Cátedra Johnstone Family, departamento de psicología, Universidad de Harvard; autor de Los ángeles que llevamos dentro

La vida compleja es producto de la selección natural, que está impulsada por la competición entre reproductores. El resultado depende de los reproductores que movilizan mejor la energía y los materiales necesarios para copiarse a sí mismos, y de la rapidez con que son capaces de hacer copias que, a su vez, puedan replicarse. El primer aspecto de la competición puede llamarse supervivencia, metabolismo o esfuerzo somático; el segundo, replicación o esfuerzo reproductivo. La vida en todas las escalas, desde el ARN (o RNA) y el ADN hasta los organismos enteros, implementa rasgos que ejecutan —y compensan constantemente— estas dos funciones.

Uno de los dilemas de la vida es si otorgar recursos (energía, alimentos, riesgo, tiempo) a producir el mayor número posible de cachorros y dejar que se valgan por ellos mismos, o bien producir menos descendientes y potenciar las probabilidades de supervivencia y reproducción de cada uno de ellos. La continuidad de una especie traduce el grado de inversión paterna empleado por un organismo.

Puesto que la implicación paterna es finita, los organismos inversores se enfrentan a un segundo dilema: invertir recursos en un cachorro determinado o bien conservar estos recursos para invertirlos en sus hermanos existentes o potenciales.

Debido a la diferencia esencial entre los sexos —las hembras producen menos gametos pero más valiosos—, las hembras de la mayoría de las especies invierten más en sus cachorros que los machos, cuya inversión se acerca a menudo a cero. Las hembras de los mamíferos en particular han optado por una inversión masiva, empezando por la gestación interna y la lactancia. En algunas especies, incluido el Homo sapiens, los machos también pueden invertir, aunque menos que las hembras.

La selección natural favorece la asignación de recursos no sólo de los padres a los cachorros, sino entre parientes genéticos, como los hermanos y los primos. De la misma forma que un gen que anima a un progenitor a invertir en sus cachorros estará favoreciendo una copia de él mismo que reside dentro de esos cachorros, un gen que anima a un organismo a invertir en un hermano o un primo, una parte del tiempo estará ayudando a una copia de sí mismo y será seleccionado en proporción a los beneficios obtenidos, a los costes incurridos y al grado de parentesco genético.

Acabo de revisar los rasgos fundamentales de la vida en la Tierra (y posiblemente de la vida en todas partes), con la más mínima mención a los hechos contingentes sobre nuestra propia especie: sólo el hecho de ser mamíferos con inversión paterna del macho. Yo añadiría otro: que somos una especie inteligente que se enfrenta a los enigmas de la vida no sólo con adaptaciones fijadas y seleccionadas a lo largo del tiempo evolutivo, sino también mediante adaptaciones facultativas (conocimiento, lenguaje, socialización) que desplegamos en nuestras vidas y cuyos productos compartimos a través de la cultura.

A partir de estos principios profundos sobre la naturaleza del proceso evolutivo, uno puede deducir muchísimas cosas sobre la vida social de nuestra especie. (Aquí tengo que repartir crédito a: William Hamilton, George Williams, Robert Trivers, Donald Symons, Richard Alexander, Martin Daly y Margo Wilson.)

  • El conflicto es una parte de la condición humana. A pesar de los mitos religiosos del Edén, las imágenes románticas del buen salvaje, los sueños utópicos de la armonía perfecta y las metáforas pegajosas como el apego, el vínculo y la cohesión, la vida humana no está nunca libre de fricción. Todas las sociedades tienen cierto grado de prestigio y estatus diferencial, de desigualdad de poder y de riqueza, castigos, normativas sexuales, celos, hostilidad hacia otros grupos y conflictos dentro del grupo, incluyendo la violencia, la violación y el homicidio. Nuestras obsesiones cognitivas y morales rastrean estos Hay un pequeño número de argumentos en la ficción del mundo, definidos por los adversarios (a menudo asesinos) y tragedias de parentesco o amor (o ambos). En el mundo real, nuestras historias vitales son en buena parte historias de conflictos: las heridas, culpabilidades y rivalidades causadas por amigos, parientes y rivales.
  • El principal refugio de este conflicto es la familia (grupos de individuos con un interés evolutivo mutuo en el desarrollo próspero de sus miembros). Así, vemos que las sociedades tradicionales están organizadas alrededor del parentesco, y que los líderes políticos, desde los grandes emperadores hasta los tiranos de pacotilla, persiguen transferir el poder a sus descendientes. Formas extremas de altruismo, como donar un órgano o conceder un préstamo arriesgado, se suelen ofrecer a los parientes, así como los legados de riqueza después de la muerte, una causa mayor de la desigualdad económica. El nepotismo amenaza constantemente a las instituciones sociales, tanto religiones, como gobiernos o empresas, que compiten con los vínculos instintivos de la familia.
  • Ni siquiera las familias son santuarios perfectos protegidos del conflicto, porque la solidaridad de los genes compartidos ha de lidiar con la competición por la inversión paterna. Los padres deben distribuir su inversión entre todos sus hijos, los nacidos y los no nacidos, con todos sus descendientes igualmente valiosos (siendo todo lo demás igual). Pero así como un descendiente tiene interés en el bienestar de sus hermanos, puesto que comparte la mitad de sus genes con cada hermano entero, también comparte todos sus genes consigo mismo, con lo cual tiene un interés desproporcionado en su propio bienestar. El conflicto implícito se desarrolla a lo largo de toda la vida: en la depresión posparto, el infanticidio, la ternura, el destete, la malcrianza, las pataletas, la rivalidad entre hermanos y las peleas por la herencia.
  • El sexo no es totalmente un pasatiempo de placer mutuo entre mayores de edad. Eso es debido a que la distinta inversión parental mínima entre hombres y mujeres se traduce en diferencias en sus intereses evolutivos finales. Los hombres, pero no las mujeres, pueden multiplicar su resultado reproductivo con múltiples parejas. Los hombres son más proclives que las mujeres a la infidelidad, y las mujeres son más vulnerables que los hombres al El sexo, por tanto, tiene lugar a la sombra de la explotación, la ilegitimidad, los celos, el abuso matrimonial, los cuernos, el abandono, el acoso y la violación.
  • El amor no es lo único que necesitas ni es lo que hace girar el mundo. El matrimonio sí que ofrece a la pareja la posibilidad teórica de una superposición perfecta de intereses genéticos y, por tanto, una oportunidad del éxtasis que asociamos al amor romántico, porque sus destinos genéticos están unidos en el mismo paquete: es decir, sus hijos. Por desgracia, estos intereses pueden divergir debido a la infidelidad, los hijastros, los parientes políticos o las diferencias de edad, que son, no casualmente, fuentes mayores de conflicto matrimonial.

Nada de eso significa que las personas seamos robots controlados por la genética, que los rasgos complejos estén determinados por genes simples, que la gente pueda ser moralmente disculpada por pelearse, violar o coquetear, que la gente deba intentar tener todos los bebés que pueda, o que la gente sea inmune a las influencias de su cultura (para citar algunos de los malentendidos más comunes de las explicaciones evolutivas). Lo que sí significa es que una buena cantidad de formas recurrentes de conflicto humano salen de una pequeña cantidad de rasgos del proceso que hizo posible la vida.

  • BROCKMAN John. Eso lo explica todo. Ideas bellas, profundas y elegantes sobre cómo funciona el mundo. Ed. Deusto. 1996.
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