Pepo Toledo
Es un anda solo. Uno en diez mil, luchador recio y efectivo, pero a la vez sencillo y alejado de aspavientos. Posee la capacidad de sentir las cosas antes que los demás, gracias a su privilegiada sensibilidad. Callado, promueve emociones sin intención de exteriorizarlas. Las comparte con el lienzo. Ahí desarrolla su dimensión interna, que lejos de ser una ventana al exterior lo es a su alma. Crea su propia realidad de fantasía al igual que los niños, como un genio al que no le importa caer en la alienación. ¿Pero, qué es lo que realmente ocurre en el universo da cada persona que rebasa sus límites? Los impulsos del subconsciente hacen caso omiso de la lógica. Lo espontáneo va más allá de la razón. Este es el mundo bizarro de Juan José Rodríguez Paz.
Su paso por la arquitectura le proporcionó los fundamentos para transitar por el naturalismo y luego emanciparse creando su propio lenguaje y teoría de la forma, el color y la composición. Estos son los verdaderos protagonistas de su obra.
Todo lo hace con la máxima economía de recursos. Sus personajes sufren un proceso de síntesis cuyo referente sigue siendo la naturaleza y las fuerzas que en ella se activan. Es así que nacen criaturas biomórficas que habitan en remansos o viajan despreocupadamente en torrentes suaves y sinuosos. Se mueven en diferentes direcciones para eventualmente dirigirse al alma del artista y su creación. Cruzan unos sobre otros y se sobreponen en un aparente caos que luego se soluciona en el orden compositivo que caracteriza sus obras. Sus estructuras son rítmicas, melódicas y dinámicas.
El uso de la línea curva, la línea de Dios excede al de la línea recta, la línea propia del hombre. Esto, a pesar de su formación de arquitecto. De esta forma recorre el camino que lleva a la abstracción. Eventualmente vuelve a la figura, pero siempre con un grado generoso de libertad.
En cualquiera de los dos extremos su pintura la presenta como algo agradable al espectador, lejos de los coqueteos de artistas surrealistas con la melancolía, la tristeza y el nihilismo. Sus personajes recurrentes son caballos, guitarras, pájaros y payasos de carácter lúdico. Un estímulo a escapar de las tensiones de la vida.
Se expresa indistintamente en óleo y acuarela sin afectar la unidad de su inconfundible estilo. Sin duda es el mejor acuarelista que conozco. El óleo demanda trabajo intenso por largos días. La acuarela requiere conciliar rapidez y esmero, concediendo poca tolerancia al error. Es un excelente dibujante, pero cuando pinta predomina el color como medio para separar las formas. La profusión de colores caracteriza la composición cromática en sus obras, lo que le da vigor y arraigo en la cultura guatemalteca. Presenta tonos fríos y cálidos generalmente balanceados, a veces dispuestos con cierta arbitrariedad o intimidando unos a otros. El blanco lo usa de manera atípica en la mayoría de sus obras. En las acuarelas, ocupando amplios vacíos que en determinado momento interrumpen la composición. En los óleos en forma más discreta, como pulsaciones de luz. Percibimos el blanco como símbolo de pureza y paz. Para Kandinski, significa silencio con la esperanza de un nuevo nacimiento. Este es el enigma a descubrir en su pintura.