Por Redacción La Hora
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Wilson, un hondureño de 25 años, emprendió su viaje hacia Estados Unidos. En septiembre se encontraba pasando la noche en un albergue para migrantes en Ixtepec, en el sur de México. Diez minutos antes de la media noche, la tierra empezó a moverse y lo arrojó de su cama.  “Parecía el fin del mundo”, señaló.

La Oficina Regional de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) recogió la historia de Wilson y otros hondureños que estaban de paso en México cuando ocurrió un terremoto potente y que también dejó historias de solidaridad.

Joel, otro migrante hondureño que hacía su primer intento de cruzar hacia los Estados Unidos de forma irregular, quedó impresionado con el fuerte sonido causado por el movimiento de la tierra, el resquebrajamiento de los edificios y el hecho de ver a una mujer que se desmayaba por el susto.

Cuando el suelo dejó de moverse, Joel, Wilson y otros migrantes que se encontraban en el albergue con otras personas que recién llegaban y traían malas noticias: la emergencia era muy grave y muchas personas permanecían heridas bajo los escombros. La idea de ayudar salió del grupo de migrantes y se la propusieron a Ernesto, uno de los coordinadores del albergue. Decidieron salir a ayudar a la mañana siguiente.

“Los migrantes fueron los primeros en ayudar”, repetían los mexicanos de las comunidades afectadas en Ixtepec. La brigada en este caso era de alrededor de 30 migrantes quienes se dedicaron a remover los escombros con sus propias manos.

Levantaban piedras entre tres o cuatro de ellos para rescatar pertenencias de otras personas y para socorrer a quien lo necesitara.

“Nos turnábamos para usar las herramientas, porque sólo teníamos dos palas que encontramos en el albergue. Cuando las palas estaban ocupadas, los demás usábamos nuestras manos”, contó Wilson.

Una señora, al ver la situación, les prestó a los migrantes otras herramientas a cambio de que ellos le ayudaran a limpiar su casa, también afectada por el desastre.

SOMOS MÁS LOS BUENOS QUE LOS MALOS

Cuando ocurrió el segundo terremoto que impactó a México el 19 de septiembre, Wilson y la mayoría de los migrantes de esta improvisada brigada aún se encontraban ayudando a reparar los daños que había dejado en Oaxaca el primer sismo dos semanas atrás.

Con sus herramientas y sus manos ya lastimadas por la remoción de los escombros, se dirigieron a las zonas golpeadas por el nuevo desastre.

“Los migrantes somos maltratados por algunas personas, pero ya vieron que somos más los buenos que los malos”, afirmó Joel.

Aún con un camino por delante fue la solidaridad la que logró que este grupo de migrantes aplazara su viaje por varias semanas. En su corazón y en su mente no había otra idea que no fuera la de quedarse en México para ayudar a los demás.

De acuerdo con Joel, muchas personas no podían creer que la ayuda viniera de ellos, pero con acciones demostraron que muchos estereotipos negativos hacia las personas migrantes no tienen sentido. “Se asombran al saber que somos migrantes y les estamos sirviendo, porque hay sectores a los que nosotros hemos llegado que ni los mismos mexicanos han podido llegar”.

La mayoría de los migrantes que conformaron esta brigada salieron de Centroamérica de forma forzada para buscar una mejor vida y los medios para ayudar a sus familiares que se quedaron en sus países de origen. Joel decidió migrar para poder ayudar a su hija, pero también por las amenazas que recibía del crimen organizado.

“A mí las pandillas me dieron 24 horas para salir de mi país. Me tocó salir porque si un pandillero le da 24 horas a usted, a las 25 ya está muerto”, dice.

Actualmente, Wilson y Joel buscan un empleo temporal en México para seguir ayudando a sus familiares. Aunque aseguraron que no dudarán en servirle al pueblo mexicano ante cualquier emergencia.

 

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