El pasado 11 de septiembre la literatura sufrió un golpe fatal: la partida del escritor español Javier Marías. Es imposible no sentirse desolado frente a ese acontecimiento. Como tributo al escritor universal, el Suplemento Cultural reproduce la entrevista concedida por Marías a la revista “Qué leer”, aparecida hace algunos años. |
¿Cómo afronta tener nuevamente a unos cuantos periodistas fastidiando la quietud de su casa y sometiéndolo a preguntas que probablemente ya ha contestado muchas veces?
Publicar se ha convertido en una tarea que casi da más trabajo que escribir los libros. Uno tiene la sensación de que se trata de hablar de lo que no haría falta hablar mucho… al final se trata de resumir, de medio destripar el libro, banalizarlo un poco por fuerza. A medida que pasa el tiempo apetece quizá menos, pero también hay que agradecer que a uno le hagan caso… Yo tengo la sensación de que no tengo mucho que decir de viva voz. Hay un abuso de la presencia de los escritores, de manía con que los escritores estemos presentes. Yo casi nunca voy a festivales y a ese tipo de cosas. Hace años fui a algunos pero nunca vi que saliera nada demasiado interesante. Si escribimos es porque nos expresamos mejor por escrito. Resumir lo que uno hace no tiene mucho sentido.
¿Y no le motiva siquiera como ritual?
Sí, hay algo de ritual… yo hubo una vez en que no pasé por el ritual.
Con Negra espalda del tiempo. No quiso dar entrevistas.
Y se me castigó un poco, por decirlo de alguna manera. Hubo gente que se lo tomó muy mal. Hice una rueda de prensa y expliqué por qué no iba a dar entrevistas, me disculpé. No lo hice de una manera hosca ni abrupta. Aún así hubo gente a la que le sentó mal, que dijo: “¿Pero este que se cree?”. Era con un libro donde el narrador era yo mismo, no me sentía capacitado para hablar de él.
Pero entonces…
En la novela cada cosa que el autor agrega a lo que ha escrito le resta algo de misterio y le quita algo la posibilidad al lector de llegar por sí solo a los giros. Yo tengo la sensación de que suele haber tal avalancha de cosas en el momento del estreno que tengo la sensación de haber leído el libro o haber visto la película antes de verla.
Pero entonces…
Lo de los tráilers es una cosa demencial. Antes los tráilers estaban bien hechos, ahora en cambio prácticamente cuentan de arriba a abajo todo. Y además hay tantas entrevistas o reseñas en el mismo fin de semana, que si las lees todas inevitablemente te haces una idea de lo que es el libro. En ese sentido me parece contraproducente. Yo he dejado de ver películas por haber tenido esa sensación ya de haberlas visto.
Pero entonces…
Llega un momento en que uno se plantea la utilidad de todo eso, pero hay un empeño… el año pasado tenía muy pocas ganas de hacer viajes de promoción del tercer volumen de Tu rostro mañana, me daba pereza repetirme a mí mismo. Pero en cada país donde iba publicándose los editores me decían: “Es que tienes que venir, que es muy importante que vengas”. Y yo decía: “¿Pero realmente mi presencia es tan necesaria?”. Yo no tengo la sensación de que los libros se lean por la presencia del autor. Hay países a los que no he ido nunca y sin embargo tengo bastantes lectores y quizá tengo otros en los que he ido más a menudo y tengo menos.
Pero entonces, si la visualización de un libro o de su autor en los medios no decanta nada, ¿de qué depende, como sucedió con Ruiz Zafón o María Dueñas, que esos cien primeros lectores de una veintena de puntos distintos que serán el arranque del boca a oreja elijan justamente en las mismas semanas ese libro entre medio de tantos miles de volúmenes?
Es un misterio, y me gusta que siga siéndolo. Hay libros que caen en gracia como todo lo demás. Caes en gracia o no. Cuando empecé hace mucho, en los 1970, yo tenía veintitantos años cuando Jaime Salinas me nombró con otra gente joven de entonces para formar parte de un comité de lectura: Juan Benet, Juan García Hortelano, Luis Goytisolo… y me acuerdo que en mi ingenuidad a veces decía: “Si no hay libros buenos en este bloque pues no se publica ninguno, si no hay no hay, que no se publique nada este mes”. Me respondían: “¡Pero qué dices!”. No me daba cuenta de que hay que publicar algo, hay una maquinaria en marcha. Era joven y pardillo. Las editoriales no dependen de que algo sea realmente merecedor de ser publicado sino que hay una máquina que alimentar.
Esos fogoneros del mundo editorial son los autores. Por cierto, Los enamoramientos resulta bastante inmisericorde con las tipologías de escritores…
No, no. Tampoco tanto [sonríe con picardía].
