POR MARIELA CASTAÑÓN
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El día que hizo su primer viaje al frente del taxi, Marcia tenía las manos tiesas, la blusa empapada de sudor, las piernas temblorosas. El pasajero era un hombre anciano. Pidió ir a la zona 1 capitalina. En el trayecto notó que ella estaba nerviosa.

–Las mujeres –dijo para darle ánimo– son capaces de hacer cualquier cosa que se propongan.

Aquel primer traslado duró una hora, el doble de lo normal. Marcia estaba más que nerviosa: había aprendido a manejar hacía poco. Lo había hecho para poder sostener a su familia y para continuar con el oficio de su esposo, asesinado el 26 de febrero de 2009.

El día que lo mataron, Ronald tenía poco tiempo de manejar buses. Había dejado el trabajo de piloto de taxi por el temor a ser asesinado: creía que la violencia afectaba más al gremio de taxistas.

Marcia solía acompañar a Ronald en el recorrido en el bus. Aquel último día no lo hizo porque había planificado acompañar a su madre a un hospital.

Ronald abordó el bus, ondeó su mano desde la venta e inició su jornada laboral. Esa sería la última vez que Marcia lo vería con vida.

Horas más tarde, un compañero de trabajo la llamó.

–Ronald tuvo un problema con el bus– le dijo.

Marcia estaba desconcertada, su esposo siempre le llamaba cuando tenía una dificultad.

La preocupación aumentó cuando su cuñado llegó a su casa para llevarla a la zona 5 capitalina, donde había ocurrido “el problema”.  Abordaron un taxi, pero el tránsito no avanzaba por la muerte de un piloto en carretera. Decidieron caminar varias cuadras.

Cansada llegó a su destino. Observó el bus que manejaba su esposo. Desesperada se subió por la parte trasera, encontró el cuerpo inerte y un charco de sangre. Ronald estaba muerto. Un agente de la Policía Nacional Civil (PNC) la obligó a bajar. Un bombero la asistió. Ella se negaba a creer que el padre de sus dos hijas estaba muerto.

El asesinato de Ronald fue uno de los 118 que ocurrieron en Guatemala en el año 2009. En ese año el Organismo Judicial (OJ) emitió 11 sentencias condenatorias, no hubo absolutorias.

Marcia sigue sin conocer la razón por la que mataron a su esposo, el Ministerio Público (MP) no le ofreció mayores detalles. La mayoría está relacionada con las extorsiones de grupos delincuenciales.

La vida de Marcia y sus dos hijas de 3 y 6 años cambió por completo. Para comprar un taxi consiguió el apoyo de su familia. Empezó a trabajar con más temores que confianzas.  Nunca quiso tomar la ruta donde mataron a Ronald. Pasar por el lugar, recordar el charco de su sangre y el cuerpo inerte de su esposo todavía le provoca escalofríos.

En 2017 logró tener estabilidad económica y dejó de manejar el taxi. Ahora vende comida desde su casa, para compartir más tiempo con sus hijas adolescentes. En el camino logró vencer el estigma que persigue a las viudas de Guatemala: que las mujeres sin esposo son incapaces de lograr metas y salir adelante.

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