Juan Fernando Batres Barrios
Eran los años 40’s en la ciudad de Guatemala, tiempos peligrosos, como lo son casi todos en Latinoamérica. Andrés es apenas un flacucho niño de no más de 7 años, que regresaba de la jornada completa que se acostumbraba en esos días para la escuela. Serían quizá después de las 4 de la tarde cuando Andrés caminaba despreocupadamente por una de las callejuelas de un populoso barrio cuando presenció un acto terrible.
Se estacionaba, chirriando los neumáticos un vehículo que, aunque no tenía identificación, todo el mundo sabía que era policial o militar, en esa época eso era peor que ser asaltado por la peor pandilla de criminales. Del vehículo descendieron cuatro tipos con cara de muy pocos amigos, tomaron por la fuerza a una jovencita de quizá unos 15 años, le forzaban a subir al carro, pero ella se resistía ferozmente. De repente, se escuchó como un trueno del cielo, Andrés se ocultó en el callejón donde se encontraba, el pobre muchacho estaba congelado, muerto de miedo.
La muchacha de inmediato dejo de moverse y el niño desde el callejón pudo ver como humeaba el cañón de una pistola, tiraron el cuerpo sin vida de la jovencita y se largaron los cuatro cobardes, autores del hecho.
Desde ese día, en ese instante, algo cambió en Andrés, se convirtió en un niño triste, desconfiado, introvertido. Si antes tenía pocos amigos ahora no hablaba casi con nadie, cuando nadie lo notaba, se ocultaba en los corredores oscuros de la escuela y se dedicaba a leer viejos periódicos, pero en ninguno de ellos publicó la noticia de lo que él presenció y por supuesto nunca hubo un acusado, un culpable ni un condenado por tal atroz hecho.
Leer se convirtió para el muchacho en su refugio y en su único amigo, siendo de esta manera hasta que se graduó en la universidad varios años después de abogado.
En sus primeros años de litigios en la torre de tribunales, era un oficial de la fiscalía tenaz, implacable. No dejaba libre a ningún delincuente y hasta pecaba de demasiado severo, decía siempre que se debía corregir desde el inicio estos comportamientos destructivos, condenaba a sus colegas alcahuetes que solapan estos hechos, diciendo que sobre ellos estaría la sangre que se derramaría luego.
En algún momento de la vida a Andrés le fue presentada la iglesia, el inconmensurable amor de nuestro Creador, la idea del perdón sin límites y la redención. No comprendía bien esos conceptos tan ajenos a su ley del ojo por ojo que aplicaba eficazmente en los tribunales.
Le sedujo la idea de la hermandad, algo que nunca había experimentado, el reconocimiento y admiración de una congregación por las obras de bondad y piedad. Algo que él de alguna manera y sin saberlo si quiera, anhelaba en su corazón.
Inició como muchos, llegando a la iglesia y escuchando a los lideres sin decir ni media palabra, su pinta de abogado se le notaba por encima y su avidez de leer los textos y poder interpretarlos en diferentes maneras le valió rápidamente la admiración de los más simples de corazón y mente.
Durante un tiempo estuvo en las hermandades que se visten de púrpura durante los festejos de la Semana Santa, haciendo gala de su piedad y penitencia al ponerse a la orden del sacrificio que se otorga en esos tiempos. No había procesión a la cual Andrés no asistiera para cargar al menos un par de turnos, no bebía ni una gota de líquido en todas esas jornadas a pesar del calor, decía él que era el justo sacrificio por todas sus culpas terrenales y las colocaba al pie de la cruz de los sacrificios para que fueran olvidadas.
Durante el resto del año, Andrés a pesar de que seguía fungiendo sus labores con tesón y mucha eficacia, se embarcaba en tareas filantrópicas excepcionales, inspirando a muchas personas y siendo un líder de entre muchos para lograr grandes ayudas para aldeas y comunidades pobres y lejanas a servicios de salud, agua potable, electricidad, etc.
Después de varios años, para sorpresa de muchos, Andrés creyó encontrar su verdadero camino, se convirtió al evangelio, dejando atrás las estructuras que le parecían demasiado rígidas y la túnica púrpura de las Semanas Santas…
En su círculo de amistades fue duramente criticado y señalado, pero con el tiempo Andrés logró incluso que algunos de sus detractores le siguieran. Parecía que en verdad el hombre de ahora casi cincuenta años había encontrado un nivel superior de existencia donde podía cohabitar lo espiritual y lo material en armonía, siendo así un verdadero ejemplo para todo aquel que se permitía conocerlo.
