Claudia Palacios
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La Casa del Migrante es el único refugio en Guatemala para los migrantes en tránsito, los migrantes internos y los connacionales deportados que no tienen un lugar donde pasar la noche. Ahí, encuentran la solidaridad y la atención que el Estado les niega, pese al discurso oficial de apoyo a este sector de la población.
En el cuarto intento de cruzar la frontera hacia Estados Unidos, Óscar perdió todas sus pertenencias y llegó a la Fuerza Aérea, donde se recibe a los deportados que regresan en avión, sólo con la ropa que tenía puesta.
“Cuando me agarraron sí andaba dinero en pesos y mi ropa, pero me lo quitaron y no me lo entregaron. Llegué aquí sin nada, sin dinero, ¿qué hacer? no tengo cómo llegar ni a mi casa, vivo lejos, hasta la frontera”, relató sentado en el comedor de la Casa del Migrante.
Óscar salió del país por las mismas razones por las que miles de guatemaltecos dejan sus hogares todos los años: “luchar la vida y mantener la familia”, según sus propias palabras.
En su pueblo, gana 50 quetzales al día trabajando como agricultor, un salario insuficiente para mantener a su familia, conformada por su esposa, su hija y sus padres.
Regresar fue duro para Óscar, pero hubiese sido más duro si la Casa del Migrante no lo hubiera acogido una vez regresó a Guatemala, ya que las autoridades encargadas de la recepción de deportados le indicaron que no podían ayudarlo a llegar a su casa, porque se habían acabado los fondos para el pago de boletos a los diferentes municipios y no existe ningún albergue de carácter estatal.
“Si la Casa no existiera esas personas dormirían en la calle, porque no tienen ni para pagar un hotel. Muchas personas que han llegado a la capital y no conocen de la existencia de la Casa han sido violentadas, entre ellos mujeres y niños”, indica Carlos López, administrador de la Casa del Migrante ubicada en la zona 1 de la capital.
LA HOSPITALIDAD DE LA CASA
La Casa del Migrante es una institución de la Iglesia Católica que está a cargo de los misioneros de San Carlos Scalabrinianos, cuyo carisma es el acompañamiento a los migrantes.
En tiempos de las grandes migraciones de Europa hacia América, su fundador, Juan Bautista Scalabrini, sintió gran inquietud por las personas en movimiento y comenzó la misión para dar apoyo a quienes dejaban sus hogares para buscar mejores condiciones de vida.
Más de un siglo después, la migración sigue siendo un fenómeno común en todo el mundo y los misioneros scalabrinianos han continuado con el legado del obispo.
La Casa da atención a personas de otros países que viajan hacia el norte o guatemaltecos que se movilizan del campo a la ciudad, así como connacionales que han sido deportados.
“Se les brinda un espacio de acogida digno, limpio, se les proporciona comida, ropa, llamadas para sus familiares, sea que ellos estén aquí en el país, en Estados Unidos o México. Además, hay un compañero disponible para retirar remesas porque la mayoría no tiene documentos”, explicó López.
En Guatemala hay tres casas de los scalabrinianos: una en la ciudad capital, otra en Tecún Umán, San Marcos y otra en la aldea Entre Ríos, Izabal.
El trabajo de los tres lugares de acogida es único e invaluable para los migrantes, sobre todo en un contexto de abandono del Estado hacia dicho sector de la población.
A la Casa del Migrante han llegado personas deportadas que están enfermas, sufren problemas mentales o tienen traumas derivados de experiencias vividas en el camino, las cuales no reciben ningún tipo de atención por parte de las autoridades, indicó López.
“Este es uno de los conflictos que tenemos a veces con las instituciones del Estado porque tienen la obligación de recabar toda la información por cada migrante que viene deportado, pero como quieren hacer su trabajo fácil, solo dejan a las personas con nosotros y hemos tenido personas enfermas hasta por un año, hasta que se sanan”, explicó.
“Si la Casa no existiera esas personas dormirían en la calle, porque no tienen ni para pagar un hotel. Muchas personas que han llegado a la capital y no conocen de la existencia de la Casa han sido violentadas, entre ellos mujeres y niños”.
“Se les brinda un espacio de acogida digno, limpio, se les proporciona comida, ropa, llamadas para sus familiares, sea que ellos estén aquí en el país, en Estados Unidos o México. Además, hay un compañero disponible para retirar remesas porque la mayoría no tiene documentos”.
CARLOS LÓPEZ, ADMINISTRADOR DE LA CASA DEL MIGRANTE