Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior.   Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar.   Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.

[Le dijo el médico] «Tomad hoy por receta este consejo: Solo viendo a Garrick podréis curaros» […] Así –dijo el enfermo–, no me curo: ¡Yo soy Garrick!… cambiadme la receta. Juan de Dios Peza

El epígrafe de esta oportunidad cita unos alegóricos e interesantísimos versos de «Reír llorando», del poeta, político y escritor mexicano Juan de Dios Pedro Pablo Peza Osorio, quien, en este poema, describe a un personaje público a quien todos consideran afortunado, cuando realmente no es así.   En su invitación reflexiva se apoya en un muy famoso actor y dramaturgo británico, David Garrick, quien realizó muchas innovaciones en el teatro inglés del siglo XVII.   Casi un centenar de años después de ya fallecido el también comediante, Peza presenta, en forma de poesía, una situación que a todos nos ha evocado, en más de una ocasión, sendos cuestionamientos: que las apariencias engañan.

En efecto, así como bien reza el dicho, todos hemos tenido evidencias del hecho de que lo que se aparenta no es, por lo general, la realidad de las personas.   Con gran frecuencia vemos como los seres humanos tratamos de disfrazar las situaciones que nos son molestas, o que a nivel social se consideran nada exitosas.   La madurez, pienso, consiste, en gran medida, en el abandono de estas máscaras.   No obstante, aunque a algunos nos molesta y nos parece una situación nada constructiva, es importante aceptar que nos encontramos inmersos y que vivimos en una sociedad de mascaradas crecientes, en una sociedad basada en las imágenes que se proyectan.

Aunque todo apunta a que esta situación no es ninguna novedad, la llamada sociedad de la información, que muy bien describe el surcoreano Byung-Chul Han, en su libro «Infocracia: la digitalización y la crisis de la democracia», ha venido a agudizar mucho más este mal de la humanidad.   Todo el mundo, en un sentido figurado, claro, se somete a la supuesta transparencia de este nuevo modelo de sociedad, subiendo imágenes a las redes sociales, las cuales, a su vez, responden fundamentalmente a lo que se espera de cada persona, alejándose paulatinamente de sus realidades.   Así, de esta guisa, medio planeta comparte sus anhelos o las pretendidas «felicidades» a las que esta misma sociedad de la información propende.

En particular, creo que todos tenemos grupos de chat, o participamos en redes, en las que algunos y algunas destacan por compartir hasta el último atisbo de estatus, o de condición, tratando de transmitir el inmenso «éxito» del que son objeto, léase, la inmensa «felicidad» que les acompaña.   Empero, cabe reparar en lo harto frecuente que sucede contrario de lo que se muestra.   Mientras más se vocifera sobre lo que se tiene, es porque de mayores carencias se adolece.   En efecto, la realización personal no se vuelca sobre este tipo de acciones narcisistas, sino, como hemos dejado entrever, mediante acciones que evidencian la madurez humana adquirida.

Sin embargo, encaminándonos hacia el titular del artículo, la cita de Peza no viene al caso de esta máscara, que muchos y muchas suelen voluntariamente colocarse, sino al hecho de que ciertas personas poseen un especial carisma para algunas actividades, ciertos dones, ante los cuales quienes les observamos no podemos sino manifestar reconocimiento y admiración.   Imaginamos dichas que derivan de los talentos que poseen, ignorando las intimidades de sus vidas personales.   Bien sabemos que únicamente al estar muy cerca de las personas, llegamos a conocerlas como realmente son.   En particular, imaginamos que las celebridades gozan de mucha dicha y gran prosperidad, sea por la fama, sus riquezas o todo lo que posiblemente nosotros consideramos de gran fortuna.

