentó.

García ha vivido de cerca el camino de migrantes desde hace varios años, conoce los riesgos a los que se enfrentan porque hace más de treinta años realizó el mismo viaje, sin embargo, reconoce que las condiciones no son las mismas y que antes no era tan complicado llegar a EE. UU.

El guatemalteco residente en Rhode Island, destacó que ha escuchado de personas que pagan entre Q45 y Q50 mil quetzales por ese viaje.

“Cuando yo vine a este país no conocía a nadie, vine aquí a Rhode Island, conocí a un sacerdote de una iglesia y entonces con él comenzamos a formar lo que después se llamó Comité de Inmigrantes en Acción”, dijo.

BRINDAN APOYO EN ESQUIPULAS

Judith Ramírez, de la Casa del Migrante en Esquipulas, añadió que el apoyo que brindan a migrantes consiste en alimentos, ropa y mochilas, en caso de que lo hayan perdido.

La connacional comentó que en el lugar también ofrecen un techo para quienes lo necesiten. Han recibido migrantes de diferentes países que llegan en búsqueda de una mano amiga.

“Es un grupo de voluntarios que trabaja para el sostenimiento de esta casa, junto con la ayuda de la iglesia Católica y la Pastoral de Movilidad Humana de Guatemala y el apoyo de la ciudad de Chiquimula que nos aporta víveres”, dijo.

Con preocupación destaca que en lugar de disminuir, la migración ha aumentado y la cantidad es mayor en comparación a la registrada el año pasado.

“Más que todo atendemos a hondureños, nicaragüenses, cubanos y africanos… el rostro del migrante siempre es como callado, algunos no hablan, no expresan su situación”, refirió.

LAS CIFRAS DEL VIAJE MIGRANTE

Hasta Q85 mil pagan migrantes por llegar a EE. UU.
Más de 63 mil guatemaltecos han sido deportados durante 2018.
20 mil de los detenidos son menores no acompañados, según autoridades de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés).

“Llegando a la frontera estuvimos unos ocho días esperando… uno no puede pasar directamente por la migración americana, yo pasé por la frontera de Reynosa en Tamaulipas, cruzamos el Río Bravo en una lancha inflable ahí corríamos riesgos… nos metieron como quince personas, yo no sabía nadar”.
ALEX

“Cuando íbamos a cruzar al Río -Bravo-, nos escondimos de Migración, también de los animales porque ya ve que es desierto y en ese monte hay muchos… a nosotros fueron los coyotes los que se acercaron, pero como iban hombres estuvieron pendientes con palos grandes para que no se nos acercaran”.
SUCELY

“En el avión lo traen a uno como si uno fuera un gran delincuente, nos ponen cadenas en los pies, la cintura, en las manos y ya como veinte minutos o media hora le quitan eso a uno, para que digan que aquí uno viene bien tranquilito en el avión… pero viene bien encadenado uno, le quitan las cintas, colas del pelo a uno, todo se lo quitan”.
MARTHA

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