Por: Álvaro Sánchez
Artista visual y escritor
No sé cuántos de ustedes de niños inventaron mundos fantásticos dentro de sus cabezas. Confieso que yo sí lo hice y muchas veces. Para ser honesto con ustedes, muchos de ellos eran bastante disparatados. Muchas veces pensé si había algo con mi imaginación. Pero me encantaba la idea de pensar en que existen otros mundos, los cuales no podemos ver, pero que están ahí con seres que ni siquiera imaginamos que existen.
Solía fantasear con encontrar, por ejemplo, alguna puerta secreta detrás de la gran librera de mi abuelo o algún pasadizo secreto en el jardín de alguno de mis tíos. Las posibilidades eran infinitas a la hora de echar andar mi cabeza. Un poco de esos años de ensoñación regresaron a mi cabeza al leer la novela gráfica El chico perdido, del autor americano Greg Ruth.
Debo decir que hace mucho tiempo que no me tomaba el tiempo de leer una novela gráfica. Pero al volver a ellas siempre resulta fascinante encontrarme con esas historias que se desarrollan en la imaginación, como si estuviéramos en la sala de un cine, solo para nosotros.
Empiezo por decir que el arte que ilustra el libro es asombroso. La línea gráfica tiene un aire ¨vintage¨ que a mi parecer les da cierta textura a las imágenes si pensamos en el contexto, a dos tiempos (pasado y presente) en el cual se desarrolla la historia.
En la década de 1950, un niño, Walt desaparece de un pequeño pueblo. En la actualidad, otro niño, Nate descubre un viejo reproductor de cintas debajo del suelo de su habitación después de mudarse con su familia a la ciudad. Nate escucha las cintas narradas por Walt grabadas hace muchas décadas. Comienza a descubrir que Walt había aprendido de un mundo más allá de lo terrenal, en el que los insectos montan perros y los muñecos pueden hablar.
La vecina de Nate, Tabitha, también parece saber algo sobre este mundo. Los dos se unen para resolver el misterio de dónde desapareció Walt. Ellos se envuelven en acontecimientos que tendrán consecuencias que van más allá de ellos y el pequeño pueblo en el que viven.
A medida que la historia avanza se nos presentan más personajes y poco a poco surge una imagen de varias facciones compitiendo por el control de una llave misteriosa, que asegurará el dominio tanto de ese mundo como en el mundo “normal”.
Greg Ruth hace un buen trabajo al presentar lentamente los motivos e intenciones de los diferentes personajes. Pero, al hacerlo, creo que se muestra demasiado sobre futuros giros de la trama. De hecho, lo que debería haber sido un giro importante en la trama se transmite demasiado pronto por una conversación entre el muñeco parlante Tom Botón y Haloran, un hombre mayor que sirve como guía de Walt, Nate y Tabitha, hacia el otro mundo.
Sin embargo, la trama es fuerte y la caracterización, en su mayor parte, diría yo que es bastante buena. Todos los personajes son únicos. Los personajes de Walt, Tabitha y el Barón Garrapata me parecieron los más convincentes e interesantes. El chico perdido es una novela gráfica al estilo Folk Horror que merece atención. Y el final, definitivamente deja la puerta abierta a futuros volúmenes.
La próxima vez que se encuentren en algún bosque deberían poner más atención. Quién sabe si todos esos seres que han imaginado en secreto realmente existen y solo están esperando a que ustedes volteen su mirada al escuchar los sonidos extraños de la naturaleza para encontrarse con ellos y su mundo de una vez por todas.
LAS RESEÑAS
Tomar la palabra, de Mercedes Calvo
En esta obra, Mercedes Calvo reflexiona sobre la importancia de abrir la puerta de la escuela a la poesía, de invitarla a entrar al aula no como una asignatura más, sino como una presencia que conviva con los niños y les ayude a florecer su creatividad. La autora propone mantener a los niños con una actitud sensible a la poesía, no para convertirlos en escritores de poemas, sino para influir con la poesía en su ánimo y en su pensamiento. “Queremos no sólo lectores sino, fundamentalmente, seres capaces de tomar la palabra”, anota Mercedes, y agrega: “lo único que la escuela puede, y debe, hacer es ofrecer la posibilidad de que el niño se apropie libremente de la palabra y la utilice para decir aun lo opuesto a nuestro pensamiento”.
Observadores del cielo en el México antiguo, de Anthony F. Aveni
A través de una amena exposición, Aveni se acerca a las culturas precortesianas, especialmente la maya, a fin de esclarecer los abundantes misterios de su civilización, trazando un recorrido vasto por la sabiduría astronómica de nuestras civilizaciones.
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