Hans Küng
EL HORIZONTE

I

EL RETO DE LOS MODERNOS HUMANISMOS

Preguntemos sin rodeos: ¿Por qué hay que ser cristiano? ¿Por qué no simplemente hombre, hombre de verdad? ¿Por qué ser, además de hombre, cristiano? ¿Acaso ser cristiano es más que ser hombre? ¿Se trata de una supraestructura o de una infraestructura? ¿Qué es en realidad lo cristiano? ¿Qué significa ser cristiano hoy?

Los cristianos deberían saber lo que quieren. También los no cristianos deberían saber lo que los cristianos quieren. Preguntado por lo que quiere el marxismo, un marxista podrá dar, aunque hoy ya no sea del todo indiscutida, una respuesta lacónica y concluyente: la revolución mundial, la dictadura del proletariado, la socialización de los medios de producción, el hombre nuevo, la sociedad sin clases. Pero el cristianismo, ¿qué quiere? La respuesta de los cristianos no pasa de ser, en no pocos aspectos, vaporosa, sentimental, genérica: el cristianismo quiere amor, justicia, hallar sentido a la vida, ser bueno y hacer el bien, humanidad… Pero, ¿no quieren tales cosas también los no cristianos?

Sin lugar a dudas, la cuestión de lo que el cristianismo quiere, lo que el cristianismo es, se ha agudizado drásticamente, ya que los no cristianos comparten hoy a menudo los mismos ideales. También ellos están a favor del amor, la justicia, el sentido de la vida, el ser bueno y hacer el bien, la humanidad. Y en la práctica, con harta frecuencia, lo están aún más que los cristianos. Si, pues, estos «otros» dicen lo mismo, ¿para qué ser aún cristiano? El cristianismo se halla hoy, en todas partes, en doble confrontación: de un lado, con las grandes religiones; de otro, con los humanismos no cristianos, los humanismos «seculares». Incluso a los cristianos que hasta ahora se han sentido en esta o aquella Iglesia institucionalmente guarecidos e ideológicamente inmunizados les asalta, hoy, el interrogante: ¿es el cristianismo, comparado con las otras religiones y los humanismos modernos, algo esencialmente distinto, algo realmente especial?

A este interrogante no puede responderse de forma puramente teórica, genéricamente. Muy al contrario: la cuestión ha de ser estudiada y resuelta de la manera más concreta y práctica posible dentro del horizonte de nuestro tiempo, teniendo en cuenta las experiencias y los condicionamientos de nuestro siglo, del mundo y la sociedad presentes, del hombre de hoy en suma. Por descontado que en esta primera parte no se tratará de hacer un completo análisis de nuestro tiempo. Pero sí se tratará de lograr una visión crítica del cristianismo en relación con las ideologías, corrientes y movimientos que con él concurren. El mundo y la sociedad actuales no serán, pues, descritos y analizados en sí mismos; de ello ya existe una inmensa literatura. Sencillamente: el cristianismo será nuevamente fundamentado y definido desde el ángulo de su conexión con este mundo y esta sociedad, tal como hoy ellos se presentan. El mundo y la sociedad actuales no constituyen, por tanto, objeto directo de estudio, como tampoco, por supuesto, el antipolo que hay que desvalorizar; constituyen, sin más, el horizonte y punto de referencia que tendremos constantemente presente en nuestra investigación.

VUELTA AL HOMBRE

¿Se engaña quien piensa, contra toda apariencia, que justamente la evolución de este mundo moderno, de su ciencia, técnica y cultura, plantea hoy el problema de ser hombre de una forma que, lejos de hacer más difícil la respuesta al problema de ser cristiano, la facilita?

¿Se engaña quien piensa, contra toda apariencia, que en el curso de esta moderna evolución en ningún caso ha jugado la religión todas sus bazas, que las preguntas últimas del hombre no están respondidas ni, menos aún, liquidadas, que Dios está menos muerto que nunca, que en la misma incapacidad general de creer se apunta una nueva exigencia de fe?

¿Se engaña quien piensa, contra toda apariencia, que la teología, conmocionada por las repetidas crisis del espíritu humano, de ninguna manera ha agotado su sabiduría ni se halla en bancarrota, sino que en virtud del ingente trabajo realizado por las generaciones de teólogos de los dos últimos siglos se encuentra preparada, hoy mucho más que ayer, para dar una nueva respuesta a la pregunta «qué es ser cristiano»?

  1. a) Mundo secular

El hombre quiere hoy, ante todo, ser hombre. No un superhombre, pero tampoco un infrahombre. Enteramente hombre en un mundo lo más humano posible. ¿No es asombroso cómo el hombre se ha vuelto capaz de manipular el mundo, cómo ha osado dar el salto al universo, al igual que antes se había atrevido a descender a las profundidades de su propia psique? ¿Y que con ello ha sometido a su dominio muchas cosas, todas casi, que antes eran de exclusiva competencia de Dios o de fuerzas y espíritus supramundanos o sobrehumanos, que se ha hecho, en fin, verdaderamente adulto?

