Ruth Vaides
Ruth Vaides, Ciudad de Guatemala, 1973. La mayor parte de su obra es poesía, pero también ha publicado relatos y cuentos cortos. Ha publicado los libros Con Versos de Calibre Ignorado (Proyecto Editorial laChifurnia, de El Salvador, 2017), El Pequeño Teatro de la Ira (Editorial Alambique, Amatitlán, Guatemala, 2017), Kodoku Shi – Muerte Solitaria (Editorial Alambique, 2019), Hikikomori – Dejarse morir (Sión Editorial, Guatemala, 2021) e Insípido sueño de una noche sin pastillas (Editorial BRG, España, 2022) todos de poesía. Ha participado en antologías publicadas en El Salvador, México, Honduras y Guatemala.
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De compras en Pavón
Me da por favor un ajuste de cuentas
y una extorsión, para llevar;
ponga un asalto, mejor dos,
con algunos sobornos,
y un testigo “protegido”,
para despistar:
Y todo se lo pago en efectivo.
Soldaditos
Se salen las palabras por los agujeros de bala en las
gargantas.
Suenan quejas de la batalla mientras los niños
siguen naciendo al pie de las trincheras
ya que sus nombres vienen escritos en mechas de tela
que cuelgan de la boca de las botellas
con que harán bombas molotov:
Con el grito de la tierra sigue brotando alambre de púas;
Los cascos quedan muy grandes en los cráneos infantiles.
Los chiquillos juegan a la guerra con el ombligo pegado
a una bala, una metralleta y un cuchillo de caza.
No llegarán a viejos, dejarán su espíritu perdido en el campo
tampoco tendrán descendientes; hasta aquí llegó su casta.
Crematorio
No sé dónde nos vimos
si en la calle, en el barrio, en la cantina.
Si nos dimos un saludo en el templo
o brindamos en la tienda de la esquina.
No sé dónde vi tu cara:
Si en la plaza, en el parque, en la playa:
no recuerdo si te vi en una ruta perdida
o corriendo rumbo a una curva cerrada;
no sé dónde ni cómo te vi
y ahora sólo distingo tu mirada opaca
tus ojos sin brillo
tu respiración apagada
la mano blanca, ceniza, cerrada;
el cuerpo oscuro, sin vida, sin nada.
No sé quién eres
pero lloraré en silencio por ti
por tu familia
por tu casa, tus mascotas, tus mañanas,
Llevaré tu sufrimiento en mi pecho,
soñaré tus pesadillas mundanas;
y en mis manos tus cenizas cercanas
guardaré en una urna sagrada.
No te conozco
pero pensaré en ti
mientras la llama le de paz a tus entrañas.
Impunidad
El ojo del atropellado
rebotó en la trampa de concreto.
Se quedó ahí: fijo,
lloroso, triste,
señalando a su asesino.
“Se atravesó el señor”,
dijo un hombre tembloroso y con aliento a demonio,
mientras un billete doblado y escondido
se escurría en un bolsillo ajeno.
Y mañana saldrá en las noticias:
“El policía nos dijo
que no hubo testigos
ni evidencias;
el chofer se dio a la fuga”.
De las clases sociales
Estamos a la misma altura:
vos, condominio de lujo;
yo, cerro frente a una barranca.
Vos, soledad, despecho,
desprecio, angustia lejana;
yo, esperanzas, pensamientos,
deseos imposibles, nada.
Allá frente a la misma noche
y a la misma brisa mojada,
nuestros recuerdos se cruzan
como alguna vez, hace tiempo,
lo hicieron nuestras miradas.
Perdida y descalza
Vago sin esperanza, con los pies heridos,
en el sombrío bosque de las rosas negras
que se están alimentando con mi sangre.
La agonía de la rosa
Me siento como una rosa
en el misterio del alba
que no sabe si vivirá
o será cortada
y con su muerte
adornará mi caja
en la funeraria.
Víctima inocente
Te encontré callado
silencioso y frío
en una esquina del barrio,
¿Lloras? ¿Mueres?
¿Agonizas?
No lo sé;
recuerdo haber tomado tu mano
buscando el pulso
pero no lo encontré,
aunque tus ojos
decían lo contrario.
Vi tu mirada sin vida
clavada fijamente en mi memoria
escarbando para hallar un por qué.
Discúlpame; el disparo
no iba dirigido hacia ti.
Somos ilegales pero salvos
Pues le pedimos a Dios
que nos ayudara a cruzar el Río Bravo.
Nos envió a su hijo Unigénito
que nos acompañó al otro lado.
Pero los Minutemen ya nos estaban esperando.
Cuando empezaron los tiros
Jesús nos gritó que regresáramos
corriendo al agua
mientras él entretenía a los matones.
“Y, ¿qué hacemos con el peludo?”,
dijo uno de ellos.
El líder del grupo,
un gringo viejo de sombrero stetson blanco
con un par de pistolas en el cinto,
sonrió cínicamente al contestar:
“Pues. Lo de siempre”.
Y ahí mismo lo crucificaron a balazos.
(Esa niña,
La que tiene
Pensamientos de sicario)
Selección de textos. Roberto Cifuentes