Seguía litigando en tribunales, pero ahora de parte de la defensa pública, tratando de dar nuevas oportunidades a algunos.
Ahora viajaba con los altos mandos de la iglesia donde se congregaba, en marchas y eventos fantásticos dentro de auditorios y estadios por todos lados, presenciado avalanchas de personas que buscaban un milagro, una palabra de fe y una solución, a veces mágica para sus problemas.
Como parte de toda la maquinaria que mueve el espíritu, el alma, sentimientos e intelecto de las personas, Andrés era casi adorado, o como dicen muchos líderes: Sumamente respetado y admirado por las diferentes congregaciones a nivel nacional y regional.
Seguía haciendo sus obras de caridad, apoyaba a varias comunidades en la jungla de la región, era la cara de algunas fundaciones. Ahora para conseguir la fuerza del espíritu, ayunaba constantemente, para dominar los impulsos de la carne y donaba muchas veces sus servicios como abogado a familias de la congregación, en sus asuntos legales.
Pero aun con todo esto, Andrés se encerraba a veces en su oficina o en su habitación, todos pensaban que meditaba, oraba o a lo mejor platicaba de viva voz con el creador. La realidad era que solo se alejaba y lloraba, a pesar de todo lo que hacía y lograba, Andrés en muchas ocasiones experimentaba un vacío enorme, y rogaba a los cielos para que fuera llenado.
El licenciado Andrés nunca se casó, no tuvo hijos ni alguna relación amorosa que se haya conocido. En realidad, algo siempre lo apartaba de querer compartir su vida con alguien, no le faltaban admiradoras y admiradores inclusive, siendo un abogado exitoso y un ser tan piadoso. Era como si no quisiera ser molestado por nadie, pero tampoco apoyado… Todos especulaban desde su santidad, celibato voluntario o extraña preferencia sexual.
Andrés se encontró con un infarto masivo un día en la madrigada después de cumplir los 85 años, antes de despertar, solo se le estremeció el pecho y dejo de respirar.
En la iglesia se hizo todo un aspaviento. Hasta su muerte fue cuestión de inspiración, llamada el dormir del justo, donde te duermes en este mundo material mezquino y despiertas sin más a las puertas del cielo, sin dolor alguno.
Se realizaron eventos por más de quince días después de su muerte, honores como si hubiese sido un jefe de estado y, solo porque la iglesia no creía en ellos, no pidieron que Andrés fuera elevado al estado de “Santo”.
Los líderes que quedaron en la iglesia se vieron con la dura tarea de llenar los zapatos de Andrés, que había dejado un estándar bastante alto y las diferentes congregaciones en general resentirían su partida…
Muy lejos de este plano terrenal inmundo esta ahora Andrés, quien ha llegado al final de su carrera, frente a las puertas del paraíso.
Unas puertas de perla y el camino de oro pulido como lo menciona Juan en las escrituras, entonces Andrés que al inicio de todo esto estaba consternado, pero al ver esas maravillas su corazón saltaba de júbilo, intento empujar la puerta, la cual no cedió.
Un poco confundido, Andrés intentó nuevamente con más fuerza abrir las puertas de “su” paraíso, pero estas no se movieron.
Andrés se ha quedado parado esperando que algo le dé una razón de lo que ocurre, y de inmediato se escucha una voz angelical susurrando su nombre: ¡Andrés, Andrés!… Ya estás aquí Andrés…
Era un ángel pequeñín, como los que las personas dibujan por San Valentín, que pasaba de entre los barrotes de la puerta a la que el abogado había llegado.
Andrés, perdona mi retraso debía estar listo para recibirte, pero ya estoy aquí, dijo el “angelito”. Muy bien, no hay problema, dijo con mucha amabilidad Andrés, solo abre la puerta y déjame entrar amiguito…
¿Qué has dicho? ¿Acaso no puedes abrir la puerta tú, Andrés?… dijo el diminuto ángel, cambiándole la cara totalmente. Pues lo he intentado dos veces y no he podido, es que acaso hay algún problema con que tú me la abras, mira que yo he sido una persona muy piadosa y creyente, he ayudado a un sinfín de individuos allá en la tierra, he hecho más de mil obras de caridad y demás cosas…
Sí Andrés, estamos al tanto de todo lo bueno que has hecho allá en el mundo con todos tus semejantes, incluso cuando eras el abogado más duro, sabíamos que lo hacías por algo bueno. Pero lo siento mucho, no se me tiene permitido que yo te abra la puerta del paraíso Andrés, debes poder abrirla tú mismo si en realidad eres merecedor de ello.