A esto nos referimos cuando hablamos de un mundo «secular», mundano. En otro tiempo, secularizacióni tuvo un sentido primordialmente jurídico-político; significó el paso de las posesiones eclesiásticas al dominio secular de hombres y Estados. Hoy, sin embargo, no sólo buena parte de los bienes eclesiásticos, sino la mayoría de los ámbitos decisivos de la vida humana —ciencia, economía, política, derecho, Estado, cultura, educación, medicina, bienestar social—, se han sustraído a la influencia de las Iglesias, de la teología y de la religión, quedando sometidos a la directa responsabilidad y disposición del hombre actual, «secularizado».

Algo parecido viene a decir la palabra «emancipación», que originariamente significa, en el orden puramente jurídico, la liberación del hijo de la patria potestad del padre o la liberación del esclavo de la servidumbre a su señor. Pero en un sentido derivado, político, significa también la equiparación civil de todos aquellos que se hallan en una situación de dependencia de otro, es decir, la autodeterminación de los agricultores, los obreros, las mujeres, los judíos y todas las minorías nacionales, confesionales o culturales frente a sus respectivas heteronomías. De esta suerte, al final, la palabra «emancipación» viene a significar la autodeterminación del hombre en general frente a toda autoridad ciegamente aceptada y toda soberanía no legitimada: libertad de todo imperativo natural, de toda coacción social y hasta del propio condicionamiento del que aún no ha encontrado su identidad personal2.

Casi al mismo tiempo que la tierra dejó de ser el centro del universo, comenzó el hombre a considerarse a sí mismo como el centro de un nuevo universo, el mundo humano que él había creado. En un complicado proceso de varios siglos, tal como lo analizó el gran sociólogo de la religión y pionero Max Weber3, ha ido el hombre asumiendo su soberanía: experiencias, conocimientos, ideas, que originariamente se obtuvieron de la fe cristiana y a ella estaban inseparablemente vinculadas, fueron pasando a disposición de la razón humana. Los distintos ámbitos de la vida fueron vistos y regulados cada vez menos desde el supramundo o mundo de la trascendencia. Fueron, al contrario, entendidos desde sí mismos y explicados según sus propias leyes inmanentes. A éstas, y no a las instancias supramundanas, se fueron ajustando cada vez más las resoluciones y configuraciones del hombre.

Sea deplorable o plausible, se diga de esta o de otra manera, los residuos de la Edad Media cristiana parecen hoy, hasta en los países tradicionalmente católicos, completamente liquidados, al mismo tiempo que se emancipan los ámbitos seculares de la supremacía de la religión, del control de las Iglesias, de sus dogmas y ritos, incluso de la interpretación teológica.

Si la emancipación es el hilo conductor de la historia de la humanidad; si este mundo es en sus capas más profundas realmente tan secular, tan mundano como parece en la superficie; si para el último cuarto de este siglo se anuncia ya un nuevo viraje espiritual y una nueva conciencia, una actitud quizá menos racionalista y optimista frente a la ciencia y la técnica, la economía y la educación, el Estado y el progreso; si el hombre y su mundo, en fin, no son tan complejos como los expertos y planificadores de los distintos campos piensan, son cuestiones que no vamos ahora a solventar. Aquí interesa en primera línea esta pregunta: ¿Y las Iglesias? ¿Y la teología?

Bastante asombroso es ya que la Iglesia y la teología no solamente se han resignado a aceptar, al fin, el proceso de secularización, sino que han ejecutado un enérgico giro de orientación hacia él, especialmente en los años posteriores al Concilio Vaticano II y a la nueva orientación del Consejo Ecuménico de las Iglesias.

1 Sobre la historia del concepto: H. Lübbe, Sakularisierung. Geschichte eines ideenpolitischen Begríffs (Friburgo-Munich 1965). Para el problema general son fundamentales: F. Gogarten, Verhangnis und Hoffnung der Neuzeit. Die Sakularisierung ais theologisches Problem (Stuttgart 1953);

  1. Cox, La ciudad secular (Barcelona 1968); H. Blumenberg, Die Legitimitat der Neuzeit (Francfort 1966).

2 M. Greiffenhagen, Emanzipation, en Historisches Worterbuch der Philosophie, vol. II (Darmstadt 1972) 448s; id., Ein Weg der Vernunft ohne Rückkehr. ¡st die Emanzipation in eine neue Phase getreten?: «Die Zeit» (22 junio 1973).

 

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