Víctor Muñoz

Escritor. Premio Nacional de Literatura

 

—Fijate que estoy triste —me dijo Gedeón esa tarde.

—¿Y eso? —quise saber.

—Es que fijate que Ramón, ¿te acordás de Ramón, aquél con el que jugábamos cincos a la salida de la escuela y que era hijo de don Beto el carnicero?  Pues fijate que este Ramón se metió a vender posters de esos que vos ves en las barberías y en algunas cantinas; que conste, no se trata de posters de mujeres encueradas, no, sino de mujeres que aparecen en posiciones un poco sexis abrazando a una culebra o sosteniendo una margarita, ¿verdad?, pues le ha ido bien en el negocio porque tiene gracia para escoger los posters, cuando vos querrás un tu buen póster podés ir a buscarlo por ahí por el Edificio Vivar, por ahí se mantiene aquél en una de las banquetas, solo que si vas en la mañana tenés que buscarlo del lado derecho de la calle, ahora que si vas por la tarde entonces lo vas a encontrar del lado izquierdo, ya que siempre anda buscando la sombra porque según me explicó, el sol le daña sus posters.  Pues resulta que me gustó uno de una muchacha que aparece en traje de baño de esos que hay ahora, que son puros hilitos los que se ponen esas mujeres, pero no vayás a creer que me gustó porque a la muchacha casi se le mira todo, sino porque es mera bonita, se parece mucho a una mi novia que tuve hace bastante y por eso lo compré, y resulta que lo llevé a mi casa y lo coloqué en un lugar bien apartado de la vista de todos, principalmente por mi tía Dolores, que es bien delicada con eso de la moral y siempre anda diciendo que la cosa ya se jodió, que antes todo era muy decente pero que ahora todo es vulgaridad y bajeza, así dice ella. Pues lo fui a colocar arriba de las gradas, en el descanso, y lo puse ahí para que cuando fuera subiendo para mi cuarto mirara mi póster y me sintiera bien, pero de lo que no me fijé, porque como bien sabés, de tanto mirar las cosas uno llega a familiarizarse con ellas y después hasta ni les hace caso, pues te decía que ahí mismo, pero más arribita y un poco más a la derecha mi tía Dolores tiene colocada una imagen de un su santo y en cuanto vio mi póster se puso a pegar de gritos y a decir que cuándo no, yo el pecador, el impío, el irrespetuoso con las normas de la moral y la vida decente; y se puso tan brava que de una vez se dejó ir en contra de mi póster con ganas de arrancarlo pero no midió bien el paso y perdió el equilibrio y se vino de regreso por las gradas hasta que cayó al piso, hubieras visto los gritos que pegó.  Yo creí que se había metido a la casa un ladrón o había pasado algo grave, pero no, entre tía Matilde y yo la fuimos a recoger.  Menos mal que no se quebró nada, pero ahora no puede respirar bien, tiene bien morada una pierna, según dice ella porque yo no se la he visto, que conste, y se queja de que le duele todo.  Yo, cuando vi lo que había pasado me asusté y lo primero que hice fue pensar que lo mejor sería quitar mi póster de ahí, pero no lo he hecho porque la tía Dolores, nada más ve que voy para mi cuarto comienza con la alegadera esa de que soy un pecador y todo lo demás y me pone bravo.  Entonces venía a pedirte que me hicieras el favor de acompañarme para ir a quitar el póster de ahí y de que te lo traigás para tu casa, no tengás pena, yo te lo regalo. La cosa es que en mi casa a vos te tienen como gente decente y si te ven llegar nadie va a decir nada.  ¿Qué decís, me hacés la campaña?

—Pues mirá Gedeón —le dije—, yo te agradezco, pero mejor no porque al igual que a tus tías, a mamaíta no le gustan esas cosas y lo que yo menos quiero es meterme en problemas, ¿me entendés?

Gedeón se quedó pensativo durante un momento, tal vez desilusionado de que yo no lo quisiera acompañar; sin embargo, luego de un momento prosiguió con su plática.

—Bueno, mirá pues, hagamos una cosa, vos te venís conmigo, entramos a la casa, saludamos a mis tías y luego subimos las escaleras, quitamos el póster y de ahí vos te lo llevás a la calle y lo podés tirar en donde creás conveniente.

El asunto me comenzó a interesar.  No sé por qué.  A lo mejor porque en el fondo a uno siempre le agrada ver una mujer un poco encuerada, ¿verdad?

—Puesss, si querés te acompaño —le dije.

Casi me jaló del brazo para que nos fuéramos de una vez a la calle. En cuanto llegamos pude darme cuenta de que, de verdad, las tías estaban bien bravas.  Ni le contestaron el saludo y cuando se dieron cuenta de que yo iba de visita comenzó el pleito.

—¡Sí, bruto, hereje, pervertido, gaznápiro, depravado, degenerado, vil, apóstata, no te basta con tus perversidades sino ahora traés a gente decente para pervertirla también, pero eso sí que no lo vamos a permitir!

Y diciendo y haciendo me conminaron de manera violenta a que me retirara de ahí inmediatamente.  A las carreras me despedí de Gedeón, quien evidentemente aturdido y como humillado me fue a dejar a la puerta.

—Disculpá vos —me dijo a grito pelado el muy caballo—, pero será en otra oportunidad que podás satisfacer tu deseo por ver el póster.

Y cerró la puerta sin siquiera darme oportunidad de reclamarle nada.  De inmediato pensé que la gente solo para joderlo a uno sirve.

 

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