Describe a uno de ellos como “gorrón”, “tacaño”, “sin orgullo”. Cuenta sobre otro que va a los hoteles y apunta todos los gastos a quien le invita… [sigue sonriendo traviesamente]
Son comentarios de la narradora…
Ya…
Y, dado que trabaja ahí, conoce este mundo y es normal que alguien que trabaja en una editorial tenga poco respeto porque tiene muy cerca a los escritores y los ve con sus pequeñas miserias. Que hable con cierto desdén o cierto choteo forma parte de la verosimilitud del personaje…
También hay un poco de guasa incluso hacia sí mismo.
Pues sí, dice la narradora que todavía existe algún pirado que escribe a máquina y yo mismo sería uno de ellos.
Por cierto que aparece por ahí un escritor y académico de pro como el filólogo Francisco Rico. No sé decir si le hace un monumento o lo vapulea…
Todo está hecho con gran afecto. Paco Rico es ya una marca de fábrica, lo saco en casi todas las novelas. Igual en alguna le doy más protagonismo, pero como yo le digo a veces para hacerle rabiar: “Tú eres un excelente personaje anecdótico”.
“En la novela no hay juicios” Uno lee Los enamoramientos y detecta resonancias de otras novelas, incluso frases enteras retomadas de otros libros o asuntos que se habían examinado desde una óptica levemente distinta.
Sí, esas frases que traslado de un libro a otro que son como ritornelos. No siempre son repeticiones exactas, son variaciones o adquieren un giro distinto en un contexto diferente.
Afirma que cuando se pone a escribir una novela no sigue un esquema cerrado, pero este asunto de ir tomando frases y asuntos que aparecieron años atrás e irlos combinando de nuevo parece un gran plan de relojería literaria…
Pues no hay un plan minucioso, y en ésta menos aún. Era la primera después de Tu rostro mañana, que viví como un gran proyecto aunque sólo sea de dimensiones, casi 1.600 páginas, ocho o nueve años de trabajo… y hubo momentos en que me parecía imposible terminar. Lo logré y, bien mal o regular, conseguí hacer el libro que quería hacer. Tuve un poco la sensación de haber ido haciendo un camino a tientas y de que de pronto se me había acabado el camino tras ese libro. Una de dos, o me caigo a un precipicio o sigo caminando a ver qué pasa. Durante un tiempo no sabía si iba a seguir escribiendo, no era coquetería, dudaba si escribiría más novelas. Porque acabé agotado, no ya sólo por cansancio, sino por la sensación de haber dicho todo lo que tenía que decir.
¿Sentía que tenía el riesgo de que a partir de ese momento iba a ir siempre a menos?
No, eso no me preocupaba. He ido haciendo ese camino al escribir un libro y luego otro, no he considerado que la actividad de un escritor debe ser una especie de superación continua ni mucho menos. Ni esa cosa circense de hacer algo más difícil todavía. El ánimo que invade al autor en cada libro no tiene nada que ver con el resultado alcanzado. El Corazón de las tinieblas es la novela más apreciada y conocida de Joseph Conrad. No tiene el tamaño, ni la ambición ni el aliento de Nostromo o Lord Jim, pero posiblemente le salió mejor o se percibe como mejor. A Henry James le salió mejor Otra vuelta de tuerca que algunas de sus novelas largas y ambiciosas. De manera que a veces uno pone mucho empeño y luego resulta que sale mejor algo que era más modesto como proyecto. Por eso superarse… no le veo mucho sentido. En cuanto a proyecto, nunca voy escribir un libro como Tu rostro mañana. Ahora bien, que pueda salir otro libro mejor que ése, pues tampoco es descartable. Tampoco me preocupa mucho.
Aún no se ha publicado el libro y ya hay un articulista que le está buscando las cosquillas a la nueva novela del escritor Javier Marías.
¿Sí?
Sí, es un articulista que se llama Javier Marías. En el EPS despotricaba sobre la impunidad que existe en nuestra sociedad, la tolerancia hacia las conductas torcidas, y no admitía la más mínima vacilación. En cambio, el novelista Javier Marías nos presenta tantos ángulos de la cuestión, tantas maneras de ver las razones por las que no se denuncia un asunto aparentemente censurable, que al final casi nos convence de la no intervención…
El grado de impunidad en los delitos es realmente tan enorme… pero es que la novela muestra lo que pasa. En una novela no hay juicios.
¿Ese articulista Javier Marías tan vehemente que no cede un milímetro ante quienes callan un delito, podría llegar a las manos con el contemplativo novelista Javier Marías?
Es que hablamos de dos cosas diferentes. El articulista es un ciudadano que se responsabiliza de lo que opina y habla de cosas más o menos reales. En el novelista el ciudadano ni entra ni sale.
