Julio Fernando Martínez Mejía

Celebrando el aniversario de Oro en el que Santa Lucía Cotzumalguapa fue exaltada a la categoría de ciudad, la Fraternidad Luciana convocó a un certamen local de Ensayo Literario breve con el tema: “Me siento orgulloso de ser luciano”.

Fraternalmente saludamos a todos los que participaron en este esfuerzo literario y editorial, motivados por el amor que tienen por esta tierra de comadrejas y jaguares que cobijó sus sueños y esperanzas, y que les habrá de inspirar para velar incansablemente por su superación y desarrollo constante, siguiendo los pasos de todos los que, desde siempre, de una manera u otra en ese sentido nos han ido señalando el rumbo.

Patentizamos nuestro reconocimiento a los escritores lucianos que obtuvieron los tres lugares de privilegio:

1.      Julio Fernando Martínez Mejía. “Remembranzas de mi tierra

2.      Ana Lucía Xalín Lara. “Exaltando el orgullo de ser Luciana”.

3.      Flor de Libertad Cruz Paz. “Me siento orgullosa de haber nacido en Santa Lucía Cotzumalguapa”.

Atentamente: Carlos Barranco R.

 

Hoy regreso a mi pueblo querido, Santa Lucía Cotzumalguapa, después de varios años de ausencia.  Está super moderna, con gran comercio, y mucha más gente en las calles.  Camino por la tercera avenida, ya no la reconozco a pesar de que mi infancia la pasé recorriéndola.  Todo es moderno y cambiado, lo que conocí ya no existe.

Voy a traer de nuevo ese tiempo a mis recuerdos:

Mi recorrido comienza en El Calvario, el que ya no existe, es uno nuevo el de hoy.  Recuerdo las crucifixiones que era obligatorio presenciar, de lo contrario no se sentía el sabor de la Semana Santa, “los encuentros” con su respectiva asoleada, tomar refresco de chilacayote en las ventas callejeras.  Siempre me pregunté cómo podían los legionarios romanos que acompañaban a la procesión aguantar el calor en esos trajes de metal, capas y demás indumentaria. Buscaban un Poncio Pilatos verdaderamente robusto; muchas veces era un mecánico que no recuerdo su nombre, solo su apodo: Tolón.

Dejemos nuestro viaje de El Calvario y donde hoy está el gimnasio encontramos uno de los lugares de distracción que nuestros padres prohibían, La piscina de los Leones, la que mi madre llamaba el “Tepocatero”, por la gran cantidad de Tepocates que acompañaban a los patojos especialmente a los lustradores en sus juegos acuáticos, sin embargo, allí fue donde aprendí a nadar. Sin importar lo falto de mantenimiento del lugar. Por eso era barato. Cabe mencionar que las restricciones no existían y los patojos se podían bañar en calzoncillo si tenían o a veces “en cueros”. Lo que atraía a los más pobres. Solo existía otro balneario Lo de Batres, pero eso era palabra mayor. Y más lejos y la tristemente célebre poza del Padre.

Caminamos hacia el sur buscando el parque y encontramos dos personalidades, rivales en su negocio pero siempre trabajan en la misma manualidad,  Doña Chusita una señora muy pulcra y limpia ya entrada en años, que para El día de los Santos confeccionaba flores de papel enceradas para adornar tumbas, y la Muñequita una diminuta señora que también se dedicaba a lo mismo, hacer coronas;  frente a la calle un matrimonio muy conocido, Doña Tomasa que era la sandillera oficial del pueblo, junto con su esposo, Beto Pan uno de los primeros fleteros de la localidad, realmente eran personalidades en sus respectivos oficios.

En la esquina, un bar que ya no recuerdo su nombre, bar en donde atendían muchachas de la vida alegre y donde muchos adolescentes masculinos perdieron su virginidad, siempre era frecuentado por jóvenes y viejos. A lo largo de la tercera avenida existieron varias cantinas que se buscaban para tomar un trago. Muchas veces “las bocas” era un puñado de sal o jocotes, ni rockola tenían, entre las que recuerdo: La Tarreñita, La Palma, La Atarraya, y otras que se me escapan. A una cuadra de allí encontramos un lugar que era novedad, por sus refrescos de crema y sus mixtas de refacción, La Fuente de Soda, una de las primeras refresquerías de la nueva era, con rockola con los éxitos románticos de la juventud. Guardábamos el dinero de la refacción para ir a tomar esos refrescos en unos enormes vasos.

A la vuelta de la Fuente de Soda, el mercado, hoy no muy frecuentado debido a que lo desplazaron el mercado # 2 y el de la terminal. En los años de mi relato era el único existente y donde florecía el comercio y las tertulias de las compradoras. Prosiguiendo el viaje al pasado, encontramos una cuadra peculiar, primeramente estaba marcada por comercios de chinos, la tienda de Don Javier y Doña Concha León, El almacén el Popular de Pon Chay, en donde vendían telas, un comedor chino, en la esquina opuesta, el Almacén Ton Ley en donde encontraba toda clase de bisuterías y cosas no muy buscadas, allí compré mi primer reloj de pulsera.

