En esta imagen, tomada el 21 de septiembre de 2016, Samuel Morales se emociona durante una visita a las tumbas de sus familias en el cementerio de Santa Catarina Pinula, en las afueras de la Ciudad de Guatemala. La esposa de Samuel y tres de sus hijos fallecieron cuando su vivienda quedó sepultada por el lodo de un deslave hace un año. "Ha sido un año muy duro, de llorar y llorar", dijo. (AP Foto/Moises Castillo)

Por SONIA PÉREZ D.

SANTA CATARINA PINULA,
Agencia AP

En esta imagen, tomada el 20 de septiembre de 2016, Carlos Cac Pedroza, de 18 años, que perdió a su madre y a siete hermanos en un deslave hace un año, posa para una fotografía en el vecindario de El Cambray, en Santa Catarina Pinula, que quedó destrozado por un deslave pero él sigue viviendo, en las afueras de la Cuidad de Guatemala. Otro residente que ignoró la orden de desalojar la zona fue Pedroza, que tras perder a su familia, regresaba a donde una vez estuvo su casa y se echaba tierra encima diciendo que quería morirse. (AP Foto/Moisés Castillo)
En esta imagen, tomada el 20 de septiembre de 2016, Carlos Cac Pedroza, de 18 años, que perdió a su madre y a siete hermanos en un deslave hace un año, posa para una fotografía en el vecindario de El Cambray, en Santa Catarina Pinula, que quedó destrozado por un deslave pero él sigue viviendo, en las afueras de la Cuidad de Guatemala. Otro residente que ignoró la orden de desalojar la zona fue Pedroza, que tras perder a su familia, regresaba a donde una vez estuvo su casa y se echaba tierra encima diciendo que quería morirse. (AP Foto/Moisés Castillo)

Un año después del deslave que mató al menos a 280 personas, El Cambray II es un pueblo fantasma al que algunos aún se aferran, porque no tienen a dónde ir.

Las casas abandonadas o semienterradas; ropa, zapatos y juguetes son los testigos de lo que alguna vez fue un lugar activo en las afueras de la capital de Guatemala y que hoy es, literalmente, un cementerio.

Tras el alud del 1 de octubre de 2015, las autoridades mantuvieron por dos semanas las labores de rescate y excavaciones antes de suspender la búsqueda de más víctimas. El cálculo oficial es que al menos 70 personas quedaron desaparecidas, probablemente enterradas debajo de toneladas de tierra de la montaña que se vino sobre El Cambray II.

Las autoridades dijeron que el deslave se debió a la erosión de la base de la montaña por el agua de las lluvias y un río que la bordeaba. La Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres estima que en el país hay más de 8 mil puntos donde vive gente y son vulnerables a inundaciones, derrumbes y otros desastres, aunque ninguna de esas comunidades ha sido reubicada en el último año.

De El Cambray II, unas 216 familias quedaron sin hogar. El gobierno presupuestó en 2015 alrededor de 2.6 millones de dólares, para construir 181 casas a unos kilómetros de ahí. Sin embargo, a un año de la tragedia apenas si se han construido 30, aunque ninguna es habitable aún; están sin ventanas, puertas, ni luz eléctrica.

En la zona del desastre no hay agua potable, ni luz eléctrica, pero cuatro familias permanecen en las humildes casas que quedaron de pie a unos metros del deslave.

«No tenemos a dónde ir», dice Sonia Ramos, quien vive en una casa al pie de una parte de la montaña que se derrumbó. Las autoridades le han pedido deshabitarla, pero ella se niega y no hay Ley que la obligue a salirse.

Su casa, que quedó en pie, se convirtió en el centro de operaciones de rescate de las víctimas de la tragedia y en la morgue provisional.

Carlos Cac Pedroza tenía 17 años el día de la tragedia y hoy está completamente solo. Toda su familia, su madre y siete hermanos, murieron bajo las rocas y la tierra.

«Yo soy de aquí, no me hallo si me voy, no sé vivir en otro lado», dice el joven, a quien Ramos acogió en su casa.

Tiempo después del alud, Cac regresaba a donde una vez estuvo su casa y se echaba tierra encima diciendo que quería morirse, cuenta entre lágrimas Ramos.

Parece querer llorar, pero no lo hace y sólo tiembla al recordar que sobrevivió porque su madre lo envió a comprar un huevo.

«El destino me quitó a mi mamá, a toda mi familia», dice, pero asegura que busca sobreponerse. «Ahí voy adelante», añade.

El Ministerio Publico (MP) responsabilizó al alcalde Víctor Alvarizaes y a su antecesor Antonio Coro por no haber previsto el riesgo que corría la población ni desarrollado medidas de prevención. Ambos fueron acusados de homicidio culposo, aunque quedaron libres bajo fianza y han negado responsabilidad en las muertes.

Alba Sen, de 33 años, vivía a menos de 100 metros de donde se desgajó la montaña y aún llora por la muerte de sus padres y cuatro hermanos, cuya casa quedó sepultada. Ella, su esposo e hijos salieron ilesos.

«Mi esperanza era ver la casa de mis papás, pero cuando llegué corriendo ya no había nada, solo había una gran piedra y un árbol atravesado, ahí se acabó mi esperanza», recuerda Sen, quien recuperó los cuerpos de sus padres y tres de sus hermanos. A ellos los enterró, pero su hermana Brenda, de 25 años, nunca apareció.

La pesadilla no ha desaparecido para los sobrevivientes.

Samuel Morales perdió a su esposa y sus tres hijos.

«Una de las máquinas halló al nene, salió entero, colgadito en el gancho de la máquina, pero cuando la máquina lo jaló se le quebró su cabecita, su cerebro, yo mismo con mis manos lo comencé a juntar», dice el hombre de 43 años, y llora cuando recuerda que el 1 de octubre celebraba el día del niño y que le cumplió su último deseo a su pequeño: comer papas fritas.

En su desesperación por encontrar a su familia, Morales se enfrentó con una pequeña pala a los miles de metros cúbicos de tierra caídos. Días después, cuando no lo dejaron entrar más al lugar se disfrazó de rescatista, y al final convenció a las autoridades para que maquinaria pesada escarbara en su casa, donde rescató los cadáveres de su familia.

Once días después del alud, Morales enterró a su familia. Pero en mayo de 2016, seis meses después de la tragedia revivió el luto: el Instituto Nacional de Ciencias Forenses le notificó que encontró más restos de su esposa.

Ahora, en el cementerio local, hay dos nichos con los restos de su esposa Teresa Pérez.

«Ha sido un año muy duro, de llorar y llorar», dice González.

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