Por Grecia Ortíz
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Chatia Ogaldez, maestra de Joyabaj, Quiché, no se conforma con enseñar a sus alumnos letras y números en un pizarrón. En más de una ocasión ha tenido que tomar de su propia bolsa para ayudar a los niños y niñas a su cargo, quienes generalmente viven en condiciones de pobreza y exclusión.

_Chatia 2Todas las mañanas, de lunes a viernes, desde hace 20 años, un coro de niños da los buenos días a la maestra Ogaldez. Este pequeño acto cotidiano se ha convertido en un rito para la profesora, una motivación para seguir adelante con su profesión, a pesar de las dificultades.

Su vocación por el magisterio nació hace más de 20 años, pero su sueño se vio interrumpido cuando se convirtió en madre y debió trabajar para sostener a sus hijas, aunque siempre sintió deseos de continuar sus estudios.

“A mí me gustó primero porque todos mis hermanos son maestros. Yo, como madre, estaba cursando mis estudios, pero dediqué un tiempo a criar a mis hijas. Fue una lucha grande la de salir adelante. En base a todas mis experiencias de pobrezas, el hecho de quedarme con mis hijas solas, me hizo darme cuenta que el amor de una maestra es muy importante”, dijo.

Ogaldez recordó que estar lejos de sus hijas por el trabajo representó una dura experiencia.

“La maternidad me enseñó que no me había equivocado de vocación. Ser maestro representa mucho, uno se involucra tanto en la vida de los niños. Aquí no es como en la capital, porque en los pueblos o área rural se ve mucha necesidad, a veces uno ve a los niños y no sabe si desayunaron, si son explotados, si han sufrido”, explicó.

Por eso considera que es vital la relación entre maestro y alumno, ya que éstos últimos no siempre tienen cariño y comprensión en sus viviendas. A su parecer, ejercer como maestra no significa solo dictar y escribir en el pizarrón, sino que implica una relación más estrecha de conocimiento y acercamiento con los menores.

En varias ocasiones, Ogaldez ha procurado ayudar a sus alumnos con sus problemas, incluso si eso significa aportar de sus propios recursos económicos.

La profesora se inspiró en los profesores que tuvo profesores cuando niña. “Antes todo era diferente, la educación en la casa a veces era poco expresiva. Mi madre fue muy buena, pero tuve maestros excelentes y me daban los abrazos y comprensión que yo necesitaba”, relató.

El primer grupo de estudiantes al que impartió clases estaba integrado 50 niños, la mayoría de habla Ixil y quienes habían vivido el conflicto armado.

“Con el cariño logré llegar hasta ellos y me sentí identificada. Fue ahí en donde confirme que no había equivocado de profesión. Hay que compartir con ellos. Esa vez compartí con ellos en un idioma totalmente diferente al mío”, aseguró.

Aunque Ogaldez no domina el idioma Ixil, ha logrado aprender de sus alumnos, como ellos de su profesora.

Para la maestra, la educación preprimaria es sumamente importante, porque es cuando los niños empiezan a recibir los primeros mensajes.

Ogaldez no se conforma con las clases que imparte, e indicó que le gustaría impulsar un proyecto para que todos los educadores del Quiché se unieran para aportar una cantidad simbólica de apoyo económico para los niños a su cargo.

Además ha realizado jornadas de alfabetización en sus tiempos libres. “Me costaba entrar a Chajul, pero en las mañanas me iba a alfabetizar ad honorem y lo hacía por espacio de unas dos o tres horas con niños que trabajaban de lustradores”, comentó.

«En base a todas mis experiencias de pobrezas, el hecho de quedarme con mis hijas solas, me hizo darme cuenta que el amor de una maestra es muy importante».

«La maternidad me enseñó que no me había equivocado de vocación, ser maestro representa mucho uno se involucra tanto en la vida de los niños, aquí no es como en la capital, porque en los pueblos o área rural se ve mucha necesidad, a veces uno ve a los niños y no sabe si desayunaron, si son explotados, si han sufrido».
CELIA OGALDEZ

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