¿Y cómo lo reprime, lo ata con una cadena?
Son territorios completamente distintos. Lo que no soporto son las novelas moralistas, que dan lecciones, o de tesis. Me parece que no es la función de la literatura y las novelas que hacen eso suelen ser bastante malas o poco interesantes. Yo siempre he dicho que una de las cosas que hace la novela es poner en evidencia las contradicciones, mostrar el misterio. Hay una cita de Faulkner que he usado muchas veces: “Lo que hace la literatura es equiparable a lo que hace una cerilla en mitad de la noche en mitad de un campo”. Una cerilla no ilumina nada, lo que hace es permitirnos ver cuánta oscuridad hay. Creo que la literatura muestra cuántas sombras, cuántas contradicciones existen… En cambio, en un artículo estás en el territorio de la opinión.
¿Pero el articulista Javier Marías no podría leerle la cartilla al novelista Javier Marías por no ser suficientemente contundente?
No, porque el articulista Javier Marías nunca haría una crítica literaria de un libro en esos términos. No sería tan estúpido como para reprocharle a una novela su ambigüedad moral.
Sería un poco el caso de Umberto Eco con El cementerio de Praga. Se armó en Italia un gran revuelo porque se le reprochaba que su protagonista (un falsificador de lengua afilada que echaba pestes contra judíos y jesuitas) no estaba suficientemente condenado o subrayado como “malo”.
Hay una confusión al respecto. Me hice eco de esa polémica. Hace ya mucho tiempo que la novela o las artes en general no son muestras juzgables. Una novela es lo contrario de un juicio. En un juicio los que juzgan se atienen a los hechos y no interesan los motivos. Hay atenuantes, pero se juzga lo que alguien ha hecho y no entra mucho en por qué lo hizo. Usted mató a alguien a posta y es un asesinato, más allá de sus motivos. Una novela no hace eso, lo que hace es mostrarte cómo pasan las cosas. No es que las justifique, es que uno asiste a las cosas. Hay una regresión hacia cierto primitivismo en que se considera que una obra de arte debe ser juzgada en términos morales, eso me parece una cosa muy antigua, superada. ¿Qué se haría entonces con Dostoievski y con tantísimas obras?
En el artículo donde anunciaba la salida de la novela se hablaba de ella como un libro pesimista… ¿Por qué?
¿No se lo parece?
Los personajes son todos encantadores. Ella es muy prudente, sensata, agradable. Él es un hombre educado, culto, ingenioso, muy atractivo también. La viuda es una mujer serena, digna, hermosa… ¡Uno querría parecerse a ellos!
A mí sí me parecía, al escribirla, una novela pesimista, incluso sombría. Es la constatación de que a veces uno decide dejar pasar cosas que quizás no se deberían dejar pasar. La narradora se plantea que la justicia le trae sin cuidado. Yo no soy quién para impartirla.
Incluso afirmaba que Los enamoramientos es “una novela pesimista desde el mismo título”. ¿Relaciona amor y pesimismo? ¿Diría que enamorarse es un mal negocio?
En principio todo el mundo desea y aprecia estar enamorado, todo el mundo cree que es algo deseable, que nos hace mejores… y yo creo que puede darse eso y que personas enamoradas pueden hacer cosas muy nobles. Pero también personas muy nobles, por estar en un estado de enamoramiento, pueden comportarse de la manera más vil, traicionera y feroz. En la novela aparecen algunos casos así.
Dice en la novela que “cuando uno desaparece el mundo deja de concernirle”. Este año cumple los 60… ¿Ha empezado a pensar ya en la posteridad?
Pensar en la posteridad me ha parecido siempre ridículo y en estos tiempos más que nunca, precisamente porque la posteridad existe cada vez menos, todo va más rápido y el olvido de las cosas es más precipitado. El olvido es feroz. Los propios vivos tenemos ya ciertas dificultades para no ser olvidados en lo que acabamos de hacer, no digamos ya los muertos.
¿No es un acicate pensar en dejar algo tras de sí?
No pienso en ello. Si queda algo, pues bien. Pero, como tampoco me voy a enterar, me da un poco lo mismo. Hombre, a uno le gusta pensar que lo van a recordar las personas que lo han conocido, pero poco más. No tengo conciencia de dejar legado ni nada por el estilo.
¿Y cómo se ve como escritor cuarenta años después?
No me he sentido un escritor profesional en el sentido de quienes están obligados a publicar un libro cada cierto tiempo y, puesto que son escritores, han de escribir. Yo he hecho trece novelas en cuarenta años, contando como tres los volúmenes de Tu rostro mañana, lo cual quiere decir una cada tres años. Me cuesta tener una idea de mí mismo como escritor. Me veo como alguien que de vez en cuando escribe.