Ser extraños en un mundo como el que vivimos no debe preocuparnos, mas bien, hay que reconocerse afuera, completamente disfuncional dentro de la escala de valores predominantes. Tampoco debe afligirnos la soledad y la incomprensión, el precio de la compañía es muy alto si uno es artista. Únicamente siendo extraños y solitarios podemos ser nosotros mismos. Cada día las ideas que colonizan los medios de comunicación son más uniformes, el individuo naufraga, en realidad la secta más grande del mundo es precisamente esa que rinde culto al éxito económico. El dinero no está mal, en absoluto, es maravilloso vivir holgado, pero es simplemente un medio y no un fin. Confundir medios con fines hace que gradualmente nos hagamos esclavos de lo innecesario, el verde césped del vecino puede llevarnos a los lugares más oscuros de nuestras pasiones, vendiendo nuestra vida cada minuto bajo la premisa que en algún tiempo disfrutaremos la vida y nos dedicaremos a la lectura, la meditación, la novela que queremos escribir o la obra creativa que elegimos en la vida.

Por otro lado, la bohemia también es una amenaza. Durante muchos años mantuve fotos de poetas suicidas colgados en las paredes de mi estudio, sus miradas tristes, sus bellos rostros jóvenes y su obra breve, genial e incompleta. Pasaron los años, encanecí, subí de peso, mi hijo se hizo adulto y aquellas fotos se fueron cayendo de la pared a causa de la humedad. Entonces acudía al masoquismo buscando en la autodestrucción la fuente de mi propia verdad… no estuvo nunca allí. Ya no escribo del sufrimiento porque lo conozco demasiado bien, prefiero sentir que al poner mis manos en el escritorio soy realmente feliz, esa quimera, el consuelo de hallar mis propias verdades. Ya sea para alimentar mi blog o para escribir una columna para entregar a mis editores, ese ejercicio romántico de la creación pasó a transformarse en un yo completo, nada mortal ni dramático, simplemente conversar, orar, meditar, tararear, recordar, tocar, herir, acariciar, actuar, suprimir, elogiar, vencer, llorar …

Fingir es un placebo que nos distrae mientras la verdad aparece. Muchos artistas en la historia fingieron serlo hasta que tuvieron un momento en el que se encontraron con su propia fragilidad. Oscar Wilde es absolutamente puro en La balada de la cárcel de Reading y en De Profundis, al leerlos cruzamos el infierno de su experiencia de vida, el contacto con la desesperación, cancelado y proscrito, pero también con la necesidad de recurrir a la esperanza, la injusticia ha sido el tema sobre el que más se ha escrito, porque es el más humano, los animales no son injustos pues actúan por instinto, los seres humanos esperamos empatía, solidaridad y recompensa por lo que hacemos, algo que nunca llega en realidad. Dejar de esperar y vivir el camino es acaso lo único seguro de esta profunda necesidad de entregarse al trabajo de crear y hacer de esto un motivo. Disfrazarnos de artistas es desagradable, mejor vestirnos de obreros, porque en la guerra entre ambas escalas siempre va a sobrevivir el que trabaja más y no el que se cree genio. En el mundo del arte existen muchas personas que disfrazan el vacío de su talento con una pose acordada socialmente, ocupan un mínimo de tiempo produciendo y un máximo auto–gestionándose ya sea en el mero oportunismo de las causas de moda, en el panfleto o en la mera frivolidad de los altos contactos con la escena hegemónica. En realidad, todo eso pasa, se van los discursos junto a los intereses políticos globales, se caen los grupos de poder, la apariencia cruza el umbral hacia lo obsoleto y únicamente queda lo auténtico. En el futuro nadie leerá las revistas del presente para ver la lista de los mejores libros ni las portadas de las revistas de arte, quedarán los libros, las obras visuales, las grabaciones y todo eso que tiene sustancia. Quizá el libro que cambie la historia de nuestra época no lo haya leído nadie en este momento, haya sido publicado y poco difundido por una editorial en un país invisible. Puede que el genio surja en un grupo étnico no blanco europeo ni con becas de creatividad en universidades norteamericanas o que simplemente sea una persona con dificultades para relacionarse con el mundo. No elijamos primero los lentes de diseño, el traje extravagante y el instructivo de modales para construirnos como intelectuales cool, pongámonos ropa de trabajo y enfrentémonos a la mesa que tenemos enfrente, leamos todo cuanto pueda ayudarnos a crear eso que tenemos en la mente, hagamos que nuestras ideas sean claras para nosotros mismos y defendámoslas a través nuevas formas, establezcamos esa identidad artística que es nuestra propia naturaleza, nuestra experiencia intransferible, ese asombro que nos devuelve a una época de la infancia en la que se nos permitía estar completamente locos. Las adaptaciones mezquinas y las identidades selfie se han colgado en el perchero de los artistas celebridad para los que la mass media sirvió como su propio trampolín, insistiendo en lo que dije antes, los medios no son los fines, Andy Warhol lo anticipaba tratando con cinismo todo este tipo de poses, curiosamente hizo de la fiesta de celebridades el argumento mismo de su fascinante trabajo, su obra era eso, la ironía hacia lo pusilánime y perecedero, porque detrás de sus lacónicas respuestas y su hedonismo, existía esa fragilidad que menciona Wilde cuando dice, “Dale a un hombre una máscara y te dirá la verdad”, la pregunta sería, ¿y si la máscara se cae y rueda por un giro del destino?, la respuesta la dio el mismo autor en sus últimos y más sublimes libros, debajo de la máscara está únicamente lo humano.

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No tengamos miedo a los sentimientos sino a su ausencia y silencio, es inevitable que nuestro carácter se convierta en un camino sinuoso, pues nuestra visión se va transformando con el pasar del tiempo, quizá con la vejez entra una claridad que nunca permitimos. Los extremos y los radicalismos son privilegio de los espectadores, ese transcurrir nos entrega una franqueza con esas emociones que evitamos cuando militábamos como jueces del mundo, así comprendemos que nadie está afuera de lo imperfecto, Rabindranath Tagore lo dijo con elocuente sabiduría, “Si cierras la puerta a todos los errores, también la verdad se quedará fuera”, ante la poesía más humana únicamente se sangra, porque no contemplamos su perfección sino su absoluta humanidad.

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