Space Invaders y el terrorismo doméstico

Giovany Emanuel Coxolcá Tohom

 

En alguna de las páginas de esta novela recordé una entrevista pendiente que tengo con Pablo Xitumul de Paz, la muralla jurídica y de justicia contra la que se estrellaron todas las vilezas y mezquindades del terrorismo institucional guatemalteco.

En pleno apogeo de las redes sociales y con las posibilidades de la Inteligencia Artificial en ascenso, leer a Nona Fernández con su novela Space Invaders (Fondo de Cultura Económica) es un ejercicio necesario para la memoria, pese a que la inteligencia artificial podría redactar en menos de un segundo un comentario más atractivo y lúcido que estos párrafos y de paso plantear mejores preguntas para Xitumul de Paz.

Habrá quienes dirán que ya están cansados de la misma cantaleta: comparar a Efraín Ríos Montt con Augusto Pinochet ya es lugar común en la literatura (poesía cursi, cuento ramplón, novela de culpa o de corte neoliberal, de ese realismo neoliberal que nadie se atreve a nombrar). Algo de verdad hay en eso, pero también hay algo de verdad en pensar que los carniceros de la G-2, tendrán entre 40 y 70 años, ahora se desempeñan como guardaespaldas de diputados, de ministros, asesores de diputados o de ministros. Hay ciertos códigos entre ellos que les permiten reconocerse en la calle, en los aeropuertos o como infiltrados en las manifestaciones populares, cuyos líderes pecan de negligentes o de ingenuos. ¡Qué más da!

Por otro lado, están los hijos de militares de alto rango (generales, coroneles… los soldados rasos nunca han contado como militares, el valor de 20 soldados es el equivalente al de la tolva de un M-16) que hace 40 años escuchaban las discusiones domésticas, veían llegar a otros militares, escuchaban una jerga ajena a su universo infantil. Estos niños tuvieron acceso a una educación privilegiada, conocen las bondades de Dios y seguramente terminaron desparramados en los escritorios burocráticos en cualquiera de los tres poderes del Estado guatemalteco.

Space Invaders tiene la virtud de llevarnos a reconocer a nuestros fantasmas y verdugos. Es posible que nosotros también seamos el verdugo de alguien más. Así son las complejas relaciones humanas. La existencia no es un idilio sino el paso por un pantano. ¿A qué se dedican quienes vieron al abuelo dar órdenes para ejecutar a un líder sindical? La pregunta es ociosa. Mejor preguntar por qué en el 2018 no hubo un nieto de general capaz de escupir sobre el ataúd de Ríos Montt. En el 2006, Francisco Cuadrado Prats escupió sobre el de Augusto Pinochet. Mejor preguntarse si habrá una generación capaz de escupir sobre la venenosa descendencia del dictador, al menos de forma simbólica en las urnas electorales.

Cuentos antiguos para escuchar frente al fogón

¿Por qué seguimos aferrándonos a la lectura? ¿Qué nos impide abandonar una novela después de la primera página? Estas preguntas las formulo cada vez que termino de leer un libro. A cierta edad, se deja a un lado la disciplina de leer hasta la última página de una lectura, algunas se vuelven tortura. Pero Nona Fernández, con Space Invaders nos devuelve a la permanente discusión con nuestro tiempo y con el pasado forjado a base de persecuciones y terror.

Somos una sociedad propensa al olvido y al masoquismo. Vemos a un político con suficiente suciedad en la conciencia para contaminar Marte y decimos “bueno, peor, no nos podría ir”. Y resulta que sí. Lo único seguro en estos 109 mil kilómetros cuadrados es que siempre nos puede ir peor: empeorar es nuestro destino. Al menos eso hemos demostrado en estas ya más de dos décadas que llevamos del siglo XXI. Quizá no tengamos remedio y estemos condenados a elegir y elogiar a nuestros verdugos.

A estas reflexiones me llevó la lectura de Space Invaders. Aunque me sienta tentado a hablar de lo que trata la novela, no lo haré. La edición del Fondo de Cultura Económica (2020) incluye un epílogo de seis páginas, titulado Aprender a despertar, de Jaime Pinos. Ojalá sea un incentivo más para despertar de este letargo político que ha durado décadas.

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