Nuestro amigo está sumamente frustrado, alguien le ha engañado, él se ha portado supremamente bien en la tierra y no puede entrar al paraíso, ¿acaso esto es una broma?
Ambos se quedan callados afuera de las puertas del cielo, Andrés y el angelillo. Sin saber muy bien qué decir o cómo reaccionar a una situación como esta. No recuerdo haber vivido alguna situación como esta, decía el querubín de bolsillo…
Probaron nuevamente a abrir la puerta ahora con la asesoría del pequeñín, pero con el mismo resultado, a pesar de la frustración de Andrés, este no mostroó enojo alguno, simplemente empezó a llorar y a encorvarse, se convertía lentamente en aquel niño de hace más de siete décadas atrás, temeroso de su futuro y asustado.
A pesar de ser realmente un anciano, Andrés ante los ojos del pequeño ángel se parecía cada vez más a aquel chiquillo de no más de siete años, flacucho e indefenso. Al ver esto el angelillo comprendió que algo estaba pasando, con mucha gentileza, propia de los ángeles, se le acercó y colocándole su pequeña mano en el hombre le susurró: Tranquilo Andrés, todo estará bien. Estas a las puertas del paraíso, eso es bueno. No estás a las puertas del otro lugar… eso ya es algo, ¿no te parece?
Seguía suspirando y sollozando el ahora niño Andrés, delante de las gigantescas puertas y del ahora no tan pequeño ángel.
Al verse así Andrés no entendía que le había ocurrido, pensaba mil cosas y que quizá debía regresar a la tierra, que por ello se había convertido en niño otra vez, pero el ángel lo tranquilizaba con palmadas en la espalda, asegurándole que quienes llegan a las puertas del cielo, no regresan a ningún lado. Que eso debía ser una pista del porque no podía abrir las puertas del paraíso, debía pensar y concentrarse en su niñez…
Andrés empezó a llorar desconsoladamente, repitiendo muchas veces que no podría entrar al cielo, que no lo merecía, que él era un cobarde y no hizo nada para salvar a la jovencita que marcó su vida. Le contó con lujo de detalles al ángel la triste y desgarradora historia de cómo fue cobardemente asesinada una jovencita en su presencia y que él congelado del miedo, ni siquiera grito para que los truhanes supieran que alguien los vio hacer semejante acto.
Que eso fue lo que le motivó a ser fiscal, a ser el abogado más duro y encerrar a la mayor cantidad de delincuentes, siendo especialmente severo con los asesinos y violadores. Que luego de conocer el amor de Dios a través de las diferentes iglesias pensó que debía redoblar esfuerzo en sus obras de piedad para resarcir un poco su cobardía de niño y lo demás, ya es historia…
El angelito escuchaba atentamente toda la historia, reflexionando en ella e intentando encontrar alguna pista de cómo podría Andrés entrar al paraíso.
¡Andrés! Gritó de repente el angelito, creo que tengo una solución. Tu estás atrapado por lo que viviste en aquel entonces, eso te llevo a ser quien eras en la tierra. Primero una persona muy dura, tratando de encontrar justicia en la sociedad, luego te presentaron la misericordia infinita de Dios y te volviste una persona muy piadosa con todos, menos contigo mismo.
Hiciste el bien y diste amor a tantos semejantes, pero nunca te perdonaste a ti mismo por algo que en realidad no estaba en tus manos, tú eras solamente un chiquillo cuando estos terribles acontecimientos ocurrieron. Cargaste con esa culpa toda tu vida y por ello no logras abrir las puertas del cielo a pesar de todas las buenas obras que realizaste en el mundo.
Ahora que eres nuevamente un niño, a las puertas del cielo, debes perdonar al niño que no podía hacer nada ante los hechos que presenció, porque ni Dios te juzga por ello, solo tú mismo. Y abandona todo lo demás, tus buenas obras se agradecen, pero eso no te hará entrar al paraíso, es solo por tu fe y la misericordia del Creador.
Al final una pequeña mano de un chiquillo lentamente empujó una gigantesca puerta de perla, un diminuto pie se adentró en el camino de oro pulido y luego todo se ha desvanecido dejando una nube de gloria a su alrededor…