En esta oportunidad, estoy trayendo a la reflexión el caso del comediante nato, aunque, como comentaré al final, podría aplicarse perfectamente a los casos de otras virtudes, dones como he expresado, con los cuales acontece de manera similar. Por ello, el poema de Peza inicia hablando del reconocimiento de las virtudes del comediante, Garrik, inspirado, como hemos señalado, en David Garrick:
Viendo a Garrik –actor de la Inglaterra–
el pueblo al aplaudirle le decía:
«Eres el más gracioso de la tierra
y el más feliz…»
Y el cómico reía.
Víctimas del spleen, los altos lores,
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores
y cambiaban su spleen en carcajadas.
Mi inspiración, por otro lado, ha venido de una lectura sobre la vida del comediante y actor británico Richard Henry Sellers, mejor conocido como Peter Sellers, el actor detrás del personaje del inspector Clouseau, en la serie cinematográfica «La pantera rosa». Conocí a Sellers en los ochentas, cuando vi la película «Desde el jardín» (Being There), la penúltima que filmó el célebre actor. Fue la primera película, y de las pocas que vi en el cine, en las que me maté de la risa, a carcajadas. La producción es una de sus actuaciones más aclamadas, que le hizo merecedor de su segunda nominación a un Óscar, como mejor actor, ganando el Globo de Oro por mejor comedia o musical.
Nunca supe detalles de la vida personal de Peter Sellers, pero ahora que leí estas notas biográficas, sorprendentes, pero a la vez inquietantes, no pude evitar que llegara a mi memoria otro comediante, el también fallecido, hace un poco más de ocho años, actor estadounidense, Robin McLaurin Williams. Al igual de como sucede en la actualidad con el futbolista Lionel Messi, de quien se están hablando mil y una maravillas, cuando se supo del suicidio de Robin Williams, llovieron los elogios, desde un lado del mundo, y desde el otro lado también. Sin reflexión sobre lo sucedido, todos y todas lloraban la pérdida de tan genial comediante.
Por mi parte, siempre he tenido la manía de ver el panorama completo antes de emitir elogios. Soy bastante reservado en los enaltecimientos, por esta tendencia de evaluar el combo. Pienso que la existencia de aspectos muy negativos demerita profundamente la admiración por ciertos personajes. En el caso del futbolista argentino, el tema de las burlas en las que incurrió, y en el caso de Williams, el del suicidio, con el que nunca he estado en acuerdo o aceptación. Es decir, al margen de que siempre hubo algo en la actuación del actor que nunca me terminó de cuajar, yo objetaba enaltecer a alguien que había decidido terminar con su vida, aun teniendo posibilidades para confrontar los conflictos.
Al enterarme de la vida de Sellers, a quien, a propósito, Robin Williams dedicó el Oscar cuando ganó tal galardón cinematográfico por mejor actor de reparto en «Mente indomable» (Good will hunting), supe que había un denominador común de esto que vengo planteando. Confieso que, de niño, los payasos me daban miedo. Su voz fingida, su actitud agresiva, y algo desequilibrado en ellos no me resultaba para nada atractivo. De hecho, la presente publicación tenía por titular «El payaso del miedo», pero uno de mis hijos, que gusta de la comedia, me indicó que este no reflejaba lo que deseaba expresar. Asentí, porque sé que lo de los payasos es un prejuicio, aunque, insisto, nunca los consideré mentalmente sanos.

El artículo que me hizo revisar la vida de Peter Sellers puedes leerlo aquí, y procedo ahora a compartir los elementos más relevantes del contenido. El primer detalle que llama la atención es que, como anotamos arriba, el nombre del niño era, desde su nacimiento, Richard Henry, pero sus padres, empezaron, ya él crecido, a llamarle Peter. Aquí nada muy extraño, hasta que te enteras que Peter era el nombre del hermano, nacido muerto, antes de que el actor viniera al mundo. De su infancia se comenta una relación muy cercana con su madre, Agnes, de quien llegó a tener una enfermiza dependencia.
No obstante, ambos padres, que se desempeñaban como artistas del vodevil, se iban de gira frecuentemente, dejando al niño en terceras manos. Desde varias fuentes se sabe que William «Bill» Sellers y Agnes Doreen «Peg» Marks no tenían a su hijo en sus prioridades, y todo tipo de impactos psicológicos negativos pueden ser imaginados, sea que seguimos al pie de la letra a Segismundo (Sigmund Freud), o no, por esta dependencia que comentamos tenía el niño Peter con su madre, calificada de sobreprotectora, a pesar que lo dejaba solo con regularidad. Este y otros detalles se muestran en la película de 2004 «Llámame Peter» (The Life and Death of Peter Sellers). Describiendo la película, se lee:
Nunca se mostró seguro de sí mismo, a pesar de sus numerosos matrimonios, sus alabanzas por parte de la crítica y sus éxitos profesionales. Peter Sellers, en realidad, tenía una vida tormentosa, y llegó a confesar: «Odio todo lo que hago».
Lo cierto es que, con las décadas después del fallecimiento del comediante, salieron a la luz ciertas realidades, que únicamente eran conocidas por los más allegados. Se le describe como «un artista obsesivo tan dedicado a su trabajo que descuidó a sus seres queridos, sacrificando gran parte de su propia personalidad, para crear de manera convincente la de sus muchos memorables personajes». Esto recuerda, en paralelo, a Williams, cuando su hija Zelda le pedía que simplemente hablara con su voz, pues el actor se sentía más cómodo imitando voces de algunos otros: «simplemente léelo como tú mismo».
Peter Sellers declaró, cuando se le entrevistó en The Muppet Show: «Nunca podré ser yo mismo. Ya ves, no hay un yo. Yo no existo. Solía haber un yo, pero me lo extirparon quirúrgicamente». Esto fue ya en el ocaso de su corta vida, en 1978, menos de dos años antes de fallecer de un ataque cardíaco, a los 54 años. En más de una ocasión rechazó la oferta de aparecer como «él mismo», como suele pasar con otros personajes de la comedia, afirmando que él ya no existía. En lugar de ser simplemente «él mismo», el comediante cambiaba su vestuario, probando diferentes acentos, entiéndase, cualquier cosa para no tener que ser, en público, Peter Sellers.
En varios momentos críticos de su vida, evidenciaba encontrarse al borde de un colapso mental. Muchos eventos probaron que Sellers era en extremo errático, impredecible e impulsivo. Citamos un ejemplo. Tras el lanzamiento de la exitosa película que he mencionado (Being There), Sellers recurrió a su hija Victoria, de 15 años, para conocer su opinión. Como no es extraño con una hija joven, que se burla de su padre, en tono de broma, pero siempre con cariño, le dijo: «Parecías un viejito gordo». Ante la sorpresiva respuesta, y frente a varios que le acompañaban, Sellers reaccionó aún más sorpresivamente, pues arremetió contra ella, arrojándole su bebida en la cara, ordenándole que regresara a su casa en el próximo vuelo.
Victoria fue su tercera y última hija, la única que tuvo con su segunda esposa, la sueca Britt Marie Ekland, con quien empezó a manifestar el lado más obscuro de su inestable personalidad. Su primer matrimonio, el de mayor duración, fue con la australiana Anne Howe, con quien tuvo dos hijos, Michael y Sarah. Cuando Sarah se enteró de la pelea con su hermana Victoria, quiso hacerle saber a su padre lo que pensaba al respecto. Él le contestó, fríamente, en un telegrama: «Después de lo que pasó esta mañana con Victoria, seré feliz si nunca más vuelvo a saber de ti»». Estas fueron las últimas palabras a alguno de sus hijos.
Aunque nunca fue diagnosticado, expertos especulan que Sellers era bipolar, y que sufría de depresiones intermitentes, al igual que se ha sabido de Williams. Sin embargo, pareciera que sus egos, exorbitantes, les impedían someterse a un adecuado tratamiento. En cambio, recurrían al uso de substancias, a punto tal que Sellers empezó con sus problemas cardíacos, con una ráfaga de infartos, por el excesivo uso de los llamados poppers. Es bien sabido que, en cierto tipo de depresión, los períodos maníacos (o mánicos), que son períodos de energía excepcionalmente alta, se intercalan bajo cierta dinámica compensatoria. Se trata de estados de ánimo anormalmente elevados, sea de euforia y energía, o de una alta irritabilidad.
Estos estados de ánimo, elevado o irritable, duran al menos 5 días, y los expertos documentan que al menos tres de los siguientes síntomas están presentes: autoestima elevada o sentimientos irreales de importancia; disminución de la necesidad de dormir (sentirse descansado tras solo unas horas de sueño); locuacidad (más de lo normal); pensamientos acelerados; excesiva distracción; una mayor y urgente concentración en alcanzar metas, sea de trabajo o personales; la participación en actividades irresponsables que podrían tener consecuencias peligrosas, tales como un aumento de la actividad sexual o mediante transacciones financieras imprudentes, gastando grandes sumas de dinero. En la biografía de Peter Sellers se descubren todas estas características del trastorno bipolar.
Como en la mayoría de los casos, su ego y la negación derivada le impidieron buscar una ayuda profesional real. En esta revisión, resulta relevante que, desde su infancia, su vida consistió en una larga serie de eventos, en espiral descendente, que a menudo lo llevaron a problemas de todo tipo, pero, de manera especial, en las relaciones interpersonales, como cuando tenía que llevarse bien con sus compañeros de reparto, y no se diga en sus relaciones privadas. Mucho del brillo en sus actuaciones se debe a este ir y venir de una psique enferma. Su gran capacidad histriónica y su facilidad para producir hilaridad terminan siendo parte de esta que, informalmente, estamos identificando como la enfermedad del payaso.
Tuvo varios matrimonios, de pocos años de duración, los cuales llegó al extremo de realizar después de pocas semanas de conocida la joven, quien pronto pasaría a ser su próxima víctima. El caso de su segunda esposa, Britt, es icónico. Controlador al extremo, no había prenda de vestir de Britt que Sellers no escogiera previamente. Sin embargo, ya con Anne se observaban cosas inimaginables. Por ejemplo, mientras la pareja disfrutaba de un relajante día en casa, Sellers le envió un telegrama, ordenándole que le llevara una taza de café. Lo particular del incidente es que el actor estaba en la habitación contigua, a unos metros. Anne, alucinada por el hecho, se percataría luego que situaciones similares vendrían a sumarse.
Aunque cada brevísimo romance tuvo una singular anécdota, lo que también destaca es que Sellers era, con toda seguridad, un insufrible compañero de trabajo. Hasta antes de su muerte siempre había estado en conflictos y ocultando secretos. Posterior a su fallecimiento, se descubrió que Sellers estaba en la pretensión de borrar a su última esposa, Lynne Frederick, de su testamento. Habiendo estado casada solo un par de años, resulta paradójico que Lynne haya terminado con la mayor parte de la fortuna acumulada, la cual no duró mucho tiempo, pues Lynne sobrevivió al actor apenas un poco más de una década, con una muerte envuelta en el misterio y los rumores del espectáculo y la farándula.
Para un nuevo documental, con motivo del cuarenta aniversario del fallecimiento del comediante, se entrevistó a Susan Wood, su secretaria, pues ella fue la última persona en hablar con Sellers antes de su infarto fatal, en julio de 1980. Lo trasladaron al hospital, con dos de sus exesposas y Susan acompañándole. Como se encontraba estable, regresaron a casa. Empero, al llegar, una llamada telefónica notificó el deceso. En el documental Susan expresa: «Esto fue lo más terrible. Siempre me he sentido muy mal por eso. Para el hombre que nunca quiso estar solo, nunca jamás, estuvo completamente solo al final… eso es desgarrador».

Regresando al poema de Peza, vemos que se nos presenta un personaje público a quien todos consideran afortunado. Aunque tiene la capacidad de hacer que cualquiera deje atrás sus penas y se alegre, nadie advierte su verdadera situación. Por ello, cuando se describe a un paciente desconocido que llega a consultar al médico, nadie sospecha del admirado actor. Los versos explican cómo, este hombre, se siente vacío, insensible y sin ganas de seguir adelante. Es un hombre que ha conocido mundo, es instruido, ha sido deseado y amado por muchas mujeres y, además, es de noble cuna y con recursos; posee riquezas, es admirado y al mismo tiempo se siente solo y muerto en vida. Sobre la poesía, puede leerse:
Es consciente de que lo que le rodea es una imagen de personas aduladoras, que en el fondo odia. El médico aconseja como distracción ver al famoso comediante. Para sorpresa, el médico se entera que el enfermo es el propio actor, que lo tiene todo y más.
El actor expresa que cuanto más hace reír, más desgraciado se siente. Su risa es su forma de llorar. Por ello el poeta se dirige al lector para que desconfíe de quienes se ríen, porque ocultan una gran tristeza. Creer en algo es un apoyo, pero al perder la fe, la risa es una extensión de la pérdida.
Todo lo que nos rodea es falso, algo irreal y la vida nos hace fuertes. Para este actor, muchos están en la vida viviendo una eterna mascarada de muchos caminos vitales y lo único que hacen es esconder los sentimientos reales, la tristeza por el sufrimiento detrás de la risa, actuando un día tras otro.
A final de cuentas, el poema de Peza nos trae, a través de una pequeña historia, una realidad habitual en nuestro entorno: existen muchas personas que se esconden tras un personaje, que alimentan día a día, y que oculta su verdadero yo. Renuncian a ser sinceros, a mostrarse como son de verdad, qué es lo que sienten y cuáles son sus deseos, anhelos, sueños y tristezas, para ocultarse tras una máscara, que lo único que consigue es sumirlos más profundo, haciéndolos más desgraciados, inventando una mentira tras otra. En particular, he visto cómo algunos se ocultan tras la fachada de una cierta profesión, o en el perfil que proyectan en su trabajo. A la larga, siempre en el teatro.
Ahora que escribo sobre los comediantes, y las enfermedades mentales que posiblemente se esconden detrás de la máscara del payaso, del que hace reir, recuerdo algunas notas precedentes sobre nuestro exgobernante James Morales y del síndrome de Hybris, entre otros. Lo que acá he querido esbozar es lo que decía sobre las apariencias, que suelen engañar. El caso de Sellers ilustra muy bien a aquellas personas, carismáticas y glamorosas, exitosas, pero que, como suele decirse, llevan el demonio adentro. Podríamos citar una gran cantidad de ejemplos en los que celebridades admiradas y queridas por sus seguidores, resultan una verdadera decepción ya en el fuero interno de la vida privada.
Y es que, la verdad, solo estando cerca, en la convivencia, del día a día, se conocen las mañas, los «trabes» y las problemáticas más profundas que se tienen, como bien sabemos sucede con la pareja, con los padres, los hijos, los amigos y amigas y con cualquiera otro con quien compartimos los momentos más cercanos. Y esto no refiere únicamente al tema de ser agradable o gracioso, que es el caso que hemos ilustrado, sino también con otras cualidades que se tienen, y que a los ojos del ajeno, a la distancia, se ven únicamente como virtudes. Como reza otro dicho: en casa de herrero, cuchillo de palo. Más frecuente que escaso, suele suceder.
En contraparte, esto se observa también con las cosas positivas y constructivas, pues personas que no lo aparentan poseen calidades dignas de nuestra admiración. En cualquiera de los casos, ahorramos mucho tiempo y mucha energía cuando procedemos de manera franca y sincera en todo momento, mostrándonos tal cual somos. Esto implica un conocimiento profundo de quiénes somos y hacia dónde nos interesa dirigir nuestros caminos, nuestras prioridades, al margen de lo que la sociedad, o comunidad, deseen de nosotros mismos. En cualquier circunstancia, la salud mental, tanto individual como colectiva, debe ser una prioridad en nuestras vidas. Me parece bien cerrar con unas reflexiones, de parte de quien nos lee, al respecto de las ideas aquí vertidas.

Fuente de imágenes ::
[ 1 + 2 + 3 ] Imágenes editadas por Vinicio Barrientos Carles :: https://en.culturess.com/view/?id=peter-sellers-facts-es-cul&src + https://www.hacerfamilia.com/ocio/payasos-mas-famosos-mundo-historia-20211110104002.html + https://www.uco.es/tradav/?p=2080 + https://es.wikipedia.org/wiki/Robin_Williams

Artículo anteriorMario Vargas Llosa, influencer al que nadie pela
Artículo siguienteDeclaro mi candidatura presidencial desde el exilio