No podemos abandonar esa cuadra sin hablar de una personalidad, Doña Toyita que por muchos años vendió tostadas y dobladas en la esquina con gran higiene y pulcritud. Las servía en papel de envolver, con su delantal siempre limpio, no recuerdo tostadas más sabrosas en otro lugar de Guate. Tarde a tarde en la misma esquina. Luego encontramos una farmacia muy parecida a las boticas de la edad media en donde se encontraba toda clases de pomadas y brebajes, que muchos buscaban para curarse, se llamaba la Casa Roja, era atendida por un boticario viejito que vendía hasta polvos de amor

En esa misma cuadra se encontraba el monumento a la distracción, El Cine Victoria, lugar de encuentro obligatorio de las parejas enamoradas, la cacería de novios o novias, y en su entrada la venta obligada de poporopos y los llamados Chistes, cómics le llaman hoy, en donde comprábamos las ediciones de la semana, Chanoc, Kalimán, Memín Pingüín, los de Disney y el periódico entre otros.

La galería era de madera destinada a los lustradores y personas vulgares, en donde se escuchaban toda clase de malas palabras y chismes de las personas.  Era especial escuchar los sonoros gases, los eructos, olores a pies, consumiendo una gran cantidad de maní, manías como les llamamos aquí. No estaba prohibido fumar y no faltaban quien tirara la colilla a la luneta.

La galería de madera era propicia para golpearla con los pies y la emoción que provocaban el Santo y demás luchadores, se escuchaba en todo el poblado, especialmente los domingos en la tarde, que se ponía a reventar. La matinée estaba destinada a los niños y casi no se usaba la galería, pasaban películas propias a su edad. Verdaderamente era el centro de distracción para chicos, jóvenes y viejos. Hoy en su lugar hay un enorme local comercial.

Caminamos unos pasos y encontramos el Comisariato Cotero, donde se vendían los productos al por mayor que deseaban las tiendas para revender, lugar que dejó de ser popular por el cambio de los mercados. Caminamos un poco más al sur, encontramos otro local de chinos en donde se distribuían telas, don Fernando y Doña Mery Chang, con los raros nombres de los hijos. Sentado en las afueras del este almacén que fue uno de los más modernos de su tiempo, siempre se encontraba un vendedor de manías, que desde que tengo uso de razón vendió su producto en el mismo lugar.  Sin faltar día, siempre he tenido la curiosidad de saber por qué se vestía con saco, recuerdo que era azul con minúsculas rayas. El producto se consumía con toda confianza. Tradicionalmente hay un vendedor en el mismo lugar vendiendo manías no sabiendo si es de su descendencia.

Frente a este Almacén encontramos otro comedor de chinos conocido como el de los chinos bravos. Nunca vi que alguien consumiera algo allí. A un costado, el mini-mercado, tienda de abarrotes en donde se encontraba lo que hoy se busca en los supermercados, por ejemplo espárragos, champiñones, etc. Llegamos a la esquina del parque un lugar verdaderamente icónico, la Farmacia Santa Lucía. Muy bien surtida, donde los que atendían eran enormemente gordos, los que se hicieron famosos por ello, y siempre son recordados.  Atendían con cordialidad, y el tema oficial era el Futbol, puesto que patrocinaban equipos de futbol, los que eran famosos en los alrededores.

Llegamos al parque.  Hoy está diferente.  En mis recuerdos tenía un quiosco central, en donde vendían golosinas, era atendido por una señora morena, bastante obesa, cuya voz era envidiada por los grandes cantantes, le decían “la media vuelta” porque esa era su canción favorita. En todo el parque se encontraban árboles de almendro de muchos años, los que daban una sombra deliciosa, había asientos que les decíamos pollitos, en donde laboraban los famosos lustradores, comandados por un lustrador de muchos años, don Víctor, que hacía las delicias de los patojos con sus relatos, reales o ficticios, ¿quién sabrá? Mantenía el orden y la limpieza del parque.  Recuerdo que quien me lustraba, por ser cliente, me cobraba menos, hijo de don Víctor, Matachín, joven ya con algunos años encima con polio en una pierna por lo que siempre usaba un palo de apoyo, al que admirábamos por lo rebelde y mal hablado que era.  Con los patojos, sin embargo, siempre fue respetuoso.

A un costado del parque, la iglesia católica.  En ese entonces era el único lugar de adoración de Dios, majestuosa y esperando a sus hijos, con paso de una serie de curas de lo más agradable hasta los más enojones.  Recuerdo al Padre Francisco, olvido su apellido, que uno salía de misa con sus pecados perdonados por las “madreadas” que daba en las homilías o sermones. Cabe decir que el púlpito estaba en lo alto, y no había quien se escapara de su mirada.

Al costado sur de la Iglesia, El Colegio Parroquial San Antonio, lugar en donde recibimos el pan del saber muchos hombres y mujeres de bien, lucianos, y no lucianos, siempre lo recordaremos con mucha tristeza por su desaparición.

He tratado de dar pinceladas a esa Santa Lucía Cotzumalguapa que recuerdo, pueblo soñado con tradiciones arraigadas en nuestros corazones, en donde crecimos, en un ambiente de tranquilidad y honradez, jugando y recorriendo sus calles, respirando la paz y el orgullo de ser Lucianos de Corazón.

Escribo estas memorias para que la actual juventud sepa que hay muchos personajes que hicieron próspera esta bella ciudad y vivieron y murieron en el anonimato. A ellos dedico un fuerte aplauso y elevo una oración.

¡Viva Santa Lucía Cotzumalguapa!

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