Gloria Azucena Rosales Ruano
Gloria Azucena Rosales Ruano. Guatemala, 1996. Docente y escritora. Se tituló como Profesora de Lengua y Literatura en la Facultad de Humanidades, Universidad de San Carlos de Guatemala, actualmente estudia la licenciatura en Administración Educativa. Es miembro activo de Escritoras guatemaltecas. Sus textos han sido incluidos en antologías digitales y físicas: Memoria del Taller de poesía experimental (Letras en Directo y grupo de escritores chiquimultecos Zanates y Clarineros), Guatemala: Antología Literaria Contemporánea (Escritoras guatemaltecas), 56 Altares -Filos y espejos- (Testigo Ediciones), Mujeres guatemaltecas, escritoras y artistas plásticas (Eos Villa Argentina).
Compañero
¿Oyes las lenguas de fuego?
Pregonan tu fuerza, alaban tu hazaña.
¿Ves las lágrimas de hielo?
Gritan furia, añoran tu mudanza.
Ahora vienes diáfano, desnudo…
me contemplas y te adoleces.
¿Sientes el cuerpo temblar?
Suena a plegaria, ruega piedad
¿Sientes el alma extasiar?
Anuncia la certeza, denuncia la fragilidad.
Un alma en agonía
Cuerpo y mente deliran
lo aturden giros acelerados.
Un alma desierta,
la huida no alcanza
se hunde en la demencia.
Danzan las ánimas
surcan el lecho
ni las Aves
ni el Ángelus
le salvan del tortuoso pensamiento.
¡Vuelve la vida!
pasea por el recinto
en hercios interminables,
se dilatan las pupilas
los ciclos vienen y van.
En tropel tristezas y alegrías
nubarrones forman ya.
Dos mujeres entonan un canto
se quiebran las voces
se separa el alma del cuerpo
prevalece el silencio y el frío.
Inquietud
Hoy, ha pesado existir.
Sentir, dividir lo propio de lo ajeno.
Sumar mis ayeres y restar mis prejuicios.
Hoy, pisé la región, busqué tres quintos de interés
y solo encontré cinco tercios de desaliento.
Hoy, no he querido salir del ángulo recto.
La intersección no miente, y ahí está:
una carita sucia que sonríe al verme,
una sonrisa que duele al irme,
una voz que medra y un amor que
no espera mi favor.
Hoy, sumé mis seis fonemas, me nombré
y ya no sé restar.
Meditabunda
Me quedé sin estanque,
sin reflejo que contemplar.
Mi cuerpo iba hacia ti
como río que fluye y muere en el mar.
Mi esencia lo dejó ir
como a pichón que aprende a volar.
Me quedé sin culpa, sin más que lamentar.
Silenciosa y con ojos de búho
le vi perder y ganar.
Me eché sobre la hierba y le contemplé.
Amaba sin miedo, pastaba en la selva
sin sospechar, que a las fieras
las mueve la carne y nada más.
A Marcelina
Bebiste las hieles de la vida,
encarando intrépida a la adversidad.
Entregaste mieles y revuelos de sonrisa,
caminando ávida para engañar al tic-tac…
Ni sobresaltos, ni angustias, pararon tu andar.
Jolgorios y alegrías ofrecías al pasar.
Tras disturbios, armisticios firmabas sin titubear.
Ahora recuerdos dibujas en el empañado despertar.
Decadencia
Nació como un diente de león
entre las grietas del pavimento.
Aridez
Viento
Nostalgia…
Extraña figura, visita nocturna.
Entrañable tibieza que sacude.
La vela refleja un arco en perfecta armonía,
armonía perfecta si hay reincidencia.
Ellas
En una danza multiforme
las figuras se multiplican,
vienen de todas partes.
Son melodía y grito de guerra.
Tienen el sello de la fragilidad.
Tienen fuentes dulces y agridulces.
Tienen un ayer que se repite
Tienen voces que hacen eco.
¿Las ves?
Libres y cautivas.
Revolucionarias y sumisas.
Coexistiendo en el anonimato,
oscilando rítmicamente
sujetas a la rigidez del eje.
En una danza multiforme,
muere la indiferencia
las manos se entrelazan,
las figuras se multiplican.
Emergencia
Era la vergüenza o el colapso.
La frialdad de los muros o el cálido desfallecer.
Las bocinas y el embotellamiento o el alarido ahogado.
Los amargos analgésicos o las maldiciones al atardecer.
Era una vida doliente o una muerte lenta.
Colibrí
Tras un cortejo
le acerca su pico
ella calma su sed.
Mi ruina
Quizá até demasiadas veces la cuerda,
cuando solo debía cortar el último hilo.
Lancé hálitos de esperanza
fiel a la corazonada.
Ahora muerdo la sábana,
maldigo el primer domingo de enero,
sangro al recordar el impulso.
Deseo extirparte de la memoria;
me enfermas, pero extrañamente
sigo deseando ser una desahuciada.
Selección de textos. Roberto